jueves, 3 de marzo de 2011

DIOS ESTÁ AQUÍ


Dios está aquí

Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor: Dios está aquí. Es inaudito, pero es la realidad. Para quienes no tienen fe es increíble, pero no lo es para quienes creemos en la palabra de Dios. Jesús lo afirmó con claridad: Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn 6,56).

Muchos le abandonaron entonces porque, sin la fe, esas palabras resultan duras de admitir. Jesús, sin embargo, no rebajó su contenido. ¿Queréis marcharos?, preguntó a sus apóstoles. Porque las cosas son así, esta es la realidad. Pedro, movido por Dios, afirmó: Señor, ¿a quién vamos a ir?, de quién nos vamos a fiar, si sólo Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios (Jn 6,68).

Agradecemos a Dios que nos haya dado a conocer esta verdad, pero se requiere como respuesta un acto de fe personal: Te creo, Señor; si Tú lo dices, será así. Para eso hacía Jesús los milagros, para que, viendo sucesos extraordinarios, creyeran cosas humanamente increíbles, misterios que sólo sabe Dios y de los que desea hacernos partícipes. Los contenidos de la fe son un regalo para los que tienen fe, para los humildes. Quien se fía de alguien que sabe más acaba sabiendo lo que no conocía. Los cristianos conocemos realidades maravillosas y salvíficas que no pueden ser conocidas los quienes se guían exclusivamente por sus propias evidencias, su experiencia y su limitada razón. La Eucaristía, en este sentido, es un regalo para los que tienen fe.

En la Biblia se descubre el interés de Dios por estar cerca de los hombres, de aquellos que le pueden reconocer como Dios. Por eso, Dios hizo una alianza con el pueblo de Israel. Ellos se comprometían a escuchar su voz y a obedecerle, y Dios se comprometía a estar en medio de ellos y a protegerles. Su presencia estaba en un lugar sagrado (la Shekinâ): Me harán un santuario y habitaré en medio de ellos (Ex 25,8). Primero fue la "Tienda del encuentro" durante el éxodo por el desierto y luego instalada en Jerusalén, y después reemplazada por el Templo de Salomón. Allí, en el "Sancta sanctorum" habitaba Dios de una manera especial en medio de su pueblo.

Pero al llegar la plenitud de los tiempos, Dios mismo puso su tienda entre los hombres, y habitó entre nosotros, como dice Juan en el prólogo de su Evangelio (Jn 1,14). Aquella presencia de Dios en medio de Israel quedó sustituida por un Hombre en cuyo cuerpo habita en plenitud la divinidad. Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros. Él predijo a los judíos que, si le mataban, ya no habría templo en Jerusalén, y que Él al tercer día reedificaría otro templo no hecho por mano de hombre.

Una vez resucitado ya no iba a haber más templo ni lugar donde se adorara a Dios, porque los verdaderos adoradores adorarían en espíritu y verdad. Ya no sería un "lugar" donde se adoraría a Dios, sino una Persona: dondequiera que se halle el Cuerpo de Cristo, allí estará Dios. Quien desee encontrarse con Dios tiene que ir a Él, porque no se nos ha dado otro nombre bajo el cielo, no hay otro camino, no hay otro lugar. Cristo está en su Iglesia (Mt 28,20) y en todo hombre que permanezca en su palabra y en su amor (Jn 14,16; 15, 4-9), pero de una manera especial -de modo sacramental- en su Cuerpo y en su Sangre (Jn 6,56): Esto es mi cuerpo..., ésta es mi sangre... (Mc 14,22; 1 Cor 11,24).

En los sacramentos de la nueva ley se simboliza con signos visibles la realidad que contienen, y en ellos se hace presente Cristo y nos da su gracia; pero "El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos. En el santísimo sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero. Esta presencia se denomina real, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen reales, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (C.E.C., 1374).

La Eucaristía hace presente aquí -en las dimensiones del pan y del vino consagrados- a Cristo vivo, y lo hace presente continuamente en la Iglesia a través de los siglos. La Eucaristía no es una simple referencia a la persona de Cristo, sino que es su misma Persona.



(Devocionario Eucarístico)

DECÍDETE A PERDONAR, DECÍDETE A AMAR


Decídete a perdonar, decídete a amar


En nuestra relación con las personas, -todos esos que llamamos “el prójimo”-, el amor siempre tiene que ir por delante, mucho antes que cualquier conducta del otro o de cualquier circunstancia de su persona. El amor es el punto de partida. A ese “otro”, de entrada se le quiere, se le valora, se está dispuesto a ayudarle, a fomentar su bien.

Este enfoque tan a ras de tierra nos lo brinda el Padre Luis de Moya, quien afirma que, “más que 'dar', el amor es 'comprender'. Por eso, si tienes el deber de juzgar, busca una excusa para tu prójimo, que las hay siempre. Y antes que nada, rezar: Rezar por quienes nos parece que no actúan como debieran.”

Comenta Mons. Jesús Sanz Montes que “el amor que calcula, el que pide condiciones, ése no le interesa a Jesús. Acaso pensamos que no tenemos grandes enemigos, y es muy posible que así sea. Pero la enemistad que Jesús nos invita a superar con amistad, y el rencor que Él nos urge a superar con amor, pueden estar muy cerca, tal vez demasiado cerca.

El amor que Jesús nos propone es el que debemos adoptar como parte de nuestra forma de ser y que sea gesto cotidiano, permanente. Porque los amigos o enemigos a los que indistintamente debemos amar se pueden encontrar cerca o lejos, en nuestro hogar o en el vecino, puede ser un familiar o un compañero, frecuentar nuestras sendas o sorprendernos en caminos infrecuentes. Todo esto da lo mismo. No hay distinción que valga para dispensarnos de lo único importante, de lo más distintivo y de lo que nos diferencia de los paganos: el amor. En esto nos reconocerán como sus discípulos.”

Como discípulos, todos estamos llamados a ser santos. Cuando oímos esto nos cuestionamos si se estarán refiriendo a nosotros. Y descartamos la idea considerando que se refieren a los sacerdotes y obispos, las monjas y los religiosos. Quizás también a algunos laicos muy comprometidos en sus quehaceres evangelizadores. Sin embargo, afirma Fray Fernando Torres Pérez que “la santidad del cristiano no consiste en hacer muchas penitencias ni mortificaciones. Tampoco estriba en dedicar la vida a la oración y a la meditación. Ser santos es amar y amar hasta el extremo. Es amar a los enemigos. Es renunciar a lo que podría ser justo según este mundo para optar por la fraternidad, por la hermandad a cualquier precio. Hasta el precio de pagar con la propia vida. Exactamente igual que hizo Jesús. Porque ser cristiano no es más que seguir el camino del Maestro.”

¡De por Dios! ¡En qué idioma tendrán que decírnoslo! ¡El rencor no tiene cabida en el corazón de un seguidor de Cristo! Y no es cuestión de decir: “Yo no lo odio, ni le tengo rencor, sino que no me siento preparado para perdonarlo…” ¡NO! ¡Que eso no está en ningún sitio del Evangelio!

Decídete a perdonar, decídete a amar. El perdón, como el amor, no es un sentimiento, es una decisión. Hazlo, y hazlo ya.

Es Jesús quien te lo pide.

Juan Rafael Pacheco (Johnny)

Nada es eterno. Después de la tempestad vuelve la calma.

Nada es eterno. Después de la tempestad vuelve la calma.

La vida tiene sus ciclos. Hay épocas de riqueza y épocas de pobreza; épocas de enfermedad y épocas de salud; épocas de tristeza y épocas de alegría.
Mientras vivas, tendrás períodos en los cuales todo te irá bien, pero también tiempos en los que todo parecerá estar estancado, tiempos en los cuales no lograrás nada.

Hay ciclos largos y ciclos cortos. Un ciclo puede durar desde unas horas hasta varios años.
Los ciclos de energía baja son necesarios para la regeneración de tu cuerpo. Cuando tú no los aceptas y luchas para que las cosas se pongan a tu gusto, la inteligencia de tu organismo, como una medida autoprotectora, produce una enfermedad, con el fin de forzarte a detenerte, para que de este modo tenga lugar dicha regeneración. Pero si aceptas lo que te ocurre, confiando en que Dios todo lo permite para tu más grande bien, el ciclo negativo pasará antes de lo que te imagines, sin mayor dolor ni sufrimiento. Por lo tanto, no te atormente si estás hundido en la marea baja de un fracaso tras otro, o de una tristeza tras otra, pues todo viene y todo pasa, y lo que estás viviendo en este momento pasará también.

Gra Baq

LA EUCARISTÍA Y EL COMPROMISO DE CARIDAD


Autor: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net
Eucaristía y compromiso de caridad
El cuerpo de Cristo en la Eucaristía se identifica con el cuerpo necesitado de nuestros hermanos.

Eucaristía y compromiso de caridad

La eucaristía tiene que ser fuente de caridad para con nuestros hermanos. Es decir, la eucaristía nos tiene que lanzar a todos a practicar la caridad con nuestros hermanos. Y esto por varios motivos.

¿Cuándo nos mandó Jesús “amaos los unos a los otros”, es decir, cuándo nos dejó su mandamiento nuevo, en qué contexto? En la Última Cena, cuando nos estaba dejando la eucaristía. Por tanto, tiene que haber una estrecha relación entre eucaristía y el compromiso de caridad.

En ese ámbito cálido del Cenáculo, mientras estaban cenando en intimidad y Jesús sacó de su corazón este hermoso regalo de la eucaristía, en ese ambiente fue cuando Jesús nos pidió amarnos. Esto quiere decir que la eucaristía nos une en fraternidad, nos congrega en una misma familia donde tiene que reinar la caridad.

Hay otro motivo de unión entre eucaristía y caridad. ¿Qué nos pide Jesús antes de poner nuestra ofrenda sobre el altar, es decir, antes de venir a la eucaristía y comulgar el Cuerpo del Señor? “Si te acuerdas allí mismo que tu hermano tiene una queja contra ti, deja allí tu ofrenda, ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y después vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23-24).

Esto nos habla de la seriedad y la disposición interior con las que tenemos que acercarnos a la eucaristía. Con un corazón limpio, perdonador, lleno de misericordia y caridad. Aquí entra todo el campo de las injusticias, atropellos, calumnias, maltratos, rencores, malquerencias, resquemores, odios, murmuraciones. Antes de acercarnos a la eucaristía tenemos que limpiarnos interiormente en la confesión. Asegurarnos que nuestro corazón no debe nada a nadie en todos los sentidos.

En este motivo hay algo más que llama la atención. Jesús nos dice que aún en el caso en que el otro tuviera toda la culpa del desacuerdo, soy yo quien debo emprender el proceso de reconciliación. Es decir, soy yo quien debo acercarme para ofrecerle mi perdón.

¿Por qué este motivo?

Mi ofrenda, la ofrenda que cada uno de nosotros debe presentar en cada misa (peticiones, intenciones, problemas, preocupaciones, etc.) no tendría valor a los ojos de Dios, no la escucharía Dios si es presentada con un corazón torcido, impuro, resentido, lleno de odio.

Ahora bien, si presentamos la ofrenda teniendo en el corazón esta voluntad de armonía, será aceptada por Dios como la ofrenda de Abel y no la de Caín. Éste era agricultor, y le ofrecía a Dios su ofrenda con corazón desviado y lleno de envidia y resentimiento al ver que su hermano Abel era más generoso y agradable a Dios, pues le presentaba generosamente las primicias de su ganado.

Y hay otro motivo de unión entre eucaristía y compromiso de caridad. En el discurso escatológico, es decir cuando Jesús habló de las realidades últimas de nuestra vida: muerte, juicio, infierno y cielo, habló muy claro de nuestro compromiso con los más pobres.

Jesús en la eucaristía nos dice “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”. Y aquí, en este discurso solemne, nos pide que ese cuerpo se iguale con el prójimo más pobre, y por eso mismo es un cuerpo de Jesús necesitado que tenemos que alimentar, saciar, vestir, cuidar, respetar, socorrer, proteger, instruir, aconsejar, perdonar, limpiar, atender.

San Juan Crisóstomo tiene unas palabras impresionantes: “¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas que Él esté desnudo y no lo honres sólo en la Iglesia con telas de seda, para después tolerar, fuera de aquí, que ese mismo cuerpo muera de frío y de desnudez”.

Él que ha dicho “Esto es mi cuerpo”, ha dicho también “me habéis visto con hambre y no me habéis dado de comer” y “lo que no habéis hecho a uno de estos pequeños, no me lo habéis hecho a Mí”.

Te dejo unas líneas para tu reflexión: “Pasé hambre por ti, y ahora la padezco otra vez. Tuve sed por ti en la Cruz y ahora me abrasa en los labios de mis pobres, para que, por aquella o por esta sed, traerte a mí y por tu bien hacerte caritativo. Por los mil beneficios de que te he colmado, ¡dame algo!...No te digo: arréglame mi vida y sácame de la miseria, entrégame tus bienes, aun cuando yo me vea pobre por tu amor. Sólo te imploro pan y vestido y un poco de alivio para mi hambre. Estoy preso. No te ruego que me libres. Sólo quiero que, por tu propio bien, me hagas una visita. Con eso me bastará y por eso te regalaré el cielo. Yo te libré a ti de una prisión mil veces más dura. Pero me contento con que me vengas a ver de cuando en cuando. Pudiera, es verdad, darte tu corona sin nada de esto, pero quiero estarte agradecido y que vengas después de recibir tu premio confiadamente. Por eso, yo, que puedo alimentarme por mí mismo, prefiero dar vueltas a tu alrededor, pidiendo, y extender mi mano a tu puerta. Mi amor llegó a tanto que quiero que tú me alimentes. Por eso prefiero, como amigo, tu mesa; de eso me glorío y te muestro ante todo el mundo como mi bienhechor” (San Juan Crisóstomo, Homilía 15 sobre la epístola a los Romanos).

Estas palabras son muy profundas. Este cuerpo de Cristo en la eucaristía se iguala, se identifica con el cuerpo necesitado de nuestros hermanos. Y si nos acercamos con devoción y respeto al cuerpo de Cristo en la eucaristía, mucho más debemos acercarnos a ese cuerpo de Cristo que está detrás de cada uno de nuestros hermanos más necesitados.

Quiera el Señor que comprendamos y vivamos este gran compromiso de la caridad para que así la eucaristía se haga vida de nuestra vida.
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