miércoles, 30 de julio de 2014

ORACIONES DE SAN IGNACIO DE LOYOLA


ORACIONES DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

Las oraciones escritas por san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, tienen un gran predicamento en todo el mundo católico, especialmente en el de habla española. San Ignacio vivía profundamente su fe, comprometido con Evangelio y entregado sin fisuras a la voluntad de Dios.

Sus oraciones son indicadas para cualquier edad, y son muy adecuadas para que los niños empiecen a meditar con algo más de profundidad sobre las oraciones que recitan. Estas de san Ignacio —impetuosas, llenas de vivas imágenes que expresan complicadas verdades de fe— son fáciles de comprender para el preadolescente que comienza a sentir individualmente su fe. La bravura, la generosidad y la entrega de san Ignacio son virtudes que los niños admiran y comprenden.

De todos los escritos, recopilamos cinco de sus más bellas oraciones.

Oración de entrega
(Especialmente recomendada para la oración matinal y para la acción de gracias tras comulgar.)

Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad;
todo mi haber y mi poseer.

Vos me disteis,
a Vos, Señor, lo torno.
Todo es Vuestro:
disponed de ello
según Vuestra Voluntad.

Dadme Vuestro Amor y Gracia,
que éstas me bastan.
Amén. 

Alma de Cristo
(Especialmente recomendada para la oración matinal y para la acción de gracias tras comulgar.)

Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. 
Amén.

Hacer oración
(Para antes de hacer un rato de oración mental)

Señor, de verdad deseo prepararme bien para
este momento, deseo profundamente que todo mi
ser esté atento y dispuesto para Ti.
Ayúdame a clarificar mis intenciones.
Tengo tantos deseos contradictorios...
Me preocupo por cosas que ni importan ni son
duraderas. Pero sé que si te entrego mi corazón
haga lo que haga seguiré a mi nuevo corazón.
En todo lo que hoy soy, en todo lo que intente
hacer, en mis encuentros, reflexiones, incluso
en las frustraciones y fallos
y sobre todo en este rato de oración,
en todo ello, haz que ponga mi vida en tus manos.
Señor, soy todo tuyo. Haz de mí lo que Tú quieras.
Amén.

Señor, Tú me conoces
Señor, Tú me conoces mejor 
de lo que yo me conozco a mí mismo.
Tu Espíritu empapa 
todos los momentos de mi vida.
Gracias por tu gracia y por tu amor 
que derramas sobre mí.
Gracias por tu constante y suave invitación 
a que te deje entrar en mi vida.
Perdóname por las veces que he rehusado tu invitación,
y me he encerrado lejos de tu amor.
Ayúdame a que en este día venidero 
reconozca tu presencia en mi vida,
para que me abra a Ti.
Para que Tú obres en mí,
para tu mayor gloria.
Amén.

Oración para rezar en todo momento

Ayúdame a clarificar mis intenciones.
purifica mis sentimientos, 
santifica mis pensamientos 
y bendice mis esfuerzos,
para que todo en mi vida 
sea de acuerdo a tu voluntad.
Tengo tantos deseos contradictorios...
Me preocupo por cosas 
que ni importan ni son duraderas.
Pero sé que si te entrego mi corazón
haga lo que haga seguiré a mi nuevo corazón.
En todo lo que hoy soy, 
en todo lo que intente hacer,
en mis encuentros, reflexiones, 
incluso en las frustraciones y fallos,
y sobre todo en este rato de oración,
en todo ello, 
haz que ponga mi vida en tus manos.
Señor, soy todo tuyo. 
Haz de mí lo que Tú quieras.
Amén.

ORACIÓN DE ABANDONO - SAN IGNACIO DE LOYOLA


SEÑOR JESÚS, ENSÉÑANOS A SER GENEROSOS - ORACIÓN DE SAN IGNACIO DE LOYOLA


SAN IGNACIO DE LOYOLA, 31 DE JULIO - FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS


Autor: Cristina Fernández | Fuente: Catholic.net
Ignacio de Loyola, Santo
Fundador de la Compañía de Jesús, 31 de julio



Martirologio Romano: Memoria de san Ignacio de Loyola, presbítero, quien, nacido en el País Vasco, en España, pasó la primera parte de su vida en la corte como paje del contador mayor hasta que, herido gravemente, se convirtió. Completó los estudios teológicos en París y conquistó sus primeros compañeros, con los que más tarde fundaría en Roma la Compañía de Jesús, ciudad en la que ejerció un fructuoso ministerio escribiendo varias obras y formando a sus discípulos, todo para mayor gloria de Dios (1556). 

San Ignacio de Loyola supo transmitir a los demás su entusiasmo y amor por defender la causa de Cristo. 

Un poco de historia 

Nació y fue bautizado como Iñigo en 1491, en el Castillo de Loyola, España. De padres nobles, era el más chico de ocho hijos. Quedó huérfano y fue educado en la Corte de la nobleza española, donde le instruyeron en los buenos modales y en la fortaleza de espíritu. 

Quiso ser militar. Sin embargo, a los 31 años en una batalla, cayó herido de ambas piernas por una bala de cañón. Fue trasladado a Loyola para su curación y soportó valientemente las operaciones y el dolor. Estuvo a punto de morir y terminó perdiendo una pierna, por lo que quedó cojo para el resto de su vida. 
Durante su recuperación, quiso leer novelas de caballería, que le gustaban mucho. Pero en el castillo, los únicos dos libros que habían eran: Vida de Cristo y Vidas de los Santos. Sin mucho interés, comenzó a leer y le gustaron tanto que pasaba días enteros leyéndolos sin parar. Se encendió en deseos de imitar las hazañas de los Santos y de estar al servicio de Cristo. Pensaba: “Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, también yo puedo hacer lo que ellos hicieron”. 

Una noche, Ignacio tuvo una visión que lo consoló mucho: la Madre de Dios, rodeada de luz, llevando en los brazos a su Hijo, Jesús. 
Iñigo pasó por una etapa de dudas acerca de su vocación. Con el tiempo se dio cuenta que los pensamientos que procedían de Dios lo dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad. En cambio, los pensamientos del mundo le daban cierto deleite, pero lo dejaban vacío. Decidió seguir el ejemplo de los santos y empezó a hacer penitencia por sus pecados para entregarse a Dios. 
A los 32 años, salió de Loyola con el propósito de ir peregrinando hasta Jerusalén. Se detuvo en el Santuario de Montserrat, en España. Ahí decidió llevar vida de oración y de penitencia después de hacer una confesión general. Vivió durante casi un año retirado en una cueva de los alrededores, orando. 

Tuvo un período de aridez y empezó a escribir sus primeras experiencias espirituales. Éstas le sirvieron para su famoso libro sobre “Ejercicios Espirituales”. Finalmente, salió de esta sequedad espiritual y pasó al profundo goce espiritual, siendo un gran místico. 
Logró llegar a Tierra Santa a los 33 años y a su regreso a España, comenzó a estudiar. Se dio cuenta que, para ayudar a las almas, eran necesarios los estudios. 

Convirtió a muchos pecadores. Fue encarcelado dos veces por predicar, pero en ambas ocasiones recuperó su libertad. Él consideraba la prisión y el sufrimiento como pruebas que Dios le mandaba para purificarse y santificarse. 

A los 38 años se trasladó a Francia, donde siguió estudiando siete años más. Pedía limosna a los comerciantes españoles para poder mantener sus estudios, así como a sus amigos. Ahí animó a muchos de sus compañeros universitarios a practicar con mayor fervor la vida cristiana. En esta época, 1534, se unieron a Ignacio 6 estudiantes de teología. Motivados por lo que decía San Ignacio, hicieron con él voto de castidad, pobreza y vida apostólica, en una sencilla ceremonia. 

San Ignacio mantuvo la fe de sus seguidores a través de conversaciones personales y con el cumplimiento de unas sencillas reglas de vida. Poco después, tuvo que interrumpir sus estudios por motivos de salud y regresó a España, pero sin hospedarse en el Castillo de Loyola. 

Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros que se encontraban en Venecia y se trasladaron a Roma para ofrecer sus servicios al Papa. Decidieron llamar a su asociación la Compañía de Jesús, porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Paulo III convirtió a dos de ellos profesores de la Universidad. A Ignacio, le pidió predicar los Ejercicios Espirituales y catequizar al pueblo. Los demás compañeros trabajaban con ellos. 

El Papa Pablo III les dio la aprobación y les permitió ordenarse sacerdotes. Fueron ordenados en Venecia por el obispo de Arbe el 24 de junio. Ignacio celebrará la primera misa en la noche de Navidad del año 1538. En ese tiempo se dedican a predicar y al trabajo caritativo en Italia. 

Ignacio de Loyola, de acuerdo con sus compañeros, resolvió formar una congregación religiosa que fue aprobada por el Papa en 1540. Añadieron a los votos de castidad y pobreza, el de la obediencia, con el que se comprometían a obedecer a un superior general, quien a su vez, estaría sujeto al Papa. 

La Compañía de Jesús tuvo un papel muy importante en contrarrestar los efectos de la Reforma religiosa encabezada por el protestante Martín Lutero y con su esfuerzo y predicación, volvió a ganar muchas almas para la única y verdadera Iglesia de Cristo. 
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, dirigiendo la congregación y dedicado a la educación de la juventud y del clero, fundando colegios y universidades de muy alta calidad académica. 

Para San Ignacio, toda su felicidad consistía en trabajar por Dios y sufrir por su causa. El espíritu “militar” de Ignacio y de la Compañía de Jesús se refleja en su voto de obediencia al Papa, máximo jefe de los jesuítas. 

Su libro de “Ejercicios Espirituales” se sigue utilizando en la actualidad por diferentes agrupaciones religiosas.
San Ignacio murió repentinamente, el 31 de julio de 1556. Fue beatificado el 27 de julio de 1609 por Pablo V, y canonizado en 1622 por Gregorio XV. 



¿Qué nos enseña su vida? 
A ser fuertes ante los problemas de la vida.

A saber desprendernos de las riquezas.

A amar a Dios sobre todas las cosas.

A saber transmitir a los demás el entusiasmo por seguir a Cristo.

A vivir la virtud de la caridad ya que él siempre se preocupaba por los demás.

A perseverar en nuestro amor a Dios.

A ser siempre fieles y obedientes al Papa, representante de Cristo en la Tierra.

EL EVANGELIO DE HOY: MIÉRCOLES 30 DE JULIO DEL 2014

Autor: P. Francisco Javier Arriola, LC | Fuente: Catholic.net
Encontrar el Reino de los Cielos, gran alegría
Mateo 13, 44–46. Tiempo Ordinario. Quien encuentra en Dios su tesoro, hace todo por "comprar" el cielo y le pide a Dios no perderlo.
 
Encontrar el Reino de los Cielos, gran alegría

Del santo Evangelio según san Mateo 13, 44-46


El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.

Oración Introductoria

Dulce Huésped del alma, Espíritu Santo, ven a visitar mi corazón para que me ayudes a encontrar los verdaderos tesoros por los cuales vale la pena dejarlo todo. Hazme digno depositario de tus dones e ilumina mi mente y entendimiento para escuchar tus palabras en este momento de oración en el que vengo humildemente a pedirte tu ayuda. Santifica mi vida para ayudar a otros a encontrarte.

Petición

Corazón de Jesús lleno de bondad, llena mi corazón de amor por ti y por los demás. Concédeme conocerte para amarte y poseerte como mi único tesoro. Hazme instrumento de tu amor para que todos se beneficien de las riquezas de tu gracia.

Meditación del Papa Francisco

El amor es la mayor fuerza de transformación de la realidad, porque derriba los muros del egoísmo y colma las fosas que nos tienen alejados a unos de otros. Y esto es el amor que viene de un corazón cambiado, de un corazón de piedra que es transformado en un corazón de carne, un corazón humano. Y esto lo hace la gracia, la gracia de Jesucristo que todos nosotros hemos recibido.
¿Alguno de vosotros sabe cuánto cuesta la gracia? ¿Dónde se vende la gracia? ¿Dónde puedo comprar la gracia? Nadie sabe decirlo: no. ¿Voy a comprarla a la secretaria parroquial? ¿A lo mejor ella vende la gracia? ¿Algún sacerdote vende la gracia? Oíd bien esto: la gracia no se compra ni se vende; es un regalo de Dios en Jesucristo. Jesucristo nos da la gracia. Es el único que nos da la gracia. Es un regalo: nos lo ofrece a nosotros. Tomémosla. Es bello esto. El amor de Jesús es así: nos da la gracia gratuitamente, gratuitamente. Y nosotros debemos darla a los hermanos, a las hermanas, gratuitamente. (S.S. Francisco, 17 de junio de 2013)

Reflexión 

Es más fácil adiestrarnos en los negocios del mundo que en los "negocios" espirituales. Los primeros los medimos con ganancias materiales y tangibles, mientras que los segundos sólo los medimos con la fe y el amor. Esto no significa que sea difícil encontrar las riquezas de la vida espiritual, más bien quiere decir que si nosotros no podemos, hay que asesorarnos con quienes conocen este mundo de negocios de la eternidad. Dios nos ha dado muchos medios para poder encontrarlo a Él: la Palabra de Dios en las Sagradas Escrituras, la Santísima Virgen, los sacerdotes, los santos, los ángeles y tantas personas de buena voluntad que viven una vida ejemplar.

Las comparaciones que nos pone el Señor con su Reino, las entendemos con facilidad, porque conocemos lo que vale un cofre lleno de monedas de oro o una perla de valor incalculable, aunque nunca las hayamos tenido en las manos físicamente. Para nosotros debe haber sólo una perla, como le expresa el pasaje, pues no son varias porque disminuiría su valor. Nuestra única perla preciosa es Cristo, y quien lo posee conoce su valor. Quienes no lo conocen a Él, tampoco saben cuál es nuestro tesoro por el cual podemos llegar a dar la vida, como lo han hecho los mártires, los santos.

También hay quienes encuentran el campo donde está el tesoro, venden todo y luego lo compran. Ellos son los que eligen la vida religiosa, consagrada o sacerdotal; ellos dejan todo con tal de poseer las praderas donde está el Tesoro. Estas praderas son donde llegan a reposar y a descansar porque Cristo, el Buen Pastor y Único Tesoro, nos hace valorar las cosas en su justo precio. Cuando Jesús se convierte en nuestro único tesoro, también Él nos esmalta con las bellas joyas de la fe, de la esperanza, de la gracia, de las virtudes y del amor.

En un bello himno se lee que un apóstol no es apóstol si no es también un mensajero. Este tesoro que descubrimos lo será más en la medida en la que lo hagamos descubrir a los demás. Es curioso pensar que cuando encontramos a Dios, se transforma en la joya invaluable que nadie nos puede quitar si la cuidamos bien, y al mismo tiempo podemos hacer que otros lo encuentren, pero nunca podremos hacer que otros lo aprecien como lo único que vale si ellos mismos no lo valoran así. Esta es la experiencia de Dios en la vida espiritual, de la que más necesitamos conforme más la vamos conociendo y gustando.

Santa Teresita del Niño Jesús tiene una frase que encierra bien esta experiencia: «Jesús, dulzura inefable, convertidme en amargura todos los goces de este mundo». Quien encuentra este tesoro, sólo le pide a Dios no perderlo. Una sola es la Verdad, uno sólo el Camino, y una sola es la Vida, todo lo demás que hemos recibido de Dios en este mundo, no es malo, al contrario, pues si hubiera sido algo malo Él nunca nos lo habría dado. Pero las personas, las cosas, lo material está subordinado al único valor que está expresado en el primer mandamiento de la ley de Dios: amar a Dios sobre todas las cosas. En esta relación, lo demás será un don y una oportunidad para alabar y agradecer a Dios.

Propósito

Haré cinco minutos de oración para agradecer a Dios todas las personas, experiencias y cosas que me ha dado y permitido en mi vida y le pediré que lo descubra a Él como mi único Tesoro.

Diálogo con Cristo

Señor, Bondad infinita, yo te alabo y te doy gracias por haberme creado, por haberme permitido acercarme una vez más a ti y conocerte un poco más. Mira mi indigencia, mira mi pobreza y socórreme Tú. No permitas que mi corazón se llene de las cosas que tienen un valor efímero, de las caducas y pasajeras, y sobre todo de las que me vacían el alma y me apartan de ti. Vacíame de mí mismo y de mis egoísmos, para que sólo Tú me puedas llenar el alma y las ansias de felicidad y eternidad. Que tu Eucaristía sea mi prenda de eternidad para ganarme el cielo y los tesoros que nos has prometido. Amén.


Jesús es el verdadero y único tesoro que nosotros tenemos para dar a la humanidad. De él sienten profunda nostalgia los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, incluso cuando parecen ignorarlo o rechazarlo. De él tienen gran necesidad la sociedad en que vivimos, Europa y todo el mundo.
Benedicto XVI, Gruta de Lourdes de los Jardines Vaticanos
31 de mayo de 2010


  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Francisco Javier Arriola, LC 

    ¿QUÉ DECÍA JESÚS DE SÍ MISMO?


    Autor: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Catholic.net
    ¿Qué decía Jesús de sí mismo?
    Jesús quiere ser conocido por su mensaje, como mensajero del Reino. Así estará para siempre dentro de nuestro corazón.


    ¿Qué decía Jesús de sí mismo? ¿Qué conciencia tenía de su personalidad? ¿Cómo se definió con sus palabras y con su modo de vivir y de obrar? En rigor sólo él podía dar la explicación clara y definitiva a la gran pregunta de quién era Jesús. 

    El mensajero del Reino 

    Jesús no parece tener gran interés en explicarnos quién es. Su predicación no se centra en la revelación acerca de su propia persona, sino en el anuncio de la buena nueva de la proximidad del reino de Dios. En ningún momento tuvo -como otros taumaturgos- la angustia de explicarse a si mismo y de demostrar quién era. Si algo dice y si algo demuestra, será sobre la marcha, con la más soberana naturalidad, como si en realidad no necesitase demostrar nada. 

    ¿Por qué no se preocupó Jesús de darnos por anticipado respuesta a las preguntas que nosotros juzgamos hoy importantes? ¿Por qué no nos dejó unos profundos razonamientos sobre la Trinidad, la encarnación, la infalibilidad pontificia, la colegialidad de los obispos o muchas otras importantes cuestiones teológicas? Las cosas nos hubieran resultado así mucho más fáciles, o al menos así lo creemos nosotros. 

    Pero a Jesús no parece preocuparle el facilitar las cosas, casi se diría que, por el contrario, ama el dejarlas claras a medias. Quizá porque la adhesión que él pide no es la misma que damos al matemático que demuestra que dos y dos son cuatro; quizá porque pide un amor y una fe que cuentan con unas bases racionales, pero en ningún modo son la simple consecuencia de un simple silogismo. Jesús enfrenta a los hombres con su persona y se siente tan seguro de si mismo que parece molestarle el hecho de tener que ofrecer, además, signos probatorios. Y esto desde el primer momento en que llama a los primeros apóstoles. Este no centrar su predicación en su persona y el no esforzarse especialmente en mostrar su poder son ya dos datos absolutamente nuevos en el mundo de los grandes líderes de la humanidad. 

    Sin embargo, al exponer su mensaje, Jesús hablará inevitablemente de si mismo, especialmente cuando tanta relación pone entre la entrada en el Reino y la adhesión a él. Pero, aun cuando hable de sí mismo, lo hará no como una autodefinición personalista, sino como algo que forma parte -y la sustancial- de su mensaje del reino de Dios que llega, que ya ha llegado. 

    Jesús quiere ser conocido por su mensaje, como mensajero del Reino. Así estará para siempre dentro de nuestro corazón. 



    ORACIÓN A LA DIVINA MISERICORDIA


    ORACIÓN A LA DIVINA MISERICORDIA

    Oh Dios Eterno, en quien la misericordia es infinita y el tesoro de compasión inagotable, vuelve a nosotros Tu mirada bondadosa y aumenta Tu misericordia en nosotros, para que en momentos difíciles no nos desesperemos  ni nos desalentamos, sino que, con gran confianza, nos sometamos a Tu santa y divina  voluntad, que es el Amor y la Misericordia Misma. (Diario, 950).

    LOS TRES DESEOS


    Autor: Antonio Gil-Terrón Puchades | Fuente: www.antoniogilterron.com 
    Los tres deseos
    No entendía nada, pero tampoco ya lo necesitaba, porque una sensación de paz infinita me invadió


    Estaba paseando por una desierta playa, cuando en mi ensimismamiento tropecé con lo que parecía ser una antigua lámpara de aceite. Entonces, recordando el cuento de "Las mil y una y noches", procedí a frotarla, a ver si de ella salía un genio de esos que te conceden tres deseos.

    Efectivamente, tras unos minutos de abrillantado, salió una especie de humo blanco que, poco a poco, adoptó la imagen de un genio, el cual no tardo en conminarme para que le pidiese tres deseos.

    Mi primer deseo consistió en pedirle no volver a ver sufrir a nadie más en el Mundo. Y el genio me dejó ciego.

    Un tanto molesto y receloso, le pedí no volver a oír nunca más los lamentos y quejidos de todos aquellos, especialmente niños, que sufren hambre y sed de pan y justicia. Y el genio me volvió sordo.

    Finalmente, le pedí mi último deseo: Comprender el porqué del dolor en el Mundo.

    Entonces una especie de nube me envolvió, y arrastrándome como un torbellino me depositó en lo alto de un monte, en donde había un hombre crucificado que con compasión me miraba a los ojos.

    En ese momento me di cuenta que había recuperado el sentido de la vista y el oído, Pero no oía nada; tan solo el viento. Mientras, mi vista recién recuperada, permanecía cautiva por la compasiva mirada del Crucificado.

    ¡Compasión! ¡Aquel que tanto dolor estaba sufriendo, me miraba a mí con compasión! 

    No entendía nada, pero tampoco ya lo necesitaba, porque - en ese momento - una sensación de paz infinita invadió todo mi ser, haciéndome sentir más vivo que nunca. Fue como un despertar; como el salir de un mal sueño; de una triste película en blanco y negro; de un drama del que yo era actor y espectador al mismo tiempo.

    Ahora he vuelto a desempeñar mi papel; el rol que me ha tocado interpretar en esta tragicomedia que es la vida; triste film en blanco y negro. Pero ya no es como antes; todo ha cambiado. Porque ahora, cuando el dolor ajeno o propio se aferra a mi garganta, ya no intento comprender el por qué; simplemente cierro los ojos y busco su mirada... la mirada de aquel Crucificado que mirándome a los ojos pudo dar paz a mi alma. 

    ¡Palabra!
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