domingo, 29 de marzo de 2015

LA FLAGELACIÓN, CÓMO , CUÁNDO Y POR QUÉ


La flagelación: cómo, cuándo y por qué
El caso de Jesús fue raro. Su flagelación no fue la legal que precedía a toda ejecución sino que constituyó un castigo especial


Por: P. Constancio Cabezón o.f.m. (Cardiólogo) | Fuente: christusrex.org




La flagelación en sí no fue un castigo exclusivo para Jesús. Lo mandaba la ley. La flagelación era un preámbulo legal a toda ejecución. Había una excepción: los ciudadanos romanos condenados a decapitación no eran flagelados, sino fustigados con la fusta. Esto se hacía, según Tito Livio, en el mismo lugar del suplicio, inmediatamente antes de la decapitación.

Los condenados a crucifixión eran flagelados habitualmente durante el trayecto que había entre el lugar donde se dictaba la sentencia y el del suplicio. Muy raro, como en el caso de Jesús, que se llevara a cabo en las dependencias del tribunal. Esto sólo se hacía en los casos en que la flagelación era sustitutiva de la pena capital. El caso de Jesús fue raro. Su flagelación no fue la legal que precedía a toda ejecución y que se daba en el trayecto, camino del suplicio, sino que constituyó un castigo especial, como veremos. Esto exige dos explicaciones: cuándo le flagelaron y el porqué.

Mateo y Marcos no nos dicen ni cuándo ni el porqué, sólo constatan el hecho: "Y habiendo hecho flagelar a Jesús, lo entregó (Pilato) para que lo crucificaran".

Lucas es más explícito, y cuando está explicando los esfuerzos de Pilato para salvar a Jesús, al final nos cita una frase del Prefecto: "Le castigaré y luego le soltaré". Ya vislumbramos algo. Juan nos afirma que Jesús fue flagelado durante los juicios de Pilato.Ya tenemos el cuándo. Veamos ahora el porqué:

Pilato juzga que la primera acusación hecha a Jesús ("Se ha hecho Hijo de Dios y según nuestra ley debe morir" no caía bajo la ley romana. Era cuestión religiosa y la Justicia romana no actuaba en estos casos para dirimirla. Por lo que consideró a Jesús inocente: "No encuentro en él, causa alguna de condenación".

Tras una deliberación de los judíos, éstos hacen una segunda acusación que sí entraba dentro de la Lex Julia: (Había permitido ser aclamado Hijo de David que según ellos iba a ser su rey). Quería hacerse rey y esto iba contra el Emperador. Pilato tiene obligación de atender esta acusación. Pilato pregunta a Jesús sobre su realeza y, no sacando nada en claro, lo considera de nuevo inocente.

Enterado de la estancia de Herodes en Jerusalén y siendo Jesús su súbdito, Pilato se lo envía a ver si le resuelve el problema. No es así y Pilato en el tercer juicio dice a los judíos: "Ni Herodes ni yo encontramos en él causa alguna de muerte".

Después de los fracasos anteriores, Pilato equipara a Jesús con un criminal y ladrón, con Barrabás. La propuesta era, a quién de los dos querían que les soltase. La plebe prefiere a Barrabás, a la vez que grita que Jesús sea crucificado.

Ante las decepciones anteriores, Pilato decidió dar a Jesús un sustitutivo de la pena capital, para acallar al pueblo: "Le castigaré y luego le soltare". Después de este episodio, es cuando Jesús es flagelado y viene el hecho del ECCE HOMO.

Y tenemos pues, el cuándo y el porqué.

Una vez la orden de castigo, Jesús fue atado con cuerdas gruesas y resistentes.Las manos por encima de la cabeza, quedando así, casi suspendido de la parte alta de la columna o del techo. De esta manera quedaba inutilizado, para que no pudiera defender algunas partes del cuerpo con los brazos, y para que en el caso de shock, no cayera al suelo.

El instrumento utilizado para la flagelación, fue el flagrum taxillatum, que se componía de un mango corto de madera, al que estaban fijos tres correas de cuero de unos 50 cms., en cuyas puntas tenían dos bolas de plomo alargadas, unidas por una estrechez entre ellas; otras veces eran los talli o astrágalos de carnero. El más usado era el de bolas de plomo.

El número de latigazos, según la ley hebrea, era de 40, pero ellos por escrúpulos de sobrepasarse, daban siempre 39. Pero Jesús fue flagelado por los romanos, en dependencia militar romana, por tanto more romano, es decir, según la costumbre romana, cuya ley no limitaba el número. Sólo estaban obligados a dejar a Jesús con vida, por dos razones: una, para poder mostrarle al público para que éste se compadeciera (era la intención de Pilato), y la otra, para que en caso de condena a muerte, llegara vivo al lugar de suplicio y crucificarlo vivo: era le ley.

Cuando los clásicos latinos nos hablan de esta flagelación more romano, nos dicen que el reo quedaba irreconocible en su aspecto y sangrando por todo el cuerpo. Así quedó Jesús. Por eso a la pregunta: ¿cuántos latigazos dieron a Jesús? la respuesta es, hasta que le dejaron irreconocible; hasta que se cansaron. La ley romana no limitaba el número. Todas las partes del cuerpo de Jesús fueron objeto de latigazos. Eso sí, respetaron la cabeza y la parte del corazón, porque hubiera podido morir, como les había sucedido con otros. Y en este caso tenían una consigna: no matarlo. Así lo había mandado Pilato: "Le castigaré y luego le soltaré"..

Las correas de cuero del flagrun taxillatum, cortaron en mayor o menor grado la piel de Jesús en todo su cuerpo: en la espalda, el tórax, los brazos, el vientre, los muslos, las piernas. Las bolas de plomo, caídas con fuerza sobre el cuerpo de Jesús, hicieron toda clase de heridas: contusiones, irritaciones cutáneas, escoriaciones, equímosis y llagas. Además, los golpes fuertes y repetidos sobre la espalda y el tórax, provocaron, sin duda, lesiones pleurales e incluso pericarditis, (como demostraremos en otra ocasión), con consecuencias muy graves para la respiración, la marcha del corazón y el dolor.

Pero si en la parte externa Jesús quedó irreconocible por las heridas y por la sangre, en el interior de su organismo sufrieron también lesiones muy graves órganos vitales, como el hígado y el riñón. Los golpes fuertes sobre la zona renal, instauraron sin duda, una disfunción en los riñones. Lo mismo podemos decir sobre el hígado, donde provocaron también una disfunción del mismo. A esta disfunción o insuficiencia hepato-renal, junto a mayor pérdida de sangre, fueron acompañadas de cambios electrolíticos y de otros parámetros biológicos con todas las consecuencias gravísimas para la supervivencia.

La disminución de la volemia por la nueva y abundante pérdida de sangre, aumentaron más gravemente la disnea o dificultad respiratoria, comenzada en Getsemaní. Esta disnea se aumentó todavía más, si cabía, por los golpes en la espalda y en el pecho que afectaron a órganos respiratorios y que además la hicieron dolorosa. Una hipercadmia muy seria estaba instaurada. Jesús tenía graves síntomas de asfixia. La hipotensión arterial comenzada en Getsemaní y aumentada con la desnutrición y la nueva pérdida de líquido corporal y de sangre, le dejaron materialmente sin fuerzas. Jesús no se tenía. Sin duda cayó, al desatarle las cuerdas, sobre el charco de sangre que había salido de su cuerpo. No olvidemos, que todo esto recayó sobre una dermis y epidermis sumamente sensible al dolor después de la hemathidrosis.

En las circunstancias de Jesús es imposible explicar médicamente el dolor que sentiría cada vez que recibía un correazo con las bolas de plomo. Podríamos decir que en estos momentos Jesús era SÓLO DOLOR.


© copyright 1998, Christus Rex, Inc

EL ROSTRO DE CRISTO, ¿CÓMO ES?


El Rostro de Cristo, ¿cómo es?
Hay un retrato de Jesús que sí tiene mucha influencia en los demás y es la imagen que damos los cristianos


Por: P. Máximo Álvarez Rodríguez | Fuente: Catholic.net




Hace un tiempo unos supuestos científicos se atrevieron a presentar un retrato de Cristo. Decían basarse en el hallazgo de un cráneo de una persona judía contemporánea de Jesús. La conclusión parece un poco atrevida, puesto que es como si después de veinte siglos intentaran descubrir cómo era Miss España 2000 por la cabeza de una persona poco agraciada de la misma época. En aquel tiempo habría, como ahora, altos y bajos, guapos y feos, de todo...

Lo cierto es que el presunto retrato de Jesús, difundido por los presuntos investigadores, da un poco de pánico. Sin embargo, aunque de la tradición y de los datos que ofrece el Evangelio parece desprenderse la idea de un Jesús atractivo, no tendría por qué extrañarnos que Jesús hubiera sido una persona fea.

Dicha teoría existe, basada en el cántico del "Siervo de Yahvé" de Isaías. La defendieron autores tan famosos como San Justino, San Basilio, San Cirilo y Tertuliano, en principio hostiles a todo lo que el cuerpo significa. Pero otros Padres de la época como San Jerónimo, San Gregorio de Nisa, o San Juan Crisóstomo, defendieron lo contrario.

En todo caso Jesús, que asumió la pobreza y debilidad humanas, pudo haber asumido perfectamente la fealdad corporal. Pero parece que no ha sido así. Por lo tanto el mencionado retrato virtual parece, cuando menos, una impertinencia.

Hay un retrato de Jesús que sí tiene mucha influencia en los demás y es la imagen que damos los cristianos, la imagen que da la Iglesia.

Y últimamente, por eso de que siempre destaca más lo negativo, dicha imagen en los medios de comunicación no ha salido tampoco demasiado bien parada. Que si los Obispos no condenan claramente el terrorismo, que si los misioneros, que si un cura hizo o dijo no sé qué...

En la mayoría de estos casos si uno se deja llevar de la primera impresión, de los titulares y aún de los primeros comentarios, se comprende que puedan suscitar un sentimiento de indignación.

Pero a medida que se va profundizando en las noticias y recogiendo datos, las cosas se ven de otra manera.

Pero vamos a ponernos en el peor de los casos: que los miembros de la Iglesia cometemos errores o que nuestra manera de actuar pueda causar escándalo (unas veces con razón y otras sin ella). Lo primero que debería tener presente la persona escandalizada es aquella frase de Jesús a los fariseos que querían apedrear a la mujer: "el que esté limpio de pecado que tire la primera piedra".

Y no olvidemos que la Iglesia somos todos, no sólo las Jerarquías eclesiásticas, sino en primer lugar todos los bautizados. Ya el Concilio dejó bien clara la doble condición de la Iglesia "santa y pecadora".

No es lo preocupante que el rostro de Jesús sea feo o guapo, sino que la mencionada investigación no responde a criterios objetivos. No es lo preocupante la imagen a veces lamentable de la Iglesia sino la incomprensión, sensacionalismo fariseísmo o mala uva con que algunos que también forman parte de ella se regodean.

Es como si alguien se recreara en reirse o divulgar los defectos o debilidades de una persona. Pero sobre todo la belleza de la divinidad de Jesús y de la Iglesia, en cuanto sacramento de salvación, es algo que no deja lugar para la duda.

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 29 DE MARZO DEL 2015 - DOMINGO DE RAMOS


Cristo va a ir a la cruz esta Semana Santa. Y tú, ¿a dónde?
Cuaresma y Semana Santa

Marcos 14, 1-15,47. Domingo de Ramos B. Otra vez va Cristo, en estos días, a morir en la cruz por nosotros, para salvarnos de nuestros pecados. 


Por: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net



Del santo Evangelio según san Marcos 14, 1-15, 47
Faltaban dos días para la Pascua y los Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y matarle. Pues decían: "Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo." Estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza. Había algunos que se decían entre sí indignados: "¿Para qué este despilfarro de perfume? Se podía haber vendido este perfume por más de trescientos denarios y habérselo dado a los pobres." Y refunfuñaban contra ella. Mas Jesús dijo: "Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena en mí. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya." Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo le entregaría en momento oportuno. El primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?" Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: "Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros."

Oración introductoria
Ven, Espíritu Santo, ilumina mi mente y, sobre todo, mi corazón. No quiero ser un simple espectador, pasivo, indiferente, que hoy aclama ¡Hosanna! Bendito el que viene… para abandonarte o traicionarte en un par de días más.
Petición
Jesús, que esta oración me dé la fuerza de voluntad para decidirme a seguirte siempre de manera apasionada y fiel.

Meditación del Papa Francisco
Hemos escuchado la Pasión del Señor. Nos hará bien hacernos una sola pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor? ¿Quién soy yo ante Jesús que entra con fiesta en Jerusalén? ¿Soy capaz de expresar mi alegría, de alabarlo? ¿O guardo las distancias? ¿Quién soy yo ante Jesús que sufre?
Hemos oído muchos nombres, tantos nombres. El grupo de dirigentes religiosos, algunos sacerdotes, algunos fariseos, algunos maestros de la ley, que habían decidido matarlo. Estaban esperando la oportunidad de apresarlo. ¿Soy yo como uno de ellos?
También hemos oído otro nombre: Judas. Treinta monedas. ¿Yo soy como Judas? Hemos escuchado otros nombres: los discípulos que no entendían nada, que se durmieron mientras el Señor sufría. Mi vida, ¿está adormecida? ¿O soy como los discípulos, que no entendían lo que significaba traicionar a Jesús? ¿O como aquel otro discípulo que quería resolverlo todo con la espada? ¿Soy yo como ellos? ¿Soy yo como Judas, que finge amar y besa al Maestro para entregarlo, para traicionarlo? ¿Soy yo, un traidor? ¿Soy como aquellos dirigentes que organizan a toda prisa un tribunal y buscan falsos testigos? ¿Soy como ellos? Y cuando hago esto, si lo hago, ¿creo que de este modo salvo al pueblo?» (Homilía de S.S. Francisco, 13 de abril de 2014).
Reflexión
Con mucha frecuencia solemos hacer y escuchar esta pregunta: ¿A dónde vas a ir en esta Semana Santa? ¿Ya sabes a dónde?

Durante una de mis "peregrinaciones" romanas, tuve la oportunidad de visitar, hace varios meses, una histórica iglesita ubicada en la Vía Apia llamada "Quo vadis?". La tradición refiere que fue precisamente este lugar en donde se le apareció Nuestro Señor al apóstol san Pedro cuando, aconsejado por los fieles cristianos, emprendía su huida de Roma para librarse de las manos de Nerón durante la persecución religiosa del año 64 de nuestra era. El escritor polaco Henryk Sienkiewicz inmortalizó esta leyenda en la famosa novela que lleva el mismo nombre: "Quo vadis?", que quiere decir: "¿A dónde vas, Señor?". A esta pregunta, Jesús respondió: "Voy a Roma a ser otra vez crucificado". El apóstol entendió el mensaje y enseguida dio marcha atrás. A escasos tres años de este encuentro, Pedro moría crucificado a los pies de la colina vaticana, en el circo –o estadio– de Calígula y Nerón. Yo creo que también nosotros, en estos momentos, podemos dirigir a Cristo la misma pregunta que entonces le hizo Pedro: “¿A dónde vas, Señor?”.

Hoy, Domingo de Ramos, damos inicio a la Semana Santa. Es la "Semana Mayor" -como la solían llamar antiguamente- porque constituye la más importante y solemne celebración de todo el año litúrgico, pues en ella conmemoramos y revivimos los misterios de nuestra redención, los acontecimientos que nos dieron vida, vida eterna.

Sí. Otra vez va Cristo en estos días a morir en la cruz por nosotros, para salvarnos de nuestros pecados. Pero ahora no muere sólo en Jerusalén o en Roma, como entonces. Hoy en día muere místicamente en todos los rincones del planeta: muere en Irak, en la persona de tantos hombres involucrados en este conflicto armado y en tantas víctimas inocentes de esta guerra. Muere en los países del Medio Oriente, en Sudán, en Nigeria, en Indonesia, en la India y en Pakistán, a causa del terrorismo y los fanatismos religiosos; muere en Chechenia, en Colombia, en Burundi, en el Congo, en Ruanda y en Uganda, por la guerrilla, los odios raciales y la violencia; muere de hambre en tantas partes del Africa; y muere en miles y miles de mujeres de todo el mundo "civilizado" que hacen de su vientre la guillotina de sus propias criaturas indefensas y no queridas.... como Herodes en la matanza de los niños inocentes, con la diferencia de que el cruel tirano no asesinó a tantos.

¿A dónde va Cristo esta Semana Santa? Sí. A morir otra vez en la cruz. Y la causa más profunda de su muerte está en las mismas raíces del corazón humano: en la injusticia y en la soberbia de cada uno de nosotros; en la ambición y la prepotencia de los fuertes; en nuestra sensualidad y egoísmo brutal. En una palabra, en nuestro horrible pecado. ¡Ése es el motivo de por qué Nuestro Señor va a la cruz! Y el "para qué" de su muerte en el Calvario también está aquí. Él, verdadero Dios y verdadero Hombre, es el único capaz de redimirnos de nuestros males y de curar todas nuestras heridas y las llagas más profundas de nuestra alma. ¡Sólo Él podía hacerlo y lo hizo! Quizá si meditamos un poco más en esto podremos comprender algo de lo que significa la Pasión y la muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Hoy es Domingo de Ramos porque celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero entra como un rey humilde, pacífico y manso. No entra con tanques ni con metralletas para conquistar la ciudad. Tampoco entra en un caballo blanco al sonido de las trompetas, como lo hacían antaño los emperadores o los generales romanos después de vencer a los enemigos. No. Jesús entra montado en un burrito, signo de humildad y de mansedumbre. Es aclamado por gente buena y sencilla, y una gran cantidad de sus discípulos son mujeres y niños. Lo proclaman rey no con el estruendo de las armas, sino con los gritos de júbilo. Y no agitan bayonetas o pancartas, sino ramos de olivo y de laurel, signos de la paz. ¡Éste es Jesús, nuestro Rey, el Rey de la paz y del amor verdadero, el que entra hoy triunfante a Jerusalén!

Pero también hoy es Domingo de "Pasión" porque iniciamos esta semana de dolor, que culminará en la Cruz. Por eso en el Evangelio de la Misa de este día se proclama toda la pasión del Señor. Sólo ocurre esto dos días en todo el año: hoy y el Viernes Santo. Pero la muerte de Cristo en el Calvario no es una derrota, sino el triunfo más rotundo y definitivo de Nuestro Señor sobre los poderes del mal, del pecado y de Satanás.

Estos días santos son, pues, para acompañar a Cristo en los sufrimientos de su Pasión y en su camino al Calvario: para unirnos a Él a través de la oración, los sacramentos, la caridad, el apostolado y las obras buenas. ¡Tántas cosas podemos hacer en favor de los demás!, pero tal vez nos falta imaginación o inventiva. O pensar más en los demás y menos en nosotros mismos.

Propósito
¿A dónde vas a ir esta Semana Santa? ¿a la playa? ¿a la discoteca? No estoy diciendo que esto esté mal necesariamente, pero sí que podría estar mucho mejor. No basta con no pecar y con no hacer mal a nadie. Creo que bastantes de nosotros deberíamos cambiar –un poco al menos– nuestro modo de concebir y de pasar estos días. No son simples días de vacación, aunque no dudo que los tengamos merecidos. Pero aquí estamos hablando de algo mucho más profundo. Cristo va a ir a la cruz esta Semana Santa. Y tú, ¿a dónde?

Diálogo con Cristo
Jesús mío, se inicia un tiempo especial para crecer en el amor, en todos los sentidos. Permite que sepa desprenderme de todo lo que me impida entregarme plenamente a los demás, especialmente a aquellos con los que voy a pasar esta Semana Santa. Quiero desgastarme, trabajar y luchar, desde mi vocación, para que tu mensaje de amor alcance al mayor número posible de hombres y mujeres.

 
Preguntas o comentarios al autor P. Sergio Cordova LC

REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO DE RAMOS


Reflexión para el Domingo de Ramos


Con el Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa, es hora de completar la conversión personal a la que Jesus nos invita en cada Cuaresma.


Por: Hna. Francisca Sierra Gómez | Fuente: Alforjas de Pastoral



No podemos empezar esta reflexión sin dirigirnos directamente a Jesús, y lo vamos a hacer ya: "Jesús, quiero pedirte luz, sentimientos, sensibilidad para comprender lo que pasaste cuando entraste triunfalmente en Jerusalén. Hoy quiero comprender el porqué de lo que hiciste y el porqué de tu llanto. Por eso te pido que sepa estar atenta y no perderme ningún momento de esta escena".

Leamos con muchísima atención, lo que nos narra el Evangelio de Lucas, en el capítulo 19, versículo 29-44, y en el capítulo 13,34-35:

Dicho esto, caminaba delante de ellos subiendo a Jerusalén. Cuando ya estaba cerca de Betfagé y Betania, junto al Monte llamado de los Olivos, envió a dos discípulos diciendo: "Id a la aldea de enfrente. Al entrar, encontraréis un borriquillo atado sobre el que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Si alguno os pregunta por qué lo desatáis, le diréis así: "El Señor lo necesita". Los enviados fueron y lo encontraron tal como les había dicho. Mientras desataban el borriquillo, sus dueños les dijeron: "¿Por qué desatáis al borriquillo?". Ellos replicaron: "El Señor lo necesita". Y lo llevaron a Jesús. Y echando sus mantos sobre el borriquillo, montaron a Jesús. Mientras Él avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la bajada del Monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todos los prodigios que habían visto, exclamando: "¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!". Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron: "¡Maestro, reprende a tus discípulos!". Él respondió: "Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras". Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella diciendo: "Si supieras también tú en este día lo que te lleva a la paz... Pero ahora está oculto a tus ojos, porque vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de un vallado, te cercarán y te estrecharán por todas partes, y te aplastarán contra el suelo, a ti y a tus hijos que estén dentro de ti. Y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho.

Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados... ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como el ave a sus polluelos bajo las alas, y no quisisteis! Pues sabed que vuestra casa va a quedar desierta. Pero os digo que no me veréis hasta que llegue el día en que digáis "Bendito el que viene en nombre del Señor".

Faltan cinco días para celebrar la Pascua y Jesús, que está en Betania, decide hacer su entrada triunfal en la ciudad de Jerusalén. Prepara toda la comitiva y se dirigen hasta esta ciudad. Y cuando ya ha salido de Betania y se hallan enfrente de Betfagé, entonces ocurre un momento histórico y sorprendente: Jesús le dice a sus discípulos que vayan a la aldea que está enfrente, que cojan allí el pollino que está atado, que lo traigan; y cuando lo han traído ya, Él se monta sobre el pollino y empieza la comitiva hacia Jerusalén. Todo está perfecto. Cuando va entrando, toda la multitud que le ve entrar así, comienza a gritar: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna! ¡Hosanna al hijo de David!". Pero Jesús, al ver la ciudad, al ver todo lo que ha pasado en ella, todo lo que ha hecho en ella, todo el bien que ha hecho, todo lo que ha querido para ella... lloró. Y ese llanto fue como una espada de dolor en su corazón. Los sacerdotes, los escribas que ven toda esta multitud, critican a los discípulos y les reprenden: "¿Por qué hacen eso? ¿Por qué este tumulto?". Pero Jesús, una vez más se da cuenta de que no le reciben, de que no le quieren, y se vuelve otra vez a la aldea de Betania.

¡Qué escena tan sentimental y tan conmovedora! En plena oración con Jesús, vamos a sentir lo que Él sentía en estos momentos... En primer lugar, vemos un Jesús deseoso de ya llegar a su Pasión. Y como todos esperan una entrada triunfal, Él les va a manifestar cómo es su triunfo, cómo es su Reino. Y se monta sobre un pollino. Un pollino: este animal que era usado como el símbolo de la paz, de la mansedumbre, de la humildad. ¡Y qué suerte tuvo este borriquillo! -yo me pregunto muchas veces-, ¡qué suerte tuvo este borriquito que tuvo en él y se montó en él Jesús, y lo tuvo por trono! Me recuerda ese salmo 72 que dice: "Como un borriquito soy yo delante de ti, / pero estaré siempre a tu lado / porque Tú me has tomado de tu diestra". Qué salmo... y qué bonito, ¿no?... ver a Jesús también así. ¡Y qué suerte si yo pudiera llevar a Jesús en mi trono!

Y continuamos y vemos a Jesús que, al divisar la ciudad de Jerusalén, y ver toda esa multitud que realmente sale y le aclama y le dice: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene!" -los niños, con palmas, con todo-, vio la falsedad de toda esta multitud. Qué forma de aclamarle: "¡Hosanna!", cuando a los pocos días: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!". Y me hace pensar muchas veces en mi propia historia, que tan pronto estoy aclamando, como estoy haciendo daño. Y esto le duele a Jesús. Es la historia de mi vida, es la historia de la misericordia de Dios sobre mí. Y cuando Jesús ve y divisa Jerusalén, cuando Jesús divisa mi vida, llora y me dice: "¡Jerusalén, Jerusalén, Jerusalén... cuántas veces he querido recogerte! ¿Cuántas veces te he querido cubrir como el ave o la gallina cubre a sus hijos debajo de sus alas, y tú no has querido?". ¡Cuánta rebeldía, Señor! La historia de mi vida se compone de todo esto... ¡Cuántas veces, Jesús, has pasado por mi vida y te has hecho el encontradizo! ¡Cuántas gracias ordinarias y extraordinarias he tenido en mi vida, y no me he dado cuenta! Y Tú, al verme, lloras y me dices: "Si te dieras cuenta... si tuvieras un corazón sensible... si tuvieras unos ojos abiertos para ver cómo Yo estoy actuando en tu vida...". Pero yo también te digo hoy: "Sé que mi historia, Jesús, es una historia de amor contigo, y que tu misericordia cubre todo..."

Hoy me quedo triste y viendo cómo Jesús llora y se lamenta. Dice el texto del Evangelio que cuando llegó cerca, al ver la ciudad, lloró por ella. Y lloró y se lamentó en alta voz. Y vio la desgracia que le ocurría y sollozó: "¡Ay de ti...!". El llanto tuyo, Jesús, me impacta. ¿Llorarás mucho sobre mi vida actual? ¿Llorarás al verme? ¿Te daré tanta pena?... Pero no, Jesús, yo no me quiero quedar ahí. Quiero saber que Tú me quieres, que entro en tu misericordia, que entro en tu amor. Y quiero ser, como decía antes, ese humilde borriquito. Que sólo sirva para eso, nada más: sólo sirva para llevarte. Y que ahí, con esas características, sencillamente, humildemente, pueda tenerte sobre mí.

Todo el texto de hoy, con un empiece de una semana de Pasión, me lleva a verte a ti, a sentirte, a quererte, a comprenderte. ¡Qué grande eres, Señor! Me figuro la escena, y estoy ahí... y veo la multitud que alaba, que grita, con palmas, los niños... Y te veo a ti, triste, acongojado, lamentándote, sollozando y diciendo: "¡Qué pena! Si se dieran cuenta de lo que está pasando en su vida... ¡Qué pena!". Y Tú también me miras a mí y me dices lo mismo: "Si te dieras cuenta de algo..., si te dieras cuenta de todo el amor que te tengo, si te dieras cuenta de cómo estoy trabajando tu vida y de cuántas gracias y de cuántos momentos y de cuántas actitudes estoy dándote y regalándote!".

En este encuentro nos quedamos así, pensando y encontrándonos con la mirada de Jesús: Jesús mira a Jerusalén, Jesús me mira a mí. Y en silencio, ahí, en la profundidad del amor, comprendemos el llanto de Jesús, el amor enorme, y lo que me dice: que me dé cuenta, que me despierte, que no grite "¡Hosanna!" y al rato "¡Crucifícale!". Y que le puedo crucificar continuamente, con mis palabras, con mis gestos, con mis acciones.

Señor, no quiero verte llorar sobre mi vida, y quiero ser humilde, buena, obediente, fiel. Haz, Señor, que mi vida no sea un llanto para ti, sino que sea una continua alabanza de tu amor y una continua alegría. Y que pueda decir "¡Hosanna, Jesús, porque me quieres! ¡Hosanna, porque me perdonas! ¡Hosanna, porque Tú eres mi Rey!". Y yo, como humilde borriquito, te llevaré en mi trono, Señor. Gracias.

LA ENTRADA DE CRISTO A JERUSALÉN

La entrada de Cristo a Jerusalén.
Meditaciones para toda la Cuaresma
Domingo de Ramos. ¿Qué tanto soy capaz de seguir a este Cristo, que como rey, va a ser sacrificado por mí?


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net




El día de hoy para acompañar a Cristo en su pasión, su muerte y su resurrección, vamos a centrar nuestra reflexión en la entrada de Cristo a Jerusalén

La entrada Mesiánica de Jesús en Jerusalén, tal como la presenta San Juan, se encuentra centrada en un contexto muy particular. No hay que olvidar que los evangelios son una carga espiritual, teológica, de presencia de Cristo. Por así decirlo, son un retrato descrito.

San Juan ubica la entrada de Cristo en Jerusalén, por una parte, en el contexto de la unción de Betania, en la que se ha vuelto a hablar de la resurrección. Junto con este aspecto de la resurrección aparece, como sombra constante, la determinación de los sumos sacerdotes para deshacerse de Cristo. Y como un segundo trasfondo de la entrada de Cristo en Jerusalén está el contexto del discurso de Jesús sobre el grano de trigo que tiene que caer y morir para dar fruto.
Dice el Evangelio: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto". En el texto del grano de trigo se vuelve a repetir el mismo dinamismo que se encierra en la voz de "lo he glorificado", junto con la conciencia clara de la presencia inminente de la pasión.

A nosotros nos llama mucho la atención que todo el misterio de la entrada de Jesús en Jerusalén quiera estar enmarcado en este contraluz de muerte y resurrección (el grano de trigo que muere para poder dar fruto), pero, independientemente de que pueda ser un poco literario, este contexto nos permite ver lo que es exactamente la entrada de Cristo en Jerusalén.

Por una parte vemos que el pueblo realiza lo que estaba escrito que tenía que realizar: "Esto no lo comprendieron sus discípulos de momento; pero cuando Jesús fue glorificado, se dieron cuenta de que esto estaba escrito sobre él, y que era lo que le habían hecho".

Por otra parte, la voz del pueblo es un signo que indica lo que Cristo es verdaderamente: "Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel". Sin embargo, como tantas veces sucede con Cristo, los hombres actúan sin saber que están actuando de una forma profética. El pueblo no sabe lo que hace, pero aclama el triunfo y el éxito maravilloso de un taumaturgo que resucitará. Además, las palabras de la gente tienen un total carácter de proclamación mesiánica, por la que Cristo se presenta como liberador de Israel. Y así, Cristo cumple un gesto mesiánico que Zacarías había profetizado: "No temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna". Cristo se sienta en el asno, aceptando con ello el que se le proclame Rey, realizando así la profecía de Zacarías.

Sin embargo, esto no obscurece su conciencia de que su mesianismo no es de tipo mundano, sino que esta unción como Mesías, esta proclamación, es el camino que lo va a llevar a la cruz. No hay que olvidar que el Mesías es el que resume, en sí mismo, todos los símbolos de Israel: el profeta, el sacerdote, el rey. Y como dijo el mismo Cristo, es el profeta que va a morir en Jerusalén, y es el sacerdote que llega hasta donde está el templo para ofrecer el sacrificio.

Pero, junto con esta visión externa que nos puede ayudar a preguntarnos: ¿qué tanto soy capaz de seguir a este Cristo, que como rey, profeta y sacerdote va a ser sacrificado por mí?, yo les invitaría a contemplar el alma de Cristo, el interior de Cristo en su entrada a Jerusalén.

El alma de Cristo tiene ante sí, con una gran claridad, el plan de Dios sobre Él. Cristo sabe que Dios ha querido unir su glorificación con el misterio de la pasión. Es una gloria que pasa a través de la infamia y del rechazo de los hombres, una gloria que pasa por la paradoja de los planes de Dios, una gloria que quiere pasar por la total donación del Hijo de Dios para la salvación de los hombres.

Cristo tiene claro en su alma este plan de Dios, y con toda libertad y con toda decisión, lo acepta. Él sabe que al ser proclamado Rey, y al entrar en Jerusalén como Mesías, está firmando la sentencia que le lleva al sacrificio, y sin embargo, lo hace. Entonces los fariseos comentaban entre sí: "¿Veis cómo no adelantáis nada?, todo el mundo se ha ido tras él". Él sabe que la exaltación real que a Él se le dará cuando sea levantado, es la de la cruz, la del cuerpo para el sacrificio.

La cruz será su gloria de dominio, será su palabra profética de discernimiento y también será la unción con la que su cuerpo será marcado como sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza. La cruz será su trono de dominio desde el que Él va a atraer a todos los hombres hacia sí mismo: "Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí". En su alma aparece el deseo de donarse, porque ha llegado la hora para la que había venido al mundo, la hora del designio de amor sobre la humanidad, la hora por la que Dios entre, de modo definitivo, en la vida de los hombres por la gracia de la redención.

Sin embargo, todos los sentimientos se van mezclando en Cristo. Así como es consciente de que ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre, es también consciente de que el grano de trigo tiene que caer en tierra para poder dar fruto: "Pero mi alma se turba, ¿y cómo voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero es para esta hora que yo he venido al mundo."

Podríamos terminar con una reflexión sobre nosotros mismos, sin olvidar que nuestra vocación cristiana también es una perspectiva de la luz que pasa a través de la cruz: Mi vocación es luminosa solamente cuando pasa a través de la cruz. Tiene que pasar por el mismo camino de Cristo: la aceptación generosa de la cruz, la aceptación generosa de los signos que nos llevan a la cruz.

Para Cristo, el signo de la entrada de Jerusalén, es el signo que le lleva a la cruz; para nosotros cristianos, nuestro Bautismo es un signo que nos indica, necesariamente, la presencia de la cruz de Cristo. Se trata de ser seguidor de Cristo, marcado con el signo indeleble de la cruz en el corazón y en la vida. El cristiano ha de ser capaz, como Cristo, de recoger los frutos de vida eterna del árbol fecundo de la cruz, para uno mismo y para sus hermanos.

Para quien juzga según Dios, la abnegación es Sabiduría Divina envuelta en el misterio de Cristo crucificado. No existe otro camino para ser seguidor de Aquél que no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.

Toda la vida de Cristo, y particularmente su pasión, tiene un profundo significado de servicio para la gloria del Padre y para la salvación de los hombres. El Primogénito de toda criatura -al cual corresponde el primado sobre todas las cosas que son en el cielo y en la tierra-, el que viene en el nombre del Señor, el rey de Israel, se ha hecho siervo de todos los hombres y dado a muerte en rescate de sus pecados.

Cristo entra en Jerusalén; Cristo nos habla del grano de trigo, nos habla de ser exaltados en la cruz, y nos hace una pregunta que tenemos que responder: "¿Puedes beber del cáliz que yo beberé?."
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