martes, 21 de noviembre de 2017

LA VERDADERA FIESTA DE ACCIÓN DE GRACIAS

La verdadera fiesta de Acción de Gracias
La Eucaristía (Acción de Gracias en griego) es la única Acción de Gracias verdaderamente digna del don recibido


Por: Bruno M. | Fuente: InfoCatolica.com 



Los norteamericanos celebran el cuarto jueves de noviembre su Día de Acción de Gracias, una de las principales fiestas del país, que junto con Todos los Santos y Navidad, configura todo el calendario de la última parte del año. Es una festividad entrañable, en la que las familias suelen reunirse, se preparan buenas comilonas con platos que nadie prepara durante el resto del año, se tienen las peleas y discusiones propias de estas reuniones, muchos regalan pavos de peluche a los niños o ponen enormes pavos inflables en el jardín y todo el mundo se felicita y se divierte.
Como sabrán los lectores, la festividad recuerda a los puritanos del Mayflower, que se habían establecido en Massachusetts huyendo de la persecución de otros protestantes (anglicanos) en Inglaterra. Estos puritanos, que en Estados Unidos se conocen como los pilgrim fathers, los padres peregrinos, pasaron muchas penalidades. Cuando por fin recogieron su primera cosecha en 1621, se reunieron, acompañados por los indios del lugar, para comer los frutos y dar gracias a Dios por ellos.
Por supuesto, como ha sucedido con tantas otras fiestas, Acción de Gracias estásecularizándose a pasos agigantados. La bonita costumbre de dar gracias a Dios en familia antes de la comida por las gracias regaladas durante el año, se está sustituyendo cada vez más por la extraña práctica de decir cosas por las que uno está agradecido, así en general, omitiendo a quién se le agradece todo eso, como si tuviera algún sentido dar gracias sin dárselas a nadie. Cuando veo escenas como esa en la televisión, siempre me da la impresión de estar contemplando a alguien que, en medio de una calle desierta y gris, rodeada por rascacielos y azotada por el gélido viento neoyorquino otoñal, dice hablando solo y mirando al vacío: “¡Muchas gracias, señor! Muy amable por su parte. Se lo agradezco de verdad”.
Me gusta pensar que, a pesar de todo, Dios escucha sus acciones de gracias y las tiene en cuenta. Ni una sola oración se pierde, incluso si es tan confusa, incompleta y agnóstica como esa. Además, estoy convencido de que ese sentimiento de agradecimiento es una praeparatio evangelica, que va disponiendo las almas que han abandonado la fe para recibirla de nuevo, a poco que escuchen la predicación de la Buena Notica.
Conviene señalar que esta secularización de la fiesta es la consecuencia lógica de la secularización que ya sufrió el Acción de Gracias original. Los puritanos, como todos los protestantes, son los primeros secularizadores, que abandonaron una gran parte de la fe y la mundanizaron, dejando por el camino sacramentos, purgatorio, oraciones por los difuntos, libros de la Biblia, Tradición, magisterio, a los santos y a nuestra Señora. En ningún sitio se ve eso con más claridad que en la acción de gracias de los pilgrim fathers que, entre cristianos no secularizados (es decir, católicos) habría sido una Misa.
Los puritanos cambiaron la Acción de Gracias sobrenatural y con mayúsculas por una acción de gracias meramente humana, porque eso es lo que significa Eucaristía en griego, Acción de Gracias. Los pobres peregrinos del Mayflower hicieron lo que pudieron, pero ya habían perdido la capacidad de ofrecer a Dios la única Acción de Gracias verdaderamente digna del don recibido, porque en ella se entrega a Dios ese mismo don que nos dio: Jesucristo, su Hijo amado.
En ese sentido, el verdadero Día de Acción de Gracias debería ser el 8 de septiembre, la fecha en la que se celebró la primera Misa en lo que hoy es Estados Unidos. Medio siglo antes de la llegada del Mayflower a Massachusetts, los españoles llegaron a la Florida, capitaneados por Pedro Menéndez de Avilés. Como avistaron tierra el 28 de agosto, fiesta de San Agustín, dieron ese nombre a la primera ciudad fundada en norteamérica: San Agustín de la Florida. El día 8 de septiembre desembarcaron y, enseguida, construyeron un altar, lo decoraron y celebraron la Santa Misa, acompañados por los indios timuacanes del lugar.
Los españoles también tuvieron su comida después, como los puritanos, y también comieron acompañados por los indios, pero lo importante había sucedido antes. El Santo Sacrificio, la Pascua del Señor, se había celebrado por primera vez en tierras norteamericanas y ya nada sería igual. Los españoles eran pecadores como los demás (las luchas contra los franceses que intentaban establecerse en América, en algunos casos ferocísimas, comenzaron casi enseguida), pero de sus manos había llegado al nuevo continente la medicina de inmortalidad, el centro y culmen de la vida cristiana, el banquete celestial y prenda de la vida eterna.
A veces me gusta imaginar que el arzobispo de Santo Domingo y Primado de América pide solemnemente al Papa que instaure una nueva fiesta para todo el continente americano: el verdadero Día de Acción de Gracias de toda América, en recuerdo de la primera Eucaristía celebrada en tierras americanas. El 6 de enero de 1494, ciento veinticinco años antes del banquete de los puritanos ingleses, se celebró la primera Misa en La Isabela, en lo que hoy es la República Dominicana. Se encargó de celebrarla el P. Bernardo Boil, nombrado legado por el Papa para la evangelización del nuevo continente, acompañado por cuatro franciscanos, un mercedario y un jerónimo.
Sería fantástico contar con esa nueva fiesta que resaltara lo más valioso que llevaron los españoles a América: la Misa. Si se celebrara en todo el continente, quizá los hispanoamericanos recordarían de nuevo lo que verdaderamente los une, más allá de fronteras y por encima incluso de la lengua y la cultura: la fe en Cristo, cuya crucifixión y resurrección se hacen presentes todos los días sacramentalmente en América desde hace más de 520 años. Laus Deo.

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