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lunes, 18 de mayo de 2015

EL DON DE LA FORTALEZA



El don de la Fortaleza
Reflexiones Pascua y Pentecostés

Los dones del Espíritu Santo y la oración. El Espíritu Santo da fuerza y energía.


Por: P. Donal Clancy, L.C. | Fuente: la-oracion.com



Frutos del don de la fortaleza
Antes de la Ascensión, Jesús dice a los apóstoles: «Permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos de poder desde lo alto. Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes» (Lc 24, 49; Hech 1, 3-4). El día de Pentecostes, impulsados por "las ráfagas" del Espíritu y el "fuego" que hacía arder sus palabras, los apóstoles se llenaron de valentía para predicar a Cristo (Hech 2, 2-4. 14-40). A través de su audacia, se cumplió la promesa de Cristo: "Cuando venga el Espíritu de la verdad, dará testimonio de mí. Y también ustedes darán testimonio de mí" (Jn 15, 26-27). Un testimonio que los apóstoles consumirán con el martirio cruento.
 
Esta es la fortaleza, don del Espírtu Santo. Hay una fortaleza humana, propia de los hombres valerosos. Corona las demás virtudes – a la caridad, celo, humildad, etc. – dándoles consistencia y fuerza. Sin embargo, tiene un límite inevitable: la debilidad humana. El don del Espíritu Santo perfecciona esta virtud dando fuerza y energía para hacer o padecer intrépidamente cosas grandes, a pesar de todas las dificultades. Nos es necesaria para resistir las tentaciones fuertes o persistentes, para emprender grandes obras, para superar la persecución, para practicar con perfección y perseverancia las virtudes.
La fortaleza y la oración
El don de la fortaleza también contribuye a nuestra oración. Conocemos bien su dificultad múltiple, la lucha contra el cansancio, el sueño, las distracciones, la aridez. Quien se propone llevar con seriedad una vida de oración, a dedicar un espacio diario a la oración mental, descubre que ni siquiera el paso de los años le permite afrontar sin dificultad la consigna del Señor a "orar sin desfallecer" (Lc 18, 1). Allí está Getsemaní. Cristo ha dicho a los apóstoles: "Velad y orad", pero no resisten. No es sólo cansancio físico, es también pesadumbre anímica. San Lucas nos dice que el Señor les encontró"dormidos por la tristeza" (Lc 22, 45) y Él mismo los excusa: "El espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mc 14, 38). El espíritu humano no es suficiente, necesitarán el "poder que viene de lo alto". Jesús, al contrario, quien bajo el impulso del Espíritu ya había afrontado los 40 días del desierto (Lc 4, 1-2), ahora "sumido en agonía, insistía más en su oración" (Lc 22, 44).
Pidamos la fuerza del Espíritu Santo para perseverar en la oración como más tarde los apóstoles supieron hacerlo, junto con María (Hech 1, 14; 2, 42. 46). El Señor quizás sólo quiere ver la sinceridad de nuestro empeño y la humildad de nuestra súplica para darnos este don.
El don de la fortaleza en los momentos difíciles
El don también es necesario para la oración bajo otra luz. Dentro de la dinámica propia de la oración no es raro que la voluntad se retrae frente a alguna moción del mismo Espíritu. Cuando nos pide el Señor un sacrificio especial, acoger su voluntad en una enfermedad, en alguna noticia familiar triste, en una situación personal dolorosa. O quizás lo que nos pide el Señor no parece tan dramático, pero no encontramos en nosotros la fuerza para aceptarlo, para decidirnos a cambiar o a trabajar. Pidamos al Espíritu Santo que venga con su fortaleza en ayuda de nuestra debilidad.
Finalmente, está la oración, que bajo el impulso del Espíritu se abre no sólo a acoger la voluntad de Dios sino a pedir una mayor identidad con Cristo, víctima por nuestros pecados. Jesucristo después "de ofrecer ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte", acogió con obediencia voluntaria el designio de su Padre y "por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios" (Heb 5, 7-8; 9, 14).
No nos es fácil rezar así con sinceridad. Sin embargo, el Espíritu Santo nos puede llevar a penetrar el Corazón de Cristo, a ver todo como él lo ve, a tener "el pensamiento de Cristo" según una frase de San Pablo (1Co 2, 16). Entonces con el don de su fortaleza hace posible que pidamos de verdad sufrir con Cristo por la expiación de los pecados y la redención de los hombres.

martes, 7 de abril de 2015

¿CÓMO APRENDER A ESCUCHAR LAS INSPIRACIONES DEL ESPÍRITU SANTO?



¿Cómo aprender a escuchar las inspiraciones del Espíritu Santo?

El dulce Huésped del alma nunca está inactivo. San Pablo nos recuerda que actúa en nuestros corazones derramando el amor de Dios. El modo más común de su actuación son sus inspiraciones


Por: P. Jacques Philippe | Fuente: Catholic.net





Es un aprendizaje progresivo: se trata deconvertirse en aquellas ovejas que reconocen la voz de su pastor en medio de las otras voces que las rodean (Jn 10, 3-5). Para lograr esto, es necesario crear poco a poco un cierto“clima de vida” que comprende los siguientes elementos:

- Estemos firmemente decididos a hacer en todo la voluntad de Dios. Dios habla a aquellos que desean obedecerle.

- Llevemos una vida de oración regular, en la que intentemos principalmente tener una actitud de confianza, de disponibilidad interior a la acción de Dios. La fidelidad a la oración favorece y hace más profunda la disposición de apertura y de escucha.

- Meditemos regularmente las Santas Escrituras: su manera de tocar y hablar a nuestro corazón despierta en nosotros una sensibilidad espiritual y nos acostumbra poco a poco a reconocer la voz de Dios.

- Evitemos lo más posible las actitudes que pueden cerrarnos a la acción del Espíritu: la agitación, las inquietudes, los miedos, los apegos excesivos a nuestra propia manera de hacer o de pensar. La escucha al Espíritu Santo requiere flexibilidad y desprendimiento interiores.

Aceptemos con confianza los acontecimientos de nuestra vida, aun cuando a veces nos contraríen o no correspondan a lo que nosotros esperábamos. Si somos dóciles a la manera en la que Dios conduce los acontecimientos de nuestra vida, si nos abandonamos entre sus manos de Padre, Él sabrá hablar a nuestro corazón. Mantengámonos – dentro de lo posible – en paz y en confianza, pase lo que pase.Cuanto más nos esforcemos por mantener la paz, más escucharemos la voz del Espíritu.

- Sepamos acoger los consejos de las personas que nos rodean. Seamos humildes de cara a nuestros hermanos y hermanas, no busquemos siempre tener la razón o la última palabra en las conversaciones. Reconozcamos nuestros errores y dejémonos corregir. Quien sabe escuchar a su hermano sabrá escuchar a Dios.

- Purifiquemos constantemente nuestro corazón en el sacramento de la penitencia. El corazón purificado por el perdón de Jesús percibirá su voz con más claridad.

- Estemos atentos a lo que pasa en el fondo de nuestro corazón. El Espíritu Santo no se deja escuchar en el ruido ni en la agitación exterior, sino en la intimidad de nuestro corazón, por medio de mociones suaves y constantes.

- Aprendamos poco a poco a reconocer lo que viene de Dios a través de los frutos que produce en nuestra vida. Lo que viene del Espíritu trae consigo paz, nos hace humildes, confiados, generosos en el don de nosotros mismos. Lo que viene de nuestra sicología herida o del demonio produce dureza, inquietud, orgullo, ensimismamiento…

Vivamos en un clima de gratitud: si agradecemos a Dios por un beneficio, él nos dará nuevas gracias, en especial las inspiraciones interiores que necesitamos para servirle y amarle.

martes, 27 de enero de 2015

EL PAPA FRANCISCO NOS DICE QUE LA FE ES UN DON DEL ESPÍRITU SANTO



Papa Francisco en Sta. Marta: 
la fe es un don del Espí­ritu Santo
 Fecha: 26 de Enero de 2015


Las mujeres son principalmente las que transmiten la fe. Así lo ha afirmado el santo padre Francisco durante la homilía de la misa celebrada este lunes en Santa Marta.


Haciendo referencia a la Carta de san Pablo a Timoteo, Francisco ha explicado que el apóstol le recuerda de dónde viene su “fe sincera”: la ha recibido del Espíritu Santo, “a través de la madre y la abuela”. Por eso, el Papa ha indicado que “son las madres, las abuelas, las que transmiten la fe”. Y ha añadido: “Una cosa es transmitir la fe y otra cosa es enseñar las cosas de la fe. La fe es un don. La fe no se puede estudiar. Se estudian las cosas de la fe, sí, para entenderla mejor, pero con el estudio nunca llegas a la fe. La fe es un don del Espíritu Santo, es un regalo, que va más allá de cualquier preparación”.

De este modo, ha especificado que es un regalo que pasa a través del “buen trabajo de las madres y de las abuelas, el buen trabajo de esas mujeres” en una familia, “puede ser también una empleada del hogar, puede ser una tía”, que transmiten la fe.

A este punto, el Santo Padre se ha preguntado, ¿por qué son principalmente las mujeres las que transmiten la fe? Y ha respondido: “Sencillamente porque quien nos ha traído a Jesús es una mujer. Es el camino elegido por Jesús. Él ha querido tener una madre: también el don de la fe pasa por las mujeres, como Jesús por María”.

Por otro lado, ha subrayado que “todos nosotros hemos recibido el don de la fe. Debemos cuidarlo, para que al menos no se debilite, para que continúe siendo fuerte con el poder del Espíritu Santo que nos la ha regalado”.  De este modo, el Santo Padre ha señalado que “si no tenemos este cuidado, cada día, de reavivar este regalo de Dios que es la fe, la fe se debilita, se agua, termina por ser cultura”.  

En contraste con esta “fe vida” san Pablo advierte sobre dos cosas: “el espíritu de timidez y vergüenza”. A propósito, el Pontífice ha asegurado que “Dios no nos ha dado un espíritu de timidez. El espíritu de timidez va contra el don de la fe, no deja que crezca, que vaya adelante, que sea grande”. Y la vergüenza --ha añadido-- es ese pecado: “Sí, tengo la fe, pero la cubro, que no se vea mucho…”

Asimismo, el papa Francisco ha explicado que el espíritu de prudencia es “saber que nosotros no podemos hacer todo lo que queremos”, significa buscar “los caminos, el camino, las maneras” para llevar adelante la fe, pero con prudencia.

Finalmente, el Santo Padre ha invitado en su homilía a “pedir al Señor la gracia de tener una fe sincera, una fe que no se negocia según las oportunidades que vienen. Una fe que cada día trato de reavivarla o al menos pido al Espíritu Santo que la reavive y así dé un fruto grande”.

Texto de Radio Vaticano, traducido y adaptado por ZENIT

miércoles, 11 de junio de 2014

DE RODILLAS ANTE TI, PEDIMOS AYUDA AL ESPÍRITU SANTO


Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
De rodillas ante Ti, pedimos ayuda al Espíritu Santo
Espíritu de alegría, consuelo y fortaleza, sánanos del desánimo, el miedo y la tristeza.



Acabamos de celebrar este domingo que pasó la fiesta de Pentecostés, donde recordamos la venida del Espíritu Santo. 

Hoy tengo el alma aligerada, con la alegría de una gran emoción. Nos hemos consagrado al Espíritu Santo, que es frecuentemente el GRAN DESCONOCIDO, y que es el Espíritu de Dios. 

El es, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas distintas y un solo Dios Verdadero. Es el Misterio profundo de esa Trinidad donde ninguno es mayor ni menor que el otro. Tienen su propia personalidad, por decirlo así: 

El Padre que no tuvo ni principio ni fin, que no fue hecho, ni creado, ni engendrado. 

El Hijo no fue hecho, ni creado, sino engendrado en María la Virgen para hacerse hombre y 

El Espíritu Santo que no fue hecho ni engendrado, sino que procede del Padre y del Hijo. 

Dios Padre se da plenamente al Hijo con infinito amor, el Hijo se da al Padre con el mismo infinito amor y de esta comunicación de amor brota el Espíritu Santo, amor sustancial del Padre y del Hijo, es así como nos lo enseña Santo Tomás en su Suma Teológica. 

Después de la muerte y a pesar de haber visto resucitado a Jesús, los apóstoles estaban sumidos en el miedo hecho terror. ¿Cómo ellos pobres pescadores, algunos analfabetos, podrían cumplir el mandato, la misión que les dejaba el Maestro y Señor?. Id, a predicar a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo... y también.... si yo no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si ve voy, os lo enviaré Y estando reunidos llegó el Espíritu de Dios y todo cambió para ellos. 

Así también nosotros hemos de llamarlo: 

¡Ven Espíritu Santo! 

Él desea entrar para darnos sus Dones, es el Gran Consolador, Intercesor y Luz y se convierte en el dulce huésped del alma y nos llena de paz y de sabiduría. Lo necesitamos porque El es el fruto del Amor de Dios. 

Es un beneficio inmenso que nos consagremos al Espíritu Santo, en estos tiempos tan difíciles, con la falta de fe, robos, situación económica difícil, levantamientos, pero también desesperanza y desilusión en nuestros corazones 

Vamos a tener la ayuda amadísima del Espíritu Santo y de rodillas ante Dios, todos los días pidamos su ayuda y protección con esta oración, que es para todos los países: 





CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO 

"Espíritu Santo, te consagramos nuestra patria. Intercede por quienes vivimos en ella. 
No nos dejes perdernos por caminos sin Dios, reoriéntanos al gozo de la fe y la verdad. 

Espíritu de paz, perdón y misericordia, líbranos de la violencia y la discordia y enséñanos a hablar las lenguas siempre nuevas de la fraternidad. 

Espíritu de alegría, consuelo y fortaleza, sánanos del desánimo, el miedo y la tristeza. 

Espíritu de generosidad y de justicia, apártanos del egoísmo y de la avaricia, inspíranos acciones para crear condiciones que permitan a todos vivir con dignidad. 

Tu eres fuente de la vida, rescátanos de la cultura de la muerte, fecúndanos con tus dones, tus frutos y carísmas. 

Ilumina nuestra tierra, renueva las naciones, ven como en Pentecostés e incendia con tu fuego de amor los corazones. AMÉN. 

Y quiero pedirte también por todos los sacerdotes, ya que mañana celebramos Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Que cada vez se esfuercen más en dar con el ejemplo de sus vidas ánimo y valor a los fieles, a todos los que componemos el gran ejército de la Santa Madre, la Iglesia Católica. 

Te pedimos por ellos, Señor, mándales tu fuerza, tu paz, y fortaleza en los momentos difíciles. 

domingo, 8 de junio de 2014

LA MISIÓN DEL ESPÍRITU SANTO



La Misión del Espíritu Santo:

El Espíritu Santo es santificador: Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.

El Espíritu Santo mora en nosotros: En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre”. También, en I Corintios 3. 16 dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?”. Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es “dador de vida” y es el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, hará maravillas en nosotros.

El Espíritu Santo ora en nosotros: Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman. 

El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.

viernes, 6 de junio de 2014

ESPÍRITU SANTO, DULCE HUÉRPED DEL ALMA





Autor: Pa´que te salves | Fuente: Catholic.net
Dulce huésped del alma
El Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si realmente lo conociéramos viviríamos con permanente paz en el alma.


Dulce huésped del alma
Dios, Nuestro Señor, es tan amoroso con todos nosotros que nos ha dado la conciencia. Esa voz de Dios que nos habla internamente. Ahí donde nada más estás tú y Dios, ahí es donde el Espíritu Santo te hablará. Sus llamadas amorosas no son con gritos, sino con suavidad. Se necesita que haya silencio para que podamos oírlo. Pero, nuestro mundo de hoy hace tanto ruido que no nos permitimos escuchar esa voz de Dios. Dejemos que Dios nos hable. Escuchemos sus gemidos de amor por nosotros. Esforcémonos por escucharle.. 

Leamos la Secuencia de la Misa de Pentecostés, que nos dice: 


Ven, Dios Espíritu Santo, y envíanos desde el Cielo tu luz, para iluminarnos. 
Ven ya, padre de los pobres, 
luz que penetra en las almas, 
dador de todos los dones. 
Fuente de todo consuelo, amable huésped del alma, paz en las horas de duelo. 
Eres pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego; consuelo, en medio del llanto. 
Ven luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que te adoran. 
Sin tu inspiración divina los hombres nada podemos y el pecado nos domina. 
Lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas. 
Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad, endereza nuestras sendas. 
Concede a aquellos que ponen en ti su fe y su confianza tus siete sagrados dones. 
Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y contigo el gozo eterno. 

Esta hermosa oración ha sido rezada por la Iglesia durante cientos de años. Ahí vemos la dulzura de Dios que, por medio del Espíritu Santo, inunda a las almas. Escuchemos una y otra vez esas hermosas palabras que decimos del Espíritu Santo, ese dulce huésped de nuestra alma. 

Lo nombramos Padre de los pobres, pues Él es quien se identifica con ellos, con los que más necesitan, con los que tienen hambre y sed de Dios. Por eso, Santa Teresa decía: "quien a Dios tiene, nada le falta". Ahí estaba presente el Espíritu Santo. 

Luz que penetra las almas: ¡Cuántas veces vivimos en la oscuridad del pecado, de la angustia y de la tristeza! Parece que nunca se va a hacer de día. Sin embargo, si pedimos a Dios que, por medio del Espíritu Santo nos ilumine, pronto las tinieblas de nuestro corazón se llenarán de esa luz amorosa de Dios. 

Dador de todos los dones: Todos los dones que pueda recibir una persona, un alma, son originados por el Espíritu Santo quien, con el fuego de su amor, piensa personalmente en cada uno de nosotros. 

Fuente de todo consuelo. ¡Cuántas veces parece que estamos inconsolables porque todo lo humano está en nuestra contra! 

Dificultades con los miembros de la familia, los hijos, el cónyuge; en el trabajo, en la sociedad. Nada, parece, que nos puede consolar. Sin embargo, ahí está Dios quien, por medio del Espíritu Santo está en espera para consolarnos. 

Amable huésped del alma. Sí, ese es el Espíritu Santo, ese amable, dulce y tierno visitante de nuestra alma, que habita en ella si nosotros se lo permitimos. Pero, nuestro egoísmo lo expulsa cada vez que optamos por el pecado. Dulce huésped, ¡quédate conmigo! No permitas que nada me separe de ti. 

Paz en las horas de duelo. ¿Quién será quien nos levante el corazón cuando el dolor es fuerte? Ahí está el dulce huésped del alma, buscando consolar y dar paz en los momentos de duelo. Pero, ¿por qué no queremos escucharle?, ¿por qué nos hacemos sordos a su voz? Cuando el alma está atribulada, cansada, fatigada, ahí se presenta quien es pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego; consuelo, en medio del llanto. ¡Sí! Ahí está el Espíritu Santo quien ha de confortar en todo momento. 

Así podríamos ir hablando del Espíritu Santo, escuchando las palabras de esta oración que la Iglesia durante cientos de años ha recitado. 

Sin embargo, esta maravillosa realidad del Espíritu Santo es muy poco conocida. Por algo se suele afirmar que el Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si realmente lo conociéramos viviríamos con permanente paz en el alma. Dediquemos un tiempo para conversar amorosa e íntimamente con el Espíritu Santo, amable y dulce huésped del alma. 

Recordemos algunas palabras que la Iglesia, por medio del Credo, nos dice sobre el Espíritu Santo. Recordemos que es el Señor y dador de vida. Por medio de Él, Dios vivifica al mundo, nos comunica la vida y lo santifica todo. 



Los siete dones del Espíritu Santo son: 
1. Sabiduría 
2. Inteligencia 
3. Consejo 
4. Fortaleza 
5. Ciencia 
6. Piedad 
7. Santo Temor de Dios 


Los frutos del Espíritu Santo nos ayudan a saborear la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: 
1. Caridad 
2. Gozo 
3. Paz 
4. Paciencia 
5. Generosidad 
6. Bondad 
7. Benignidad 
8. Mansedumbre 
9. Fidelidad 
10. Modestia 
11. Continencia 
12. Castidad 

El pecado mortal es el peor enemigo del Espíritu Santo, pues si lo cometemos expulsamos de nuestra alma a su dulce huésped. 

No tengamos miedo de ser testigos de Dios en la sociedad, pues si contamos con el Espíritu Santo, toda dificultad será vencida, todo cansancio refrescado y cada tristeza consolada. 



Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu Creador. Y renueva la faz de la Tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo. 
Amén. 

miércoles, 4 de junio de 2014

TIENES QUE ALIARTE CON EL ESPÍRITU SANTO


Autor: Catholic.net | Fuente: Catholic.net
Tienes que aliarte con el Espíritu Santo
¿Tú realmente estás trabajando acompañado de esa fuerza misteriosa, santificadora y vivificadora?

Tienes que aliarte con el Espíritu Santo

Cuando haces tu opción por la santidad tienes que convencerte que es algo, arduo, no fácil, algo difícil y costoso. Porque hay muchas almas que consideran que con unos ejercicios espirituales, con un retiro, con una buena dirección espiritual, una visita eucarística pueden ya lograr la santidad. ¡No! La santidad es algo difícil y costoso. ¿Por qué? Porque tenemos que luchar siempre por controlar nuestros instintos y nuestras pasiones que nos llevan en muchos casos por un camino lejano del camino de la santidad. 

Debemos convencernos íntimamente de que solos no vamos a lograr en verdad y objetivamente y sin parodias llegar a la santidad, y que por lo tanto debemos aliarnos con plena conciencia con el Espíritu Santificador. Aquél que nos envió Jesucristo después de su muerte para enseñarnos, iluminarnos, mantenernos en la verdad, dulce huésped del alma, Maestro, artífice de santidad, sin Él no hay nada en el hombre. Así pues, tú tienes que ser aliado, amigo colaborador del que tiene que ser tu inspirador y tu fuerza. Has hecho tu opción tienes que luchar duro para lograrla y tienes que aliarte con alguien todavía más fuerte que tú y que tus pasiones, para lograr esa santidad. Tienes que aliarte con el Espíritu Santificador, el que Cristo te prometió que te enviaría después de subir a los cielos y que te mandó el día de Pentecostés. Ese Espíritu que late en todo el mundo, en toda la Iglesia, que late en todos los corazones que quieren darle cabida. 

Tenlo pues, como aliado, como amigo, como colaborador. Hazlo alguien que cuenta para todo tu quehacer diario. Para todo: estudios, trabajo, juego, apostolado, relaciones humanas, vida interior. ¡Para todo! Sin excluir nada. 

Hazte una pregunta: ¿tú realmente estás trabajando acompañado de esa fuerza misteriosa, santificadora y vivificadora que es la alianza y la unión con el Espíritu Santo, que habita en tu corazón por la gracia, que está dentro de ti por la gracia, con la Santísima Trinidad, con el padre y con el Hijo? 

Realmente pregúntate: ¿tú trabajas aliado a Él? ¿Lo recuerdas? ¿Cuántas veces lo sientes en tu vida, en tus oraciones, en tus recreos, en el comedor, en todo tu tiempo? ¿Cuántas veces te percatas de que cuentas y estás con el Espíritu Santo santificador trabajando por lograr aquellos actos, que parecen intrascendentes, tu santificación personal? 

Trabaja pues y haz todo esto con una gran confianza y estrecha unión con el “socio”, con el que vas hacer la obra más importante de tu vida: la obra de tu santificación. No hay socio mejor ni amigo mejor. 

Tú ya tiene un “socio” para poder santificarte. Tú tienes que trabajar con tu “socio” para poder santificarte. Tú tienes que trabajar con tu “socio” para preparar el mármol, la piedra, el material donde Él y tú van a esculpir la imagen viviente de nuestro Señor Jesucristo. Así es como tú desde la santidad y desde la amistad con el Espíritu Santo vas a lograr llegar a ser otro Cristo, un testimonio viviente del Evangelio. Así es como va a cumplirse en ti aquello de: que Cristo sea vuestra vida. 

martes, 3 de junio de 2014

RECIBID EL ESPÍRITU SANTO



Autor: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net
Recibid el Espíritu Santo...
Cuando rezo, abro la ventana de mi alma al Espíritu y Él podrá influir en mi inteligencia, mi voluntad y mi corazón.

Recibid el Espíritu Santo...
Fruto de esta meditación: 

Colaborar con el Espíritu Santo en nuestra santificación es escoger siempre el camino que nos enseña Jesucristo. 

1. El don mayor de Cristo resucitado es el Espíritu Santo. Sus primeras palabras a sus apóstoles, reunidos en el cenáculo fueron: "Recibid el Espíritu Santo". Era el cumplimiento de una promesa que les había hecho en la Última Cena: iba a mandar al Espíritu Consolador. 

El Espíritu Santo les dio un poder espiritual: el de perdonar los pecados. Aquí vemos cómo el Espíritu Santo les da la facultad de hacer lo que Cristo hacía durante su vida. Es el Espíritu Santo quien les dará el poder de predicar y de santificar como hacía Cristo. La misión de la Tercera Persona es secundar la obra de Cristo, llevar a los hombres a transformarse en Cristo. 

2. Ser devoto del Espíritu Santo es ser un hombre "espiritual", que quiere decir dejarse guiar por Él, y no ser un hombre "carnal", que significa dejarse arrastrar por las propias pasiones. 

¿Hasta dónde me guía el Espíritu? El punto de llegada siempre es el mismo: Cristo. Cristo era el hombre del Espíritu porque siempre se dejaba iluminar por sus inspiraciones. 

¿Cómo sé que me estoy dejando "mover" por el Espíritu? Es muy fácil: cada vez que opto por el bien y rechazo el mal, estoy colaborando con Él. Donde hay un ser humano que está haciendo el bien, allí está obrando el Espíritu de Dios. 

3. ¿Cómo aumentar el influjo del Espíritu Santo en mi vida? Cada vez que recibo un sacramento el Espíritu Santo viene a mi alma. El acercarme frecuentemente al sacramento de la reconciliación y a la Eucaristía es una manera óptima para incrementar su presencia dentro de mi. 

Cuando una persona ora abre la ventana de su alma al Espíritu. Así Él podrá influir en mi inteligencia, mi voluntad y mi corazón. Dios no rehusa su gracia a la persona que se dispone a recibirla. 

Propósito: 

Revisar mi vida para ver si soy un "hombre espiritual" o un "hombre carnal". 

miércoles, 26 de marzo de 2014

PENSAMIENTOS SOBRE EL ESPÍRITU SANTO



PENSAMIENTOS SOBRE EL ESPÍRITU SANTO

Acoge al Espíritu Santo. Guarda en ti la Palabra, vive en Cristo y, como María, canta su misericordia sin fin. 
Jaume Boada i Rafí O.P.

Al Espíritu Santo, Jesús lo llama también Espíritu de la Verdad. Mons. Héctor Aguer

Al Espíritu Santo lo llamamos santo porque su función es santificarnos.
 Mons. Héctor Aguer

«Como fruto de la Cruz, se derrama sobre la Humanidad el Espíritu Santo» "Es Cristo que pasa"

El don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestro corazón es la confianza profunda en el amor y en la misericordia de Dios. 
SS. Francisco

El Espíritu ama en lo más íntimo de nuestra propia intimidad. 
Ángel Moreno de Buenafuente

El Espíritu nos deja gustar la paz más profunda. 
Ángel Moreno de Buenafuente

El Espíritu nos habita y nos hace templos suyos.
 Ángel Moreno de Buenafuente

El Espíritu Santo concede el don del amor divino a quienes se unen en el don mutuo del matrimonio. 
Ángel Moreno de Buenafuente

El Espíritu Santo es el Amor de las dos primeras Personas: Amor increado e infinito, Amor consustancial, Amor eterno que procede de la entrega mutua del Padre y del Hijo. 
Mons. Javier Echevarría

"el Espíritu Santo, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar".
 SS. Pablo VI

El Espíritu Santo llega a los cristianos como manantial inagotable de los tesoros divinos.
 Mon. Javier Echevarría

El Espíritu Santo no sólo nos da a conocer la voluntad de Dios, sino que nos hace capaces de cumplirla dándonos fuerzas y gracia. Pedro Sergio Donoso Brant 

El Espíritu Santo nos hace ver de modo nuevo a los demás, como hermanos y hermanas en Jesús, a los que hemos de respetar y amar. SS. Francisco

El Espíritu Santo verdaderamente nos transforma y cuenta con nosotros para transformar el mundo en que vivimos. 
SS. Francisco

“El Espíritu Santo transforma y renueva, crea armonía y unidad, da fuerza y gozo para la misión”.
 SS. Francisco

En la vida de la Iglesia, es el Espíritu Santo el que nos mueve a nosotros a ser testigos de Cristo. Mons. 
Héctor Aguer

"Este es otro efecto del Espíritu Santo: el coraje, para anunciar la noticia del Evangelio de Jesús a todos, con confianza en sí mismo (parresía), en voz alta, en todo tiempo y en todo lugar" 
SS. Francisco

La identificación plena con Cristo, que en eso consiste la santidad, se atribuye de modo especial al Espíritu Santo.
 Mon. Javier Echevarría

La fuerza del Espíritu Santo mueve a los cristianos a una verdadera transformación para difundir el Evangelio en todo el mundo. 
Mons. Javier Echevarría

Nadie puede llamar a Jesús «Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
 San Pablo

Pentecostés nos habla de lenguas, de expansión, de salir de nosotros. Pero también nos anima a buscar la unidad afectiva y efectiva entre todos los hijos de la Iglesia. Una unidad que es signo de esperanza. 
Mons. Javier Echevarría

”Toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo”
 San Ambrosio

"Todos nosotros, una vez recibido, el único y mismo Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios." San Cirilo de Alejandría

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos".
 (Jn 20, 22-23)

“Yo os digo: no seréis vosotros los que hablaréis sino que el Espíritu Santo hablará por vosotros.” 
(Mt 10,20)

domingo, 19 de mayo de 2013

EL ESPÍRITU SANTO SOBRE LOS APÓSTOLES


Autor: P. Sergio Cordova LC | Fuente: Catholic.net
El Espíritu Santo sobre los apóstoles
Juan 20, 19-23. Pentecostés. El Espíritu Santo es todo: el fuego de la fe, del amor, de la fuerza y de la vida.


Del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Oración introductoria

Ven, Espíritu Santo, llena mi corazón y enciende el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu Creador y renueva la faz de la tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; hazme dócil a tus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo. Por Cristo nuestro Señor.

Petición

Espíritu Santo, mira mi vacío si Tú faltas, por eso te suplico vengas hacer en mi tu morada.

Meditación del Papa

Finalmente, el Evangelio de hoy nos entrega esta bellísima expresión: "Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor". Estas palabras son profundamente humanas. El Amigo perdido está presente de nuevo, y quien antes estaba turbado se alegra. Pero dicen mucho más. Porque el Amigo perdido no viene de un lugar cualquiera, sino de la noche de la muerte; ¡y la ha atravesado! No es uno cualquiera, sino que es el Amigo y al mismo tiempo Aquel que es la Verdad y que hace vivir a los hombres; y lo que da no es una alegría cualquiera, sino la propia alegría, don del Espíritu Santo. Sí, es hermoso vivir porque soy amado, y es la Verdad la que me ama. Se alegraron los discípulos, viendo al Señor. Hoy, en Pentecostés, esta expresión está destinada también a nosotros, porque en la fe podemos verle; en la fe Él viene entre nosotros, y también a nosotros nos enseña las manos y el costado, y nosotros nos alegramos. Por ello queremos rezar: ¡Señor, muéstrate! Haznos el don de tu presencia y tendremos el don más bello, tu alegría. Amén. Benedicto XVI, 12 de junio de 2011.

Reflexión

En cierta ocasión se encontraba una maestra en clase de religión con sus alumnos de tercero de primaria. Y les pregunta: - "Quién de ustedes me sabe decir quién es la Santísima Trinidad?" Y uno de los niños, el más despierto, grita: - "¡Yo, maestra! La Santísima Trinidad son el Padre, el Hijo ¡y... la Paloma!"

Para cuántos de nosotros el Espíritu Santo es precisamente eso:¡una paloma! De esa forma descendió sobre Cristo el día de su bautismo en el Jordán y así se le ha representado muchas veces en el arte sagrado. Pero ¡el Espíritu Santo no es una paloma! ¿Cómo se puede tener un trato humano, profundo y personal con un animalito irracional? La paloma es, a lo mucho, un bello símbolo de la paz, y nada más. Y, sin embargo, el Espíritu Santo es la tercera Persona de la Trinidad Santísima y Dios verdadero.

En la solemnidad de hoy celebramos la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles el día de Pentecostés. Pero en las lecturas de la Misa de hoy nos volvemos a encontrar con la misma dificultad de antes: el problema del lenguaje. En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles se nos narra que el Espíritu Santo bajó del cielo "en forma de un viento impetuoso que soplaba". ¡Otra imagen! Como el viento que mandó Dios sobre el Mar Rojo para secarlo y hacer pasar a los israelitas por en medio del mar, liberándolos de la esclavitud del faraón y de Egipto (Ex 14, 21-31); o como ese viento que el mismo Dios hizo soplar sobre un montón de huesos áridos para traerlos a la vida, según nos refiere el profeta Ezequiel (Ez 37, 1-14). El mismo Cristo en el Evangelio de hoy usa también la imagen del viento para hablarnos del Espíritu Santo: "Jesús sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo". La misma palabra espíritu significa, etimológicamente, viento: procede del latín, spíritus (del verbo spiro, es decir soplar). El vocablo hebreo, ruah, tiene el mismo significado. Y la palabra latina que se usaba para decir alma era ánima, que a su vez viene del griego ánemos, viento.

El libro del Génesis nos narra que, cuando Dios creó al hombre modelándolo del barro, "le sopló en las narices y así se convirtió en un ser vivo" (Gén 2,7). Por eso también Cristo, como el Padre, sopla su Espíritu sobre sus apóstoles para transmitirles la vida. Sin el aliento
vital nada existe. Así como el cuerpo sin el alma es un cadáver, el hombre sin el Espíritu Santo está muerto y se corrompe. Por eso, en la profesión de fe, decimos que "creemos en el Espíritu Santo, que es Señor y Dador de vida". ¿Y cómo nos comunica esa vida? Cristo lo dice a continuación: "a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados..." Es la vida de la gracia santificante, que producen los sacramentos: el bautismo, la confesión, la Eucaristía y los otros cuatro. Él es el Espíritu Santificador, que da vida, alienta todo y "anima" todo. Es esto lo que Cristo nos quiere significar con esta imagen del viento.

En la Sagrada Escritura se nos habla del Espíritu Santo a través de muchas otras imágenes, dada nuestra pobre inteligencia humana, incapaz de abarcar y de penetrar en el misterio infinito de Dios. En la primera lectura misma que acabamos de referir, se nos dice que descendió "como lenguas de fuego" que se posaban sobre cada uno de los discípulos.

La imagen del fuego es también riquísima a lo largo de toda la Biblia. Es el símbolo de la luz, del calor, de la energía cósmica, de la fuerza. El Espíritu Santo es todo eso: el fuego de la fe, del amor, de la fuerza y de la vida.

Pero, además de las mil representaciones, el Espíritu Santo es, sobre todo, DIOS. Es Persona divina, como el Padre y el Hijo. Es el Dios-Amor en Persona, que une al Padre y al Hijo en la intimidad de su vida divina por el vínculo del amor, que es Él mismo. Vive dentro de nosotros, como el mismo Cristo nos aseguró: "Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a hacer en él nuestra morada" (Jn 14,23).

Podemos decir que una persona que amamos vive dentro de nosotros por el amor. Y si esto es posible en el amor humano, con mucha mayor razón lo es para Dios. El Espíritu Santo y la Trinidad Santísima viven dentro de nosotros por el amor, la fe, la vida de gracia, los sacramentos y las virtudes cristianas. El "dulce Huésped del alma" es otro de sus nombres; y san Pablo nos recuerda: "¿No saben que son templos de Dios y que el Espíritu Santo habita dentro de ustedes?" (I Cor 3,16).

Podríamos decir tantísimas cosas del Espíritu Santo y nunca acabaríamos. Pero lo más importante no es saber mucho, sino dejar que Él viva realmente dentro de nosotros. Y esto será posible sólo si le dejamos cabida en nuestro corazón a través de la gracia santificante: donde reina el pecado no hay vida. Es imposible que convivan juntos el día y la noche, o la vida y la muerte. Dios vivirá en nosotros en la medida en que desterremos el pecado y los vicios para que Él verdaderamente sea el único Señor de nuestra existencia. ¿Por qué no comienzas ya desde este mismo momento?

miércoles, 15 de mayo de 2013

EL ESPÍRITU SANTO, PERSONA DIVINA

Autor: Miguel Rivilla San Martìn. Pbro. | Fuente: Catholic.net
El Espíritu Santo, persona divina
Él siempre ha permanecido en la Iglesia de Cristo, vivificándola y santificándola.



Quizás, para un número no pequeño de cristianos, desgraciadamente, el Espíritu Santo no signifique gran cosa en sus vidas. Incluso, como pasó a un grupo de la primitiva comunidad de Corinto, lleguen a ignorar su identidad y con qué bautizo fueron bautizados. En el credo niceno-constantinopolitano, que a menudo rezamos los participantes en la eucaristía dominical, proclamamos y profesamos nuestra fe con estas palabras de la Iglesia: "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas".

Es pues, el Espíritu Santo, persona divina; verdad que niegan los testigos de Jehová, para quienes sólo es "la fuerza activa de Dios", negándole los demás atributos divinos, idénticos al Padre y al Hijo.

Parece poco probable, es cierto, que los evangelistas, hayan oído hablar de la Tercera Persona de la Sma. Trinidad, al realzar la obra del Espíritu Santo, en la obra terrenal de Cristo. Pero la fórmula trinitaria integrada en la última secuencia de MATEO ("Id pues, y haced discípulos de todos los hombres, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo "...) subraya, sin lugar a dudas, la existencia personal y distinta del Espíritu, en una única naturaleza divina, de tal manera como lo hace con las del Padre y del Hijo. Según el libro de los Hechos descendió sobre la Iglesia el día de Pentecostés. Su activa presencia se muestra -según había prometido Jesús- de forma sorprendente a través de los acontecimientos relatados, de forma que pudo denominarse a este libro del N.T. "El evangelio del Espíritu Santo".

Sabemos que los artistas de todos los tiempos han representado al Espíritu Santo en forma de paloma o de lenguas de fuego, símbolos tomados de las sagradas Escrituras. Él siempre ha permanecido en la Iglesia de Cristo, vivificándola y santificándola con sus siete dones, produciendo abundantes y maravillosos frutos de santidad a lo largo de veinte siglos. Nunca ha faltado su asistencia de modo especial al Vicario de Cristo en la tierra, para que pueda guiar a sus hermanos en la verdad revelada, sin error hasta el final de los siglos.

Todos los cristianos debemos encomendarnos a Él, invocándole muy a menudo, con jaculatorias y con oraciones, procurando que su santa gracia -su luz y su fuerza -guíen y acompañen siempre a su Iglesia y a cuantos tenemos la suerte de formar parte de ella.

Como conclusión trascribo aquí una preciosa invocación al Espíritu Santo:

Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones. Envíanos, Señor, tu luz y tu calor, que alumbre nuestros paso, que encienda nuestro amor. Envíanos tu Espíritu y un rayo de tu luz, encienda nuestras vidas en llamas de virtud. Envíanos, Señor, tu fuerza y tu valor, que libre nuestros miedos, que anime nuestro ardor; envíanos tu Espíritu, impulso creador, que infunda en nuestras vidas la fuerza de su amor. Envíanos, Señor, la luz de tu verdad, que alumbre tantas sombras de nuestro caminar; envíanos tu Espíritu, su don renovado, engendre nuevos hombres con nuevo corazón..

domingo, 27 de mayo de 2012

PENTECOSTÉS, algo más que la venida del espíritu...


PENTECOSTÉS, algo más que la venida del espíritu...

La fiesta de Pentecostés es uno de los Domingos más importantes del año, después de la Pascua. En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha y, posteriormente, los israelitas, la unieron a la Alianza en el Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.

Aunque durante mucho tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el pueblo segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende hacer un paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la cincuentena pascual. Vale decir como una fiesta de plenitud y no de inicio. Por lo tanto no podemos desvincularla de la Madre de todas las fiestas que es la Pascua.

En este sentido, Pentecostés, no es una fiesta autónoma y no puede quedar sólo como la fiesta en honor al Espíritu Santo. Aunque lamentablemente, hoy en día, son muchísimos los fieles que aún tienen esta visión parcial, lo que lleva a empobrecer su contenido.
Hay que insistir que, la fiesta de Pentecostés, es el segundo domingo más importante del año litúrgico en donde los cristianos tenemos la oportunidad de vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su Ascensión y la venida del Espíritu Santo.

Es bueno tener presente, entonces, que todo el tiempo de Pascua es, también, tiempo del Espíritu Santo, Espíritu que es fruto de la Pascua, que estuvo en el nacimiento de la Iglesia y que, además, siempre estará presente entre nosotros, inspirando nuestra vida, renovando nuestro interior e impulsándonos a ser testigos en medio de la realidad que nos corresponde vivir.

Culminar con una vigilia:
Entre las muchas actividades que se preparan para esta fiesta, se encuentran, las ya tradicionales, Vigilias de Pentecostés que, bien pensadas y lo suficientemente preparadas, pueden ser experiencias profundas y significativas para quienes participan en ellas.

Una vigilia, que significa “Noche en vela” porque se desarrolla de noche, es un acto litúrgico, una importante celebración de un grupo o una comunidad que vigila y reflexiona en oración mientras la población duerme. Se trata de estar despiertos durante la noche a la espera de la luz del día de una fiesta importante, en este caso Pentecostés. En ella se comparten, a la luz de la Palabra de Dios, experiencias, testimonios y vivencias. Todo en un ambiente de acogida y respeto.

Es importante tener presente que la lectura de la Sagrada Escritura, las oraciones, los cantos, los gestos, los símbolos, la luz, las imágenes, los colores, la celebración de la Eucaristía y la participación de la asamblea son elementos claves de una Vigilia.
En el caso de Pentecostés centramos la atención en el Espíritu Santo prometido por Jesús en reiteradas ocasiones y, ésta vigilia, puede llegar a ser muy atrayente, especialmente para los jóvenes, precisamente por el clima de oración, de alegría y fiesta.

Algo que nunca debiera estar ausente en una Vigilia de Pentecostés son los dones y los frutos del Espíritu Santo. A través de diversas formas y distintos recursos (lenguas de fuego, palomas, carteles, voces grabadas, tarjetas, pegatinas, etc.) debemos destacarlos y hacer que la gente los tenga presente, los asimile y los haga vida.
No sacamos nada con mencionarlos sólo para esta fiesta, o escribirlos en hermosas tarjetas, o en lenguas de fuego hechas en cartulinas fosforescentes, si no reconocemos que nuestro actuar diario está bajo la acción del Espíritu y de los frutos que vayamos produciendo.

Invoquemos, una vez más, al Espíritu Santo para que nos regale sus luces y su fuerza y, sobre todo, nos haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.

Eduardo Cáceres Contreras

jueves, 24 de mayo de 2012

DE RODILLAS ANTE TI, PEDIMOS AYUDA AL ESPIRITU SANTO

Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
De rodillas ante Ti, pedimos ayuda al Espíritu Santo
Espíritu de alegría, consuelo y fortaleza, sánanos del desánimo, el miedo y la tristeza.
De rodillas ante Ti, pedimos  ayuda al Espíritu Santo
Hoy es jueves, Señor.


Hoy Jesús, vengo ante Ti con el alma aligerada, con la alegría de una gran emoción que ya conoces porque Tu lo sabes todo de tus amadas criaturas y de mí.

Pero se que te gusta que te cuente "mis cosas" ya que eres mi confidente, mi gran amigo... Pues bien, lo que trae mi alma conmovida es, que como tu ya sabes, México ha sido consagrado al Espíritu Santo, el Espíritu Santo que es frecuentemente el GRAN DESCONOCIDO, y que es el Espíritu de Dios.

El es, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas distintas y un solo Dios Verdadero. Es el Misterio profundo de esa Trinidad donde ninguno es mayor ni menor que el otro. Tienen su propia personalidad, por decirlo así:



  • El Padre que no tuvo ni principio ni fin, que no fue hecho, ni creado, ni engendrado.
  • El Hijo no fue hecho, ni creado, sino engendrado en María la Virgen para hacerse hombre y
  • El Espíritu Santo que no fue hecho ni engendrado, sino que procede del Padre y del Hijo.

    Dios Padre se da plenamente al Hijo con infinito amor, el Hijo se da al Padre con el mismo infinito amor y de esta comunicación de amor brota el Espíritu Santo, amor sustancial del Padre y del Hijo, es así como nos lo enseña Santo Tomás en su Suma Teológica.

    Después de la muerte y a pesar de haber visto resucitado a Jesús, los apóstoles estaban sumidos en el miedo hecho terror. ¿Cómo ellos pobres pescadores, algunos analfabetos, podrían cumplir el mandato, la misión que les dejaba el Maestro y Señor?. Id, a predicar a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo... y también.... si yo no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si ve voy, os lo enviaré Y estando reunidos llegó el Espíritu de Dios y todo cambió para ellos.

    Así también nosotros hemos de llamarlo:

    ¡Ven Espíritu Santo!

    Él desea entrar para darnos sus Dones, es el Gran Consolador, Intercesor y Luz y se convierte en el dulce huésped del alma y nos llena de paz y de sabiduría. Lo necesitamos porque El es el fruto del Amor de Dios.

    Y para terminar esta pequeña charla contigo mi amado Jesús, te diré que es un beneficio inmenso que nuestro querido México se haya consagrado al Espíritu Santo, en estos tiempos tan difíciles, como ya pasó, cuando en México se derramó sangre por tu amor allá por los años de 1927 y más, en la Guerra Cristera, y ahora también las fuerzas del mal, vemos claramente, que están presentes.

    Vamos a tener la ayuda amadísima del Espíritu Santo y de rodillas ante ti, como lo haré todos los días pediré su ayuda y protección con esta oración.

    CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

    "Espíritu Santo, te consagramos nuestra patria. Intercede por quienes vivimos en ella.
    No nos dejes perdernos por caminos sin Dios, reoriéntanos al gozo de la fe y la verdad.

    Espíritu de paz, perdón y misericordia, líbranos de la violencia y la discordia y enséñanos a hablar las lenguas siempre nuevas de la fraternidad.

    Espíritu de alegría, consuelo y fortaleza, sánanos del desánimo, el miedo y la tristeza.

    Espíritu de generosidad y de justicia, apártanos del egoísmo y de la avaricia, inspíranos acciones para crear condiciones que permitan a todos vivir con dignidad.

    Tu eres fuente de la vida, rescátanos de la cultura de la muerte, fecúndanos con tus dones, tus frutos y carísmas.

    Ilumina nuestra tierra, renueva las naciones, ven como en Pentecostés e incendia con tu fuego de amor los corazones. AMÉN.




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  • Ma. Esther de Ariño
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