Mostrando entradas con la etiqueta JESUS EUCARISTIA - MEDITACIONES. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta JESUS EUCARISTIA - MEDITACIONES. Mostrar todas las entradas

viernes, 20 de enero de 2017

CONVERTIDA POR LA EUCARISTÍA


Convertida por la Eucaristía



Isabel Ana Seton nacida en la religión anglicana (1774) en nueva York, se casó con un rico comerciante y tuvo cinco hijos. Enviudó a los 30 años. Movida de amor a Jesús presente en la Eucaristía, se hizo católica a los 31 años (1805). Fundó una congregación para educar a las niñas. Es la primera santa estadounidense elevada al honor de los altares (1975).

En un último intento para restaurar la salud de su esposo, Isabel había partido para Livorno, Italia, llevando también a la hija mayor (8 años). Pero su esposó empeoró y murió. Regresó a Nueva York y buscó la paz en su propia Iglesia anglicana. Un día se sentó en una silla de su templo, desde donde podía ver la torre de la vecina iglesia católica, y mirando el altar vacío de su templo, comenzó a hablar con Jesús, presente en la Eucaristía de la iglesia católica cercana. Así empezó a sentir un profundo amor a Jesús Sacramentado, que la atraía como un imán, y éste fue el comienzo de su conversión.

En Italia Isabel se había hospedado en casa de una familia católica muy amiga. Un día encontró Isabel un libro de oraciones. Lo abrió al azar y comenzó a leer: “Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir...” Cada palabra le llegaba al alma con inmenso consuelo. Desde ese día pidió a Nuestra Señora le mostrase el camino que debía seguir.


* Enviado por el P. Natalio

jueves, 19 de enero de 2017

POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL


¡Por Cristo, con Él y en Él! 
¿quién debe decir esas palabras en Misa?
La manera de celebrar la misa no sale de lo que a cada quien se le ocurra. Hay unos criterios básicos que son necesarios cumplirlos a cabalidad.


Por: Qriswell J. Quero | Fuente: PildorasDeFe.net // fraynelson.com 




Tal vez has participado de alguna Santa Misa en la que has presenciado que la comunidad, espontáneamente, y cuando se termina la Plegaria eucarística, se une en oración al Sacerdote celebrante y pronuncian las palabras "Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén"

En otros casos, ha sido el Sacerdote mismo quien anima a la comunidad a DECIR JUNTOS esa Doxología; pero realmente, ¿quién debe decir estas palabras? ¿Únicamente el Sacerdote? ¿La comunidad y el sacerdote?

Para responder a esta pregunta, nos dirigimos a una respuesta dada por Fray Nelson Medina, Sacerdote predicador de la Orden de los Dominicos, en la que explica el uso correcto de esta Doxología durante la celebración de la Santa Misa

Forma correcta de celebrar Misa
La manera de celebrar la misa no sale de lo que a cada sacerdote se le ocurra. Hay unos criterios básicos que son necesarios porque ni el sacerdote ni ninguna comunidad particular pueden considerarse "dueños" de la Misa.

La "manera de celebrar" la indican los misales que se usan en las parroquias e iglesias a través de un documento que se llama la "Instrucción general del Misal Romano," usualmente abreviado IGMR, que todos puede consultar haciendo Clic aquí



El numero 151 de la IGMR dice textualmente:

"Después de la consagración, habiendo dicho el sacerdote: Este es el Sacramento de nuestra fe, el pueblo dice la aclamación, empleando una de las fórmulas determinadas. Al final de la Plegaria Eucarística, el sacerdote, toma la patena con la Hostia y el cáliz, los eleva simultáneamente y pronuncia la doxología él solo: Por Cristo, con Él y en Él. Al fin el pueblo aclama: Amén. En seguida, el sacerdote coloca la patena y el cáliz sobre el corporal"

No hay entonces margen de duda: esas palabras ha de decirlas solamente el Sacerdote.

Alguien puede estar en desacuerdo y aducir algunas razones sobre por qué las cosas deberían ser de otro modo. Pero podemos imaginar lo que sucede si cada uno pretende imponer lo que considera que debería hacerse.

Y no hay que imaginar mucho: ya esos caprichos los vimos en los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II, incluyendo el caso de sacerdotes que creían que la misa "debería" celebrarse con tortillas de maíz.

Como no hay necesidad de volver a esos tiempos y a esas discusiones, lo mejor es que todos comprendamos que la liturgia es un bien público de nuestra fe y que merece amor, cuidado y respeto.

domingo, 8 de enero de 2017

EUCARISTÍA, AMOR DE CRISTO HASTA EL EXTREMO


Eucaristía, amor de Cristo hasta el extremo
Cristo se ha quedado solo para ti en la Eucaristía, como si tú solo lo visitaras, allí esta a todas horas, solo para ti.


Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net 




Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo. Los suyos entonces eran los que le veían: Juan y Pedro y los demás compañeros. Hoy los suyos somos tú y yo, todos nosotros; por lo tanto: “Habiendo amado a los suyos, es decir, a los que hoy están en el mundo, los ama hasta el extremo.

Esto es la Eucaristía: el amor de Cristo hasta el extremo para ti, para mí, durante toda la vida. Porque la Eucaristía es poner a tu disposición toda la omnipotencia, bondad, amor y misericordia de Dios, todos los días y todas las horas de tu vida. En cada sagrario del mundo Cristo está para ti todos los días de tu vida. Según sus mismas palabras: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Al decir con vosotros, es decir contigo, conmigo.

El sol no te alumbra o calienta menos a ti cuando alumbra o calienta a muchos. Si tú solo disfrutas del sol, o hay millones de gentes bajo sus rayos, el sol te calienta lo mismo... te calienta con toda su fuerza.

Así, Cristo se ha quedado solo para ti en la Eucaristía, como si tú solo lo visitaras, tú solo comulgaras, tú solo asistieras a la misa. Allí esta, pues, Cristo, medicina de tus males; pero pide como el leproso: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Pide como Bartimeo: ”Hijo de David, ten compasión de mí”. Pide como el ladrón: “ Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino”. Allí esta a todas horas, solo para ti, el único bien verdadero, el único bien perdurable, el único amigo sincero, el único amigo fiel; el único que nos tiende la mano y nos ayuda y nos ama en la juventud, en la edad madura, en la la vejez, en la tumba y en la eternidad. Cada uno tiene sus problemas, fallos, miedos, soberbia... tráelos aquí; verás cómo se solucionan. Cristo tiene soluciones.

¿Quieres, necesitas consuelo, fortaleza, santidad, alguna gracia en especial? Sólo pídela con fe, y no tengas miedo de pedir milagros, porque todo es posible para el que cree.

Jesús ha querido quedarse en el Sagrario para darnos una ayuda permanente.

jueves, 5 de enero de 2017

DECIDIERON ILUMINADOS POR LA FE


Decidieron iluminados por la fe


Jesús en la Eucaristía se une a mí para que dé abundantes frutos, es fuente de vida, de gracia y santidad, me da fuerza para llevar la cruz de cada día, viene a reforzar mi voluntad de servicio humilde a los hermanos, ilumina las tinieblas de mi corazón, me comunica su paz y alegría, se pone a mi lado en el camino de la vida. Con Jesús en el corazón, toma tus decisiones.

Monseñor José Mani, obispo auxiliar de Roma, en una carta pastoral sobre la familia, escribía: Conozco dos esposos a quienes he casado yo mismo. Jamás imaginaron que  deberían escoger entre el aborto o la muerte de la esposa. Era el tercer embarazo y el ginecólogo les había hablado del riesgo de muerte. Consultados otros ginecólogos, llegaron a la misma conclusión. Familiares y amigos presionaban para que se decidieran por el aborto. Ellos decidieron confesarse y comulgar antes de decidir. Y después de comulgar la esposa le dijo al esposo: “Yo confío en Dios, no voy a abortar”. Y decidieron comulgar cada día para recibir fuerza. Felizmente, Dios quiso que el tercer hijo llegara sano y que la mamá siguiera viva para la alegría de todos.

Cuando recibes dignamente a Jesús en la comunión, él se entrega a ti con todo su ser divino y humano y se produce una unión tan real como se unen dos trozos de cera cuando ambos se derriten al fuego. Así es de íntima la unión entre Jesucristo y el que comulga el pan eucarístico, aseguran los padres de la Iglesia.  Aprovecha con fervor esos momentos de gracia.


* Enviado por el P. Natalio

sábado, 26 de noviembre de 2016

QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA HOSTIA?


¿Qué significa la palabra hostia?
Descubre cómo a través de este palabra Dios se entrega cada día a ti cuando comulgas


Por: Fray José Ariovaldo da Silva, OFM | Fuente: Aleteia.org // padresergio.org 




Una vez, al pensar en el “Sacramento de la Caridad”, me hice la siguiente pregunta: ¿Por qué será que solemos asociar “Eucaristía” con “hostia”?

Se habla de adorar la hostia, arrodillarse frente a la hostia, llevar la hostia en procesión (en la fiesta del Corpus Christi), guardar la hostia… Una niña se acercó un día a la catequista y le preguntó: “¿cuánto tiempo falta para que yo tome la hostia?”. La niña se refería a la primera comunión.

Tuve entonces la idea de ir tras el origen de la palabra “hostia”. Miré un diccionario (es más, varios) y descubrí que, en latín, “hostia” es prácticamente sinónimo de “víctima”. A los animales sacrificados en honor de los dioses, las víctimas ofrecidas en sacrificio a la divinidad, los romanos los llamaban “hostia”. A los soldados derribados en la guerra, víctimas de la agresión enemiga, por defender al emperador y a la patria, les llamaban “hostia”. Relacionada con la palabra “hostia” está la palabra latina “hostis”, que significa “enemigo”. De ahí vienen palabras como “hostil” (agresivo, amenazador, enemigo), “hostilizar” (agredir, provocar, amenazar). La víctima fatal de una agresión, por consiguiente, es una “hostia”.

Entonces sucedió lo siguiente: el cristianismo, al entrar en contacto con la cultura latina, incluyó en su lenguaje teológico y litúrgico la palabra “hostia” exactamente para referirse a la mayor “víctima” fatal de la agresión humana: Cristo, muerto y resucitado.

Los cristianos adoptaron la palabra “hostia” para referirse al Cordero inmolado (victimado) y, al mismo tiempo, resucitado, presente en la Eucaristía. La palabra “hostia” significó luego, la realidad que Cristo mismo mostró en la última cena:



“Este es mi cuerpo….esta es mi sangre que será derramada”.

El pan consagrado, por lo tanto, es una “hostia”, es más, la “hostia” verdadera, es decir, el propio Cuerpo del resucitado, una vez mortalmente agredido por la maldad humana y ahora vivo entre nosotros, hecho pan y vino, entregado como alimento y bebida: Tomen y coman… Tomen y beban…

Desgraciadamente, con el pasar del tiempo, se perdió mucho este sentido profundamente teológico y espiritual que asumió la palabra “hostia” en la liturgia del cristianismo romano primitivo y se centró casi sólo en la materialidad de la “partícula circular de masa de pan de ácimo que es consagrada en la misa” – a tal punto que terminamos llamando “hostias” incluso a las partículas aún no consagradas.

Hoy en día, cuando hablo de “hostia”, pienso en la “víctima pascual”, pienso en la muerte de Cristo y en su resurrección, pienso en el misterio pascual. Hostia para mí es eso: la muerte del Señor y su resurrección, su total entrega por nosotros, presente en el pan y en el vino consagrados. Es por eso que, tras la invocación del Espíritu Santo sobre el pan y el vino y la narración de la última cena del Señor, en la misa, toda la asamblea canta:

“Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús”.

Frente a esta “hostia”, es decir, frente a este misterio, la gente se inclina en profunda reverencia, se arrodilla y se sumerge en profunda contemplación, asumiendo el compromiso de “que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios” (Rm 12,1) Adorar la “hostia” significa rendirse a su misterio para vivirlo en el día a día. Y comulgar la “hostia” significa asimilar su misterio en la totalidad de nuestro ser para volvernos como Cristo: hostia, entregada en servicio a los hermanos.

Y ahora entiendo mejor cuando el Concilio Vaticano II, al exhortar a la participación conciente, piadosa y activa del “sacrosanto misterio de la Eucaristía”, añade: “aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos” (SC 48).

Publicado originalmente en Aleteia.org
Reproducción de la publicación de Padre Sergio

jueves, 17 de noviembre de 2016

LA EUCARISTÍA NOS PREPARA PARA IR AL CIELO


La Eucaristía nos prepara para ir al cielo
Quien comulga tiene la fuerza divina para enfrentar todos los problemas y situaciones difíciles de aquí abajo. 


Por: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net 




El Cielo es nuestra patria.

En el día de la Ascensión, Cristo subió al Cielo para tomar posesión de su gloria y prepararnos un lugar. Con Él, la humanidad redimida podrá penetrar en el Cielo. Consciente de que el Cielo no nos está jamás cerrado, vivimos en la expectativa del día en que sus puertas se abrirán de para en par para que en él entremos. Esperanza esta que nos anima y por sí bastaría para obligarnos a llevar una vida cristiana digna y sobrellevar con paciencia todas las contrariedades con tal de alcanzar ese Cielo prometido.

Sin embargo, Cristo, como muestra de amor, para sostener esa esperanza del Cielo creó el lindo Cielo eucarístico, pues la Eucaristía es un Cielo anticipado. ¿Acaso en la Eucaristía no viene Jesús, bajando a la tierra y trayéndonos ese Cielo consigo? ¿Acaso donde está Jesús no está el Cielo? Si Jesús está sacramentalmente en la Eucaristía, trae consigo también el Cielo.

Su estado, aunque velado a nuestros sentidos exteriores, es un estado de gloria, de triunfo, de felicidad, exento de las miserias de la vida.

Al comulgar a Jesús en la Eucaristía, júbilo y gloria del Paraíso, recibimos igualmente el Cielo. Se nos da para mantener viva en nosotros el recuerdo de la verdadera patria y no desfallecer al pensar en ella. Se da y permanece corporalmente en nuestros corazones en cuanto subsisten las especies sacramentales. Una vez destruidas éstas, vuelve nuevamente al Cielo, pero permanece en nosotros por su gracia y por su presencia amorosa. Nos deja los efectos de su presencia: amor, pureza, fuerza, alegría y gozo.

¿Por qué es tan rápida su visita? Porque la condición indispensable a su presencia corporal resucitada está en la integridad de las Santas Especies.

Jesús, viniendo a nosotros en la Eucaristía, trae consigo los frutos y las flores del Paraíso. ¿Cuáles son éstas? Lo ignoro. No los podemos ver, pero sentimos su suave perfume.

¿Cuáles son los bienes celestes que nos vienen con Jesús, cuando lo recibimos en la Eucaristía?


En primer lugar, la gloria. Es verdad que la gloria de los Santos es una flor que sólo se abre ante el sol del Paraíso, gloria ésta que no nos es dada en la tierra. Pero recibimos el germen oculto, que la contiene toda entera, como la semilla que contiene la espiga. La Eucaristía deposita en nosotros el fermento de la resurrección, a causa de una gloria especial y más brillante que, sembrada en la carne corruptible, brotará sobre nuestro cuerpo resucitado e inmortal.

En segundo lugar, la felicidad. Nuestra alma, al entrar en el Cielo, se verá en plena posesión de la felicidad del propio Dios, sin miedo a perderla o de verla disminuir. ¿Y en la comunión no recibimos alguna parcelita de esa real felicidad? No nos es dada en su totalidad, pues entonces nos olvidaríamos del Cielo. Pero, ¡cuánta paz, cuánta dulce alegría no acompaña en la comunión! Cuanto más el alma se desapega de las afecciones terrenas, tanto más ha de disfrutar de esa felicidad al punto de que el mismo cuerpo se resiente y desea ya el Cielo. Es aquello de santa Teresa: “Muero porque no muero”.

En tercer lugar, el poder. Quien comulga tiene la fuerza divina para enfrentar todos los problemas y situaciones difíciles de aquí abajo. El águila para enseñar a sus crías a volar hasta las alturas les presenta la comida y se coloca arriba de ellos, elevándose siempre más y más a medida que sus crías se acercan, hasta hacerlos subir insensiblemente a los astros.

Así también hace Jesús, Águila divina. Viene a nuestro encuentro, trayéndonos el alimento que necesitamos. Y luego en seguida se eleva, invitándonos a seguir el vuelo. Nos llena de dulzura para hacernos desear la felicidad celestial y nos conquista con la idea del Cielo.

En la Comunión, por tanto, tenemos la preparación para el Cielo. ¡Qué grande será la gracia de morir después de haber recibido el Santo Viático! Poder partir bien reconfortados para este último viaje.

Pidamos muchas veces esta gracia para nosotros. El Santo Viático, recibido al morir, será la prenda de nuestra felicidad eterna. Llegaremos a los pies del Trono de Dios. Y allí disfrutaremos eternamente de la presencia y del amor de Dios. Que eso es el Cielo

jueves, 10 de noviembre de 2016

EL SAGRARIO ES COMO UN IMÁN



EL SAGRARIO ES COMO UN IMÁN




 ¿Han visto ustedes un imán? ¿Qué hace un imán? Atrae el hierro. Pues así como el imán atrae al hierro, así el Sagrario atrae los corazones de quienes aman a Jesús. Y es una atracción tan fuerte que se hace irresistible. No se puede vivir sin Cristo eucaristía.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando un imán no atrae al hierro? ¿De quién es la culpa, del imán o del hierro? Del imán ciertamente no.

San Francisco de Sales lo explicaba así: "cuando un alma no es atraída por el imán de Dios se debe a tres causas: o porque ese hierro está muy lejos; o porque se interpone entre el imán y el hierro un objeto duro, por ejemplo una piedra, que impide la atracción; o porque ese pedazo de hierro está lleno de grasa que también impide la atracción".

Y continúa explicando San Francisco de Sales:

- "Estar lejos del imán significa llevar una vida de pecado y de vicio muy arraigada". 
- "La piedra sería la soberbia. Un alma soberbia nunca saborea a Dios. Impide la atracción". 
- "La grasa sería cuando esa alma está rebajada, desesperada, por culpa de los pecados carnales y de la impureza".

Y da la solución: 

- "Que el alma alejada haga el esfuerzo del hijo pródigo: que vuelva a Dios, que dé el primer paso a la Iglesia, que se acerque a los Sacramentos y verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es misericordia". 
- "Que el alma soberbia aparte esa piedra de su camino, y verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es dulzura y bondad". 
- "Que el alma sensual se levante de su degradación y se limpie de la grasa carnal y verá cómo sentirá la atracción de Dios, que es pureza y santidad".

Así es también Cristo eucaristía: un fuerte imán para las almas que lo aman. Es una atracción llena de amor, de cariño, de bondad, de comprensión, de misericordia. Pero también es una atracción llena de respeto, de finura, de sinceridad. No te atrae para explotarte, para abusar de ti, para narcotizarte, embelesarte, dormirte, jugar con tus sentimientos. Te atrae para abrirte su corazón de amigo, de médico, de pastor, de hermano, de maestro. Si fuésemos almas enamoradas, siempre estaríamos en actitud de buscar Sagrarios y quedarnos con ese amigo largos ratos, a solas.

Si fuésemos almas enamoradas, no dejaríamos tan solo a Jesús eucaristía. Las iglesias no estarían tan vacías, tan solas, tan frías, tan desamparadas. Serían como un continuo hormigueo de amigos que entran y salen.

Tengamos la costumbre de asaltar los Sagrarios, como decía San Josemaría Escrivá. Es tan fuerte la atracción que no podemos resistir en entrar y dialogar con el amigo Jesús que se encuentra en cada Sagrario.

Y para los que trabajan en la iglesia, pienso en los sacristanes, esta atracción por Jesús eucaristía les lleva a poner cariño en el cuidado material de todo lo que se refiere a la eucaristía: Limpieza, pulcritud, brillantez, gusto artístico, orden, piedad, manteles pulcros, vinajeras limpias, purificadores relucientes, corporales almidonados, pisos como espejos, nada de polvo, telarañas o suciedades. Estas delicadezas son detalles de alguien que ama y cree en Jesús eucaristía.

Pero, ¿por qué a veces el Sagrario, que es imán, no atrae a algunos? Siguen vigentes las tres posibilidades ya enunciadas por san Francisco de Sales, y yo añadiría algunas otras.

No atrae Cristo eucaristía porque tal vez hemos sido atraídos por otros imanes que atraen nuestros sentidos y no tanto nuestra alma. Pongo como ejemplo la televisión, el cine, los bailes, las candilejas de la fama, o alguna criatura en especial, una chica, un chico. Lógicamente, estos imanes atraen los sentidos y cada uno quiere apresar su tajada y saciarse hasta hartarse. Y los sentidos ya satisfechos embotan la mente y ya no se piensa ni se reflexiona, y no se tiene gusto por las cosas espirituales.

A otros no atrae este imán por ignorancia. No saben quién está en el Sagrario, por qué está ahí, para qué está ahí. Si supieran que está Dios, el Rey de los cielos y la Tierra, el Todopoderoso, el Rey de los corazones. Si supieran que en el Sagrario está Cristo vivo, tal como existe - glorioso y triunfante - en el Cielo; el mismo que sació a la samaritana, que curó a Zaqueo de su ambición, el mismo que dio de comer a cinco mil hombres....todos irían corriendo a visitarlo en el Sagrario.

Naturalmente echamos de menos su palabra humana, su forma de actuar, de mirar, de sonreír, de acariciar a los niños. Nos gustaría volver a mirarle de cerca, sentado junto al pozo de Jacob cansado del largo camino, nos gustaría verlo llorar por Lázaro, o cuando oraba largamente. Pero ahora tenemos que ejercitar la fe: creemos y sabemos por la fe que Jesús permanece siempre junto a nosotros. Y lo hace de modo silencioso, humilde, oculto, más bien esperando a que lo busquemos.

Se esconde precisamente para que avivemos más nuestra fe en Él, para que no dejemos de buscarlo y tratarlo. ¡Que abajamiento el suyo! ¡Qué profundo silencio de Dios! Está escondido, oculto, callado. ¡Más humillación y más anonadamiento que en el establo, que en Nazaret, que en la Cruz!

Señor, aumenta nuestra fe en tu eucaristía. Que nos acostumbremos a visitarte en el Sagrario. Que seas Tú ese imán que nos atraiga siempre y en todo momento. Quítanos todo aquello que pudiera impedirnos esta atracción divina: soberbia, apego al mundo, placeres, rutina, inconsciencia e indiferencia.

¡El Sagrario!

"El Maestro está aquí y te llama", le dice Marta a su hermana.

Nuestra ciudad está rodeada de la presencia Sacramental del Señor. Tomen en sus manos un mapa de la ciudad y vean cuántas iglesias tienen, señaladas con una cruz. Esas cruces están señalando que ahí está el Señor, son como luceros o como constelaciones de luz, visibles sólo a los ángeles y a los creyentes, diría Pablo VI.

¡Seamos más sensibles, menos indiferentes! ¡Visitemos más a Cristo Eucaristía en las iglesias cuando vamos de camino al trabajo o regresamos! Asomemos la cabeza para decirle a Jesús: ¡hola! Dejemos al pie del Sagrario nuestras alegrías y tristezas, nuestras miserias y progresos.

Imaginen unos novios que se aman. Trabajan los dos. El trabajo de uno está a dos calles del otro. ¿Qué no haría el amado para buscar ocasiones para ver a la amada, llamarla por teléfono, saludarla, aún cuando fuera a distancia?

¿Pequeñeces? Son cosas que solamente entienden los enamorados. Con el Señor hemos de hacer lo mismo. Si hace falta, caminamos dos, tres o más calles para pasar cerca de Él y tener ocasión de saludarlo y decirle algo. Con una persona conocida, pasamos y la saludamos brevemente. Es cortesía. ¿Y con el Señor no?

En cada Sagrario se podría poner un rótulo "Dios está aquí" o "Dios te llama". Es el Rey, que nos concede audiencia cuando nosotros lo deseamos. Abandonó su magnífico palacio del Cielo, al que tú ni yo podíamos llegar, y bajó a la tierra y se queda en el Sagrario y ahí nos espera, paciente y amorosamente.

El mismo que caminó por los senderos de Palestina, el que curó, el que fundó la iglesia, es el mismo que está en el Sagrario.

¿Para quién y para qué está ahí? Para nosotros, para hacer compañía al solo, para fortalecer al débil, para iluminar al que duda, para consolar al triste, para llenar la vida de jugo, de alegría, de sentido.

Autor: P. Antonio Rivero LC

jueves, 27 de octubre de 2016

DIOS QUE ME ESPERA EN LA COMUNIÓN


Dios que me espera en la Comunión
Es pan que se ofrece en el altar y se transforma en un verdadero alimento en las manos de cada sacerdote.


Por: P. Marcelo Ribas | Fuente: mensajespanyvida.org 




El domingo, día del Señor, pude saborear y hasta tocar la grandeza de la Eucaristía. Claro, era más que un descubrimiento, era la presencia de Dios que se revela a pesar de ese estar tan cerca había estado celebrando sin haber caído en la cuenta. Perdonen, era automatismo, repetición, simple celebración. Ese valor eucarístico me cayó con tal fuerza que me hizo despertar y valorar. Era un Jesús, lleno de la luz de aquella cena con sus discípulos, que me estaba gritando: “Este es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre”

En ese momento, “Consagración” se abrió el postigo de la verdad en la presencia real de Cristo que se ofrece por todos, sin excepción. Era Él mismo y Único Jesús que tomaba el pan en sus manos y al tomarlo, no solamente se ofrecía, sino que se consagraba al mundo para ser alimento y sustento. Es una acción por todos donde nadie, sin excepción, queda fuera. Jesús se da todo porque lo tiene todo. El ama y al amar puede donarse, regalarse y darse para siempre.

En este momento, tan sublime, cuando las manos sacerdotales trazaban la cruz y ofrecían al mundo las ofrendas bañadas por las palabras de consagración, brotaba quizás saltaba la gracia de la presencia amorosa y silenciosa de Dios para la salvación de la humanidad. Se contempla un Dios que se ofrece sin tener en cuenta nuestra debilidad y lejanía.

Es la toma de conciencia la que me hace abrir o caer en la cuenta de la conciencia clara y fervorosa de la presencia augusta de Jesús en la Hostia Consagrada. Es algo que va creciendo, jamás disminuyendo. Es como si Dios en medio de la tragedia de la cruz se abraza más a ella para no soltarla y dejarse vencer por la tentación del abandono. La respuesta es cada día mayor y más fuerte, aunque esto suponga mucho sacrificio, incluso la propia muerte.

Se motiva la propia vida a esa pertenencia al Señor que ya no puede retroceder, sino aceptar, vivirla y darla a conocer. Ya no es simple pan que se ofrece por la mano del campesino o del vino sacrificio del mejor viñero, es la Iglesia, que como enviada, ofrece y hace posible para que se pueda contemplar la presencia de Jesús con toda su presencia, su amor y el poder de sanar a todo el que lo acepte como el Salvador y Señor de la historia.

Se nos impone con finura de tallador que a cortes delicados hace aparecer la verdad y la mejor figura. Es un acontecimiento milagroso que despierta, golpea y quita el sueño para que no se nos olvide que es Dios y no otro. Su presencia nos deja sin aliento, pero no mudos porque en palabras humanas se actualiza la presencia y el amor de los amores.

Es pues el sacerdote quien, debidamente ordenado, pronuncia aquellas palabras dichas por Jesús en la Cena con sus discípulos y al hacerlo, como regalo de amor, Jesús se ofrece y se da para bien de todos. Cada sacerdote se hace instrumento ofrecido por Dios para entregar lo que Él había prometido. Es hacerse, cada sacerdote, manos, ojos, presencia de Dios para alimentar y bendecir a la humanidad.

Ese pan que se ofrece en el altar se transforma en un verdadero alimento que en las manos de cada sacerdote se comparte y se entrega como sacramento de amor y sustento. Es la fuerza de la vida propia de Dios que penetra y hace mover la vida del sacerdote para que se convierta en dador de todo ese bien para la vida de la humanidad.

En cada sacerdote está la presencia de un Dios en la libertad de la aceptación y el compromiso a la llamada. Ya lo importante no es el puesto, la bolsa, la comida o la persecución, es y debe ser, la respuesta en el servicio desinteresado para llegar a todos. Por eso al vivir este acontecimiento “tan grande” los demás, se inspiran y viven, en su compañía, con la grandeza del amor que dentro de un altar que alimenta y da vida.

La experiencia del acontecimiento eucarístico despierta, al estilo los caminantes de Emaús, para caer en la cuenta que Jesús se revela y explica su verdadero amor. Caen las escamas de los ojos; los tapones de los oídos; la parálisis de las extremidades y el silencio del testimonio para lanzarse a la vivencia del Dios del pan y el sustento. Es un Dios que en la Sagrada Comunión se da y punto. Es un pan que es capaz de partirse para que alcance a todos. Todo porque ese compartir es la señal más hermosa y expresiva de todo cristiano. Ese partirse define a Dios.

Darse, entonces, es el acto más sublime y real que Jesús realiza permitiendo la mezcla de la pobreza de quien necesita y de la riqueza de quien se ofrece sin poder detenerse, pues esa es la esencia “natural” de Dios para con nosotros. Por eso comulgar es tan necesario y tanto para nosotros que ninguno puede negarse.

Por eso cuando alguien se da por enterado y lo vive ya no puede negarse, todo lo contrario, se une más porque lo hace parte de su camino. Todo caminante necesita de pan y sin ese pan no puede subsistir.

sábado, 22 de octubre de 2016

AMEN A SUS ENEMIGOS... QUÉ DIFÍCIL SEÑOR!!!


Amen a sus enemigos... ¡Qué difícil Señor!
Hoy a tus pies traigo un corazón que se resiste a perdonar. El dolor que le causaron fue tan fuerte, que alcanzó gravedad de tragedia para mi corazón y para mi vida...


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




Hoy ante ti, Jesús Sacramentado, recordamos tus palabras: "Ama a tus enemigos.." Un mandamiento nuevo, era algo que rebasaba toda doctrina, toda ley. Era algo que estremecía las entrañas y el corazón, era algo que sobrepasaba todo sentimiento humano para llegar a tocar lo que naturalmente no correspondía a nuestro sentir, a nuestro apasionado corazón y razón cuando alguien o algo nos daña...

Jesús, nos pedías algo que tu sabías qué difícil y "cuesta arriba" es para nuestro corazón otorgar el perdón, pero...sabías que tus palabras iban a tener ejemplo y respuesta a esta petición cuando en la cruz dirías: - ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!... y por eso tus palabras: - Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos. Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen ¿no hacen lo mismo que los publicanos?. Y si saludan tan solo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario, ¿no hacen eso mismo los paganos?. Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial, es perfecto. (Mateo 5,43-48)

Jesús, hoy a tus pies traigo un corazón que se resiste a perdonar. El dolor que le causaron fue tan fuerte, que alcanzó gravedad de tragedia para los sentimientos y para mi vida... ¡ten compasión de mí! ¡Ayúdame para que poco a poco la paz vaya entrando en mi corazón y pueda, con tu apoyo, otorgar ese perdón que tu pides.

Pero tal vez mi corazón no tenga heridas tan profundas sino que esté lleno de rencillas, de palabras mal interpretadas, de antipatías gratuitas, de que no se por qué.... "pero no me cae bien", no soporto a "esa" persona, guardo pequeños rencores sin una causa real...de una palabra, de una mirada, de algo que no me gustó y me cayó mal... de una rivalidad... de una envidia... ya no nos hablamos... que ella o él de "su brazo a torcer" ¡yo no!.

Jesús, manso y humilde de corazón, dime ¿qué dices de este corazón que aún no ha aprendido a perdonar y no solo eso sino que no sabe orar y rogar para que, olvidando tanta pequeñez y tontería, sea generoso y pida por ella o por él?

Quiero paz, Señor, esa paz tan hermosa que tu sabes dar al corazón, al alma que se libera de la esclavitud de todos esos mezquinos sentimientos, porque ya empezó a amar como tu nos amas olvidando y perdonando todas nuestras faltas.

Quiero ser grande, volar muy alto, que por amor a ti no me importen tanto las cosas pequeñas de este mundo... parecerme a ti que sabes amar dando todo por nada, ayúdame, Señor. Amén.

jueves, 20 de octubre de 2016

LA EUCARISTÍA, SIGNO DE UNIDAD DE LA IGLESIA


La Eucaristía, signo de unidad de la Iglesia
El pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el Cuerpo de Cristo?


Por: P. Carlos M. Buela | Fuente: Catholic.net 




La Eucaristía es signo de la unidad de la Iglesia. Es signo por varias cosas:

* Participamos de una mesa. Si participamos, si comemos de una mesa se da por razón de la mesa, una unidad simbólica entre todos los comensales.

* Además, la comida es el pan formado por muchos granos y sin embargo es uno, simboliza la unidad de la Iglesia; muchos miembros, pero una sola Iglesia. El vino formado por muchos racimos, sin embargo, es un solo vino; simboliza la unidad de la Iglesia formada por muchos y sin embargo, es una sola.

* Y aún la misma asamblea -sobre todo cuando esa asamblea toma el signo en plenitud, que es cuando está presidida por el Obispo-, esa asamblea es signo de la unidad de la Iglesia porque está el Obispo, están los sacerdotes, están los diáconos, están los distintos ministros, cada uno desempeñando distintas funciones, con distintos poderes y sin embargo no son distintas cosas, sino son "una sola cosa" en el Señor. Entonces la Eucaristía es signo de la Unidad de la Iglesia.

A lo que quiero referirme brevemente ahora, es a la Eucaristía no solamente como signo, sino a la Eucaristía como "causa" de la unidad de la Iglesia, es decir, que es la Eucaristía la que crea la unidad, la produce, la realiza.

¿Por qué "causa"? Porque si el sacramento de la Eucaristía, como hemos visto, significa la unidad, siendo sacramento, que es signo eficaz, produce lo que significa.

No hay ninguna duda de que la Eucaristía significa la unidad. ¿Es sacramento? Entonces produce la unidad, porque el sacramento es signo sensible y eficaz de la gracia invisible. Significa unidad, causa unidad.

Por eso el texto de San Pablo en la Primera a los Corintios: "un cuerpo somos los que somos muchos, puesto que de un pan participamos".

¿En qué radica la eficacia unitiva del Pan Eucarístico? Lo expresa el Apóstol versículos antes: "el pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el Cuerpo de Cristo?".

La Comunión con Cristo crea la comunión de todos entre sí. Pongamos como ejemplo alguna breve aplicación: en estos momentos Juan Esteban mientras realiza su tratamiento en Mendoza está más unido a nosotros y nosotros a Juan Esteban por unirnos más a Cristo, la Cabeza. Nosotros al recibir a Jesús, la Cabeza, al unirnos más con la cabeza, nos unimos más con los miembros del cuerpo. Y lo mismo podemos decir de los Padres que están en China, que están en Rusia, o que están en Egipto o en donde sea. No solamente los padres que nosotros conocemos, sino otros misioneros, otros sacerdotes, que están pasando por momentos de dificultad, algunos a lo mejor al punto de tener que sufrir el martirio.

jueves, 6 de octubre de 2016

CAE LA TARDE, SEÑOR Y YO ME ACUERDO DE TI...


Cae la tarde, Señor y yo me acuerdo de ti...
Vengo ante ti, Señor, que estás solo, siempre esperando, quiero ser tu compañía, y yo necesito la tuya. ¡Cómo te necesito, Señor!


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




Cae la tarde, Señor, y yo me acuerdo de ti...

Hoy me he sentido especialmente sola. El mundo se agita, corre, sueña, baila, grita, ríe, llora, canta, hay dolor, hay alegría ... pero nada de eso hay en mí, solo la soledad es mi compañera y la tarde se va en un crepúsculo de suave luz... y yo, Señor, me acuerdo de ti.

Vengo ante ti, Señor, que también estás solo, siempre esperando, y quiero ser tu compañía, pero yo necesito la tuya, ¡cómo te necesito, Señor!

Quédate conmigo porque tu eres mi luz y sin ti estoy en tinieblas.

Quédate conmigo, Jesús, porque necesito sentir tu presencia para no olvidarte porque ya ves con cuánta frecuencia te abandono.

Quédate , Señor, conmigo, porque se hace tarde y se vienen las sombras, es decir, se pasa la vida, se acerca la cuenta, la eternidad y es preciso que redoble mis días, mis esfuerzos y que no me detenga en el camino de la oración y de dar más amor... por eso te necesito.

En mi vida se está haciendo tarde, Señor, viene la noche, las tentaciones, sequedades, penas y cruces... y te necesito ¡oh, mi buen Jesús!.

Quédate conmigo porque soy muy débil y necesito de tu fuerza para no caer tantas veces.

Quédate Señor conmigo, porque deseo amarte mucho y con ese mismo amor, amar a mis semejantes.

Quédate, quédate conmigo para no sentir mi soledad, porque tengo frío y a veces todo me da miedo. Necesito tu presencia para sentir el calor de tu amor y tu mirada, la caricia de tus manos cuando lloro...tu dulce sonrisa que me da ánimo para seguir...

Quédate, Señor conmigo, porque Tu solo sabes dar amor, porque solo Tu tienes palabras de vida eterna y nos dices que quien en Ti cree, no muere: Yo soy la luz, la Verdad, el Camino y la Vida.

Soy como un pobre mendigo que implora una limosna, pero limosna de amor, esa que Tu sabes dar con tanta dulzura, con tanta plenitud, sin fijarte en lo poco que valgo, en lo poco que soy y en lo mal que se corresponder a tu gran amor. No tomes en cuenta esto y ¡quédate conmigo, te necesito tanto, oh, Señor!.

Ya se que en tu soledad del Sagrario un día soñaste con este encuentro y siempre me estabas esperando. Pues bien, Señor, aquí estoy, por fin, llegué cansada y triste, Tu lo sabes bien, pero al sentir tu presencia y tu compañía, todo cambió. Una suave serenidad arropa mi alma y el calor y la seguridad de tu amor me hacen mirar de frente a la vida.

¡Gracias mi Jesús Sacramentado!

jueves, 25 de agosto de 2016

AFUERA TODO ES GRAN AGITACIÓN, RUIDO DE VIDA Y LA VIDA ESTÁ AQUÍ EN LA EUCARISTÍA


Afuera todo es gran agitación, ruido de vida...y la Vida está aquí
Desde aquí se oye el clamor del mundo. Ruido de coches, motocicletas, ruido de gran tráfico y ajetreo, de velocidad, de impaciencia.


Por: Ma Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net 




Cuando las personas tienen mucho que pensar, mucho que caminar, mucho que correr... andan ahí, Señor, ahí afuera. Desde aquí se oye el clamor del mundo. Ruido de coches, motocicletas, ruido de gran tráfico y ajetreo, de velocidad, de impaciencia. Hace mucho calor. Afuera todo es gran agitación, ruido de vida...y la Vida está aquí. En esta soledad, en este silencio, en esta semipenumbra, en esta quietud...

La nave desierta... Mármol, vitrales, imágenes... nada tiene vida, todo es materia muerta, solo hay algo que tiembla, que se mueve, que parpadea... es la lámpara roja del Sagrario. Está señalando que en ese silencio, en esa quietud, en esa gran paz está Dios. Un Dios que siendo el Rey de todo lo creado, está oculto tras unas cortinillas y una pequeña puerta. Silenciosa y humilde espera. Entrega y sumisa esperanza de un Dios que es todo amor. Mansedumbre infinita, paciencia de siglos... Locura de amor de un Dios enamorado de sus criaturas. Sólo a un Dios que muere por amor se le podía haber ocurrido semejante entrega.

Ahí estás, Señor, encerrado en todos los Sagrarios del mundo, desde los de oro y piedras preciosas, en las imponentes y majestuosas catedrales hasta los más humildes y simples de madera, en las iglesias perdidas de las sierras y en las casi legendarias misiones. Ahí te quedaste, Señor, paciente y sumiso, esperando. Porque los enamorados no pueden dejar a quien aman y tu te ibas a la Casa del Padre Celestial, a tu verdadero Reino con tu Madre, con los Santos, con los Ángeles...y nosotros aquí, solos, tropezando, cayendo perdiendo el CAMINO..., teniendo cada vez más lejano, más borroso, el recuerdo de tu paso por la tierra.

Pero no, te quedaste aquí, dando todo por nada; esperando, siempre esperando en tu gran locura de amor; para que sepamos que no te fuiste, que estás aquí, para ser nuestro alimento, carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre; para compartir nuestra alegría, para acompañarnos en nuestra soledad y nuestras penas.

¡Supremo amor de todos los amores que no pudo dejar solo al corazón del hombre porque sabía que tarde o temprano el corazón del hombre lo buscaría, lo necesitaría, lo llamaría... Y Él, sin pérdida de tiempo le daría la respuesta de amor:

- Aquí estoy, siempre me quedé contigo...nunca me fui, siempre te estoy esperando...

viernes, 12 de agosto de 2016

POR QUÉ Y CÓMO VISITAR AL SEÑOR JESÚS SACRAMENTADO?


¿Por qué y cómo visitar al Señor Jesús Sacramentado?
La Hostia consagrada es particularmente eficaz para poder palpar el amor infinito de su corazón


Por: n/a | Fuente: caminohaciadios.com 




¿Quién no necesita de un amigo con quien caminar a lo largo de la vida? ¿Quién no necesita de una persona que nos escuche y acoja con el mayor aprecio? ¿Quién no necesita de alguien con quien compartir la alegría fraterna de la amistad, y siempre dispuesta para ayudarnos en los momentos difíciles? El mejor de estos amigos es Jesús, nuestro Reconciliador, a quien podemos recibir en el Sacramento de la Eucaristía, y a quien también podemos visitar, acompañándolo ante el Sagrario, en el silencio de una capilla o de una iglesia.

El Señor Jesús nos llama «amigos». Está siempre con nosotros y, como sabemos, eso se manifiesta de modo visible en la Eucaristía,«sacramento del Sacrificio del Banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador». Siendo un sacramento admirable, a veces se nos olvida que podemos recurrir a él con frecuencia. No tenemos que esperar cada Domingo para encontrarnos con Cristo presente en la Eucaristía. Podemos salir al encuentro del Señor. Ahí Jesús nos espera siempre, anhelante de que le abramos el corazón en la intimidad de la oración.

Si bien es verdad que podemos conversar con el Señor Jesús en todo momento y en cualquier lugar, su presencia en la Hostia consagrada es privilegiada y particularmente eficaz para poder «palpar el amor infinito de su corazón». Allí está presente por excelencia, en el modo como Él quiso permanecer entre nosotros. Eso hace una gran diferencia. El Señor está realmente presente en la Eucaristía, invitándonos a acompañarlo, ofreciéndonos su firme apoyo en nuestro peregrinar. La Iglesia y el mundo-nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica- «tienen gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración».

¿Qué le decimos al Señor Jesús Sacramentado?

¡Todo aquello que anida en nuestro corazón! La adoración eucarística es un momento de intimidad, de confianza y de amistad con Dios. En esos ratos de oración ante el Santísimo, ante Jesús Sacramentado, recordamos que su presencia es fruto del amor que nos tiene. Es un momento oportuno para renovar nuestro propósito de ser santos y de responder generosamente al amor de Dios. En la adoración a Cristo Jesús también podemos pedir perdón por nuestras faltas y pecados, reconociendo así, con humildad, que sólo Él tiene el poder para perdonarnos, renovando nuestra confianza en su misericordia.


Podemos rezar por los demás, por nuestros familiares, los amigos, por los necesitados, los sufrientes, los enfermos. También por la iglesia, el Santo Padre y sus desvalidos, por los que necesitan de la fe y se creen abandonados de Dios. En fin, en cada uno de nosotros anidan diversas intenciones y necesidades que podemos presentar con fe y confianza al Señor Jesús. De hecho, la adoración Eucarística tiene una profunda relación con la evangelización. Por un lado, rezar por los demás ya es una privilegiada forma de apostolado; y por otro, la experiencia de encuentro con el Seños nos renueva en el ardor para anunciarlo como quien se ha encontrado personalmente con Él.

Es verdad que «a menudo, en nuestra oración -como señalaba el Papa Benedicto XVI-, nos encontramos ante el silencio de Dios (...) Pero este silencia de Dios, como le sucedió también a Jesús, no indica su ausencia. El cristiano sabe bien que el Señor está presente y escucha». Esta situación, que quizás hemos experimentado en más de una ocasión, nos invita a confiar y tener paciencia, y puede ser un tiempo de maduración para nuestra fe, recordándonos que «el Dios silencioso es también un Dios que habla, que se revela».

¿Cómo visitar al Señor presente en el Santísimo Sacramento?

Para empezar necesitamos silencio interior y recogimiento para visitar al Señor Sacramentado. «El silencio -indicaba Benedicto XVI- es capaz de abrir un espacio interior en lo más íntimo de nosotros mismos, para hacer que allí habite Dios, para que su Palabra permanezca en nosotros, para que el amor a Él arraigue en nuestra mente y en nuestro corazón y anime nuestra vida». Cuando nos encontramos en precencia de Jesús Sacramentado lo primero es hacer un acto de fe y tomar consciencia de que Dios está ahí realmente presente.

Muchas veces visitaremos el Santísimo Sacramento de modo espontáneo. No siempre hallamos una capilla cerca de donde vivimos o trabajamos, pero a veces tenemos la oportunidad de hacerlo y la aprovechamos. ¿A quién no le gusta recibir la visita sorpresa de un amigo cercano? El Señor se alegrará también cuando lo visitemos así. Sin embargo, si podemos hacer de la visita al Santísimo un hábito que tendrá muchos frutos en nuestra vida espiritual. Quizás podamos visitarlo unos minutos al día, o dos o tres veces por semana. Podemos hacerlo solos, en la compañía de alguien, o también en familia. Invitar a alguien a visitar al Señor presente en el Santísimo Sacramento es una excelente oportunidad para hacer apostolado y dar ocasión para que otras personas que quizás estén un poco alejadas del Señor vuelvan a encontrarse con Él en la intimidad de la oración.

Si bien podemos rezar con las palabras que espontáneamente vengan a nuestro corazón, cuando vamos a visitar al Señor Jesús por un tiempo más prolongado ayuda muchísimo preparar nuestra visita. Podemos, por ejemplo, dedicar unos minutos a un momento de diálogo personal con el Señor, otros minutos a la meditación de un texto eucarístico o a rezar con los salmos, y otro momento a pedir por nuestras necesidades y las de los demás. Las posibilidades son muy variadas, y esta costumbre ayudará a que nos mantengamos concentrados y enfocados.

Hablando precisamente de textos sobre los cuales podemos meditar, existen diversas citas en la Sagrada Escritura sobre las cuales podemos rezar y que nos ayudarán en nuestra meditación. Lo pasajes sobre la institución de la Eucaristía en la Última Cena, por ejemplo, así como aquellos en los cuales el Señor habla del «Pan de Vida», entre tantas otras, nos ayudarán a tomar especial consciencia de la presencia real del Señor. Mediar delante del Señor «nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia», nos ayudará a un encuentro más íntimo con Él, y a descubrir con mayor ardor el inmenso bien que significa su presencia en la Eucaristía. Hay, por otro lado, muchos devocionarios eucarísticos que podemos utilizar en nuestra visitas. En ellos encontraremos también otros textos valiosos, oraciones de santos, así como cantos adecuados para la oración eucarística que con seguridad eriquecerán nuestra oración.

«Yo estoy con ustedes todos los días»

Cuando nos acercamos a Jesús Sacramentado tengamos siempre presente su promesa: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». Es una invitación a confiar con Él, con alegría, sabiendo que está ahí siempre, paciente, gozoso, dispuesto a ayudarnos, a escucharnos. De la misma manera, recordemos que el Señor nos ha querido dejar una Madre que nos acompaña y nos ayuda a acercarnos cada vez más a su Hijo. Que Ella, como lo decía el Beato Papa Juan Pablo II, «que fue la verdadera Arca de la Nueva Alianza, Sagrario vivo del Dios Encarnado, nos enseñe a tratar con pureza, humildad y devoción ferviente a Jesucristo, su Hijo, presente en el Tabernáculo».


Preguntas para el diálogo
¿Qué tan importante es en mi vida espiritual la adoración Eucarística?
¿Qué obstáculos veo en mi vida para crecer en mi devoción a Jesús sacramentado?
¿Qué medios puedo poner para que mis visitas al Santísimo sean una experiencia cada vez más profunda de encuentro con el Señor Jesús?


Citas
Jn 15,14.
S.S. Juan Pablo II, Homilía, 12/06/1993.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 13800
Benedicto XVI, Respuestas a las preguntas de los jóvenes durante la vigilia de oración, 01/09/2007.
Benedicto XVI, Audiencia general, 07/03/2012.
S.S. Juan Pablo II, Ecclesia de la Eucharistia, 25.
Mt 28,20.
S.S. Juan Pablo II, Homilía, 12/06/1993.


Citas para la oración
La institución de la Eucaristía: Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,15-20.
El Señor Jesús es el Pan de Vida: Jn 6,51 59.
Nuestra actitud frente a la Eucaristía: 1Cor 11,27 29.
El Señor nos invita a la comunión con Él: Ap 3,20; Jn 14,23.

jueves, 28 de julio de 2016

HOY ES JUEVES, SEÑOR, Y YO TE DOY MI DOLOR


Hoy es jueves, Señor, y yo te doy mi dolor
No soy yo el que voy a Ti. Tú eres el que viene a mi. Te acercas a mí porque sabes de mi sufrimiento, de mi dolor.


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




Llegué ayer del Hospital a mi casa. Hoy es jueves Señor, y voy a estrenar mi silla de ruedas. Voy a ocupar un lugar del cual ya no me moveré.

Hoy es jueves y muchas personas al comenzar el día se habrán levantado de su cama, habrán puesto los pies en el suelo y comenzado a hacer una y mil actividades distintas...seguro que no se han detenido a gustar de ese milagro: ¡poder caminar!. A mí me han tenido que traer a esta Capilla para contarte mis "cosas".

Hoy es jueves Señor, y recuerdo que también era jueves el día en que por primera vez fui a tu encuentro en mi Primera Comunión, después.... ¡cuánto brinco, cuántos juegos, cuántas carreras, cuántos bailes...!. Y años después, la "palomilla" escogió un día jueves para ir por primera vez un rato a la "disco" de moda...

Hoy es jueves también pero estoy atado a mi silla de ruedas. Voy a estar en ella para siempre. Y hoy, mientras te miro me he puesto a pensar en Ti, Señor, y he sentido que como aquel día de mi Primera Comunión, no soy yo el que voy a Ti. Tú eres el que viene a mi. Te acercas a mí porque sabes de mi sufrimiento, de mi dolor. Y yo te voy a hacer una pregunta, no ¿por qué, por qué a mi?. Eso solo lo sabes Tu. Te voy a preguntar, ¿para qué, para qué me tienes prisionero sin que mis pies vuelvan a pisar el campo, las playas... a correr, a caminar?. Y al hacerte esa pregunta queda inherente a ella mi entrega, mi aceptación, porque en mi se está haciendo Tu voluntad. Y sigue la pregunta, ¿para qué este cambio radical en mi vida?.

Tu Jesús, me lo vas a decir. Soy todo oídos, mi alma está alerta, mi corazón preparado. Tu me vas a decir qué quieres de mí en esta nueva forma de vida.

Dicen que hay pocos misioneros, que allá en las tierras donde están hace mucho calor, que se enferman, que sufren... que hasta los matan. Yo puedo ser misionero como lo fue la Santa de Lisieux, la pequeña Teresita sin salir del Convento, porque puedo ofrecer mi inmovilidad por el sufrimiento de unos pies hinchados, cansados de caminar por brechas y caminos lodosos para llevar la Palabra del Señor al corazón de los hombres y mujeres que no lo conocen.

Señor, tu estás junto a mí y ya me estás hablando... porque antes nunca pensé en estas cosas. Mi vida era alocada, vacía estéril... Ahora soy tierra fértil para la semilla de Tu palabra. La llama del dolor quemó en mi corazón toda la mala hierba y ahora lo siento acrisolado y limpio. Soy hombre nuevo.

Hoy es jueves, Señor, y voy a tender las alas de mi espíritu para adorarte aquí, para acompañarte en todos los Sagrarios del mundo, para hacerte compañía en Tu soledad, en Tu eterna espera, en Tu absoluta entrega. También te veo en la Cruz, inmóvil, clavado, así... como estoy yo. Y sin embargo tus manos y tus pies clavados nos vinieron a dar la libertad sobre la esclavitud del pecado. Nos dieron el triunfo sobre la muerte y nos hicieron hombres y mujeres nuevos.

Háblame, Señor, dime que quieres de mi... Hoy es jueves, Señor, y yo te doy mi dolor y Tu a cambio dame conformidad para mi nueva vida y déjame Tu Paz como el mejor de los regalos.

jueves, 14 de julio de 2016

FRUTOS DE LA ADORACIÓN Y DE ADORACIÓN PERPETUA


Frutos de la adoración y de la Adoración Perpetua
Hay una necesidad renovada de permanecer largo tiempo, en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento


Por: n/a | Fuente: http://adoracionperpetua.info 




La adoración aporta ante todo llegar a la intimidad con el Señor y ahondar tal intimidad. Para ningún adorador Jesús es un extraño. La adoración permite vivir más intensamente, con mayor participación, las celebraciones eucarísticas. 

Quien adora encuentra paz, una paz desconocida para el mundo. Son muchísimos los testimonios en ese sentido. Personas que nunca pisaron una iglesia y que de pronto por alguna circunstancia o porque el Señor las atrajo entraron a la capilla de adoración y encontraron la paz para ellos desconocida, la que sólo puede dar el Señor. 

La capilla de adoración perpetua ofrece a todos una estación para detenerse en el camino frenético de la vida. Les ofrece un espacio para reflexionar y dejarse interpelar por la presencia del Dios que nos ha creado y que nos salva. 

La capilla siempre disponible es espacio de encuentro y de reposo en el camino, porque allí está Aquél que nos ofrece la paz verdadera, no como la que nos ofrece el mundo.

Resulta asombroso ver cuántas personas anónimas pasan y se detienen en la silenciosa capilla en la que el Santísimo está siempre expuesto y transcurren un tiempo considerable, inmersas en su mundo interior. Muchas veces se trata de personas que vienen de lugares muy distantes, aún de no católicos, o invitadas por amigos. Muchas entran “porque sí, por azar” y se ven atraídas por el poder invisible e irresistible del Señor.



Otro beneficio que se da donde la adoración perpetua es establecida es el  servicio de orientación espiritual y de confesiones.

La adoración eucarística en general, y la perpetua en particular, favorecen la participación del sacrificio eucarístico en la Misa en la medida en que la adoración significa permanencia con Aquel a quien se ha encontrado en la comunión sacramental. 

Mediante la adoración perpetua se descubre y promueve la unidad en torno a Jesucristo Eucaristía al volverse los adoradores conscientes de formar parte de una fraternidad eucarística, de cada uno ser un eslabón de la cadena ininterrumpida de adoración. 

Los frutos son incontables: de conversión, de salvación, de sanación de viejas heridas, de perdón, de reconciliación, nacimiento de vocaciones a la vida religiosa o al matrimonio.

Ya San Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucharistia decía: “El culto a la Eucaristía fuera de la Misa es de inestimable valor en la vida de la Iglesia...Es bello quedarse con Él e inclinados sobre su pecho, como el discípulo predilecto, ser tocados por el amor infinito de su corazón... Hay una necesidad renovada de permanecer largo tiempo, en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento”. Y agregaba: “¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y de ella he sacado fuerzas, consuelo, sostén!” (EE n.25). 

Hoy, más que nunca, debemos recuperar todo el respeto y el amor hacia la Eucaristía y para ello empezar con tomar conciencia del infinito bien que se nos ha dado. El Magisterio de la Iglesia insiste en –como decía el Juan Pablo II en su Carta apostólica sobre el año eucarístico 2004- recuperar el “estupor eucarístico”. La rutina de las celebraciones hace que se pierda ese estupor, ese asombro por el mayor don que Dios nos ha hecho luego de su Encarnación y consecuenta con ella y con su sacrificio redentor.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...