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martes, 30 de marzo de 2021

MARTES SANTO - MEDITEMOS


MARTES SANTO 


«¿TÚ DARÁS LA vida por mí? En verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo sin que me hayas negado tres veces» (Jn 13,38). El evangelio de la Misa de hoy nos narra el anuncio de las negaciones de san Pedro. En el clima íntimo de la Última Cena, este apóstol se sorprende de que Jesús le adelante su traición. No sale de su asombro. No comprende cómo eso podría suceder. Pedro desea ser fiel hasta la muerte, no quiere que su maestro sea entregado a sus enemigos para ser crucificado. Ya fue reprendido por esa confusión, pero sigue sin poder aceptar ese aparente fracaso. La liturgia nos recuerda que «se acercan los días de su pasión salvadora y de su resurrección gloriosa; en ellos se actualiza su triunfo sobre la soberbia del antiguo enemigo y celebramos el misterio de nuestra redención»[1].

A su modo, san Pedro piensa que está dispuesto a dar la vida por el Señor. De hecho, sacará la espada en el momento del prendimiento de Jesús y se enfrentará a todo un pelotón que viene armado para apresar a su Señor. No le falta valentía ni aprecio por Jesús. Sin embargo, la realidad va a demostrarle que no basta con estas cualidades. Pedro necesita todavía la humildad que proviene del conocimiento propio y, sobre todo, del conocimiento de Dios. Jesús no deja de formar a san Pedro hasta el último instante. Estas lecciones son las más importantes de su vida: Pedro no va a ser roca por su fortaleza sino por la humildad ganada a base de conocer a Jesús en profundidad. Es preciso que, experimentando la insuficiencia de sus fuerzas, comprenda que es Dios quien le va a sostener.

EL ANUNCIO DE la traición de Pedro aparece en el evangelio de hoy junto con el anuncio de la traición de Judas y nos sirve para notar la gran diferencia entre ambas. Pedro puso su debilidad en manos de Jesús; apartó la vista de sus errores y de sus fuerzas y aprendió a confiar en la bondad de Dios, en sus planes divinos, en sus modos de hacer. Pedro no estaba engañando a Jesús cuando le decía que iba a ser fiel hasta la muerte. Lo que sucedía es que confiaba casi exclusivamente en sus fuerzas: él se veía capaz. Judas, por su parte, no reconoció en ningún momento ante Jesús su traición; siempre trató de guardar las apariencias. A Pedro, al menos cuando estaba con Cristo, las apariencias no le importaban, aunque sí que sucumbió a ellas cuando fue interrogado por una criada en la casa del Sumo Sacerdote.

Para prevenir su desconcierto, podrían haberle servido al pescador de Cafarnaún aquellas palabras de Agustín: «Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia»[2]. San Pedro pensaba que su amor a Jesús era ya grande, suficiente para soportar cualquier prueba. Le fue más fácil permanecer fiel ante los soldados que ante un enemigo en apariencia más frágil. La criada acabó con la confianza de Pedro en sí mismo. Era necesaria esa liberación: Pedro descubrió así el camino de su propio abajamiento para poder seguir a Cristo. Liberado de sus fuerzas y de sus deseos, fue capaz de adaptarse a los planes de Dios y ser fiel.

San Bernardo, en este sentido, nos recuerda que es mejor poner atención a lo que Dios está dispuesto a hacer por cada uno, también por Pedro: «No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora»[3].

«MUCHAS VECES pensamos que Dios se basa solo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad (...). El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros (...). Tener fe en Dios incluye además creer que él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero él tiene siempre una mirada más amplia»[4].

Nos llena de paz saber que Dios desea que confiemos en él y en lo bueno que tenemos, que es también don de Dios. San Pedro ha ido por delante también en esto para ser un ejemplo para nosotros. Nos llena de serenidad descubrir que podemos apoyarnos en nuestras fuerzas y capacidades –muchas o pocas–porque Dios pondrá el incremento con abundancia. ¡Qué deseos de aprender a no confiar solamente en nuestras aptitudes para la misión que nos ha sido encomendada y que, de algún modo, nos excede! Nos asombra y nos llena de agradecimiento el amor que Dios nos tiene para hacer maravillas con nuestra colaboración.

Santa Teresita del Niño Jesús se refería a la vida de Pedro de la siguiente manera: «Comprendo muy bien que san Pedro cayera. El pobre san Pedro confiaba en sí mismo, en vez de confiar únicamente en la fuerza de Dios (...). Estoy convencida de que si san Pedro hubiese dicho humildemente a Jesús: “Concédeme fuerzas para seguirte hasta la muerte”, las habría obtenido inmediatamente (...). Antes de gobernar a toda la Iglesia, que está llena de pecadores, le convenía experimentar en su propia carne lo poco que puede el hombre sin la ayuda de Dios»[5]. Con este aprendizaje, san Pedro sabrá poner al servicio de la redención sus capacidades –que, aunque prestadas, son un don precioso– y recurrir a su Señor, que todo lo puede. «Por eso –señalaba san Josemaría– cuando con el corazón encendido le decimos al Señor que sí, que le seremos fieles, que estamos dispuestos a cualquier sacrificio, le diremos: Jesús, con tu gracia; Madre mía, con tu ayuda. ¡Soy tan frágil, cometo tantos errores, tantas pequeñas equivocaciones, que me veo capaz –si me dejas– de cometerlas grandes!»[6].


[1] Prefacio II de Pasión. Se utiliza el lunes, martes y miércoles de la Semana Santa.

[2] San Agustín, Sermón 185.

[3] San Bernardo, Sermón 1 en la Epifanía del Señor, 1-2.

[4] Francisco, carta apostólica Patris corde, n. 2.

[5] Santa Teresa del Niño Jesús, Últimas conversaciones, 7-VIII-1897.

[6] San Josemaría, Cartas 2, n. 32b.

MEDITACIÓN DE MARTES SANTO

 


 

«Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él»

+ Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué

(Manresa, Barcelona, España)



Hoy contemplamos a Jesús en la oscuridad de los días de la pasión, oscuridad que concluirá cuando exclame: «Todo se ha cumplido» (Jn 19,30); a partir de ese momento se encenderá la luz de Pascua. En la noche luminosa de Pascua —en contraposición con la noche oscura de la víspera de su muerte— se harán realidad las palabras de Jesús: «Ahora el Hijo del hombre es glorificado, y Dios es glorificado en Él» (Jn 13,31). Puede decirse que cada paso de Jesús es un paso de muerte a Vida y tiene un carácter pascual, manifestado en una actitud de obediencia total al Padre: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Heb 10,9), actitud que queda corroborada con palabras, gestos y obras que abren el camino de su glorificación como Hijo de Dios.

Contemplamos también la figura de Judas, el apóstol traidor. Judas mira de disimular la mala intención que guarda en su corazón; asimismo, procura encubrir con hipocresía la avaricia que le domina y le ciega, a pesar de tener tan cerca al que es la Luz del mundo. Pese a estar rodeado de Luz y de desprendimiento ejemplar, para Judas «era de noche» (Jn 13,30): treinta monedas de plata, “el excremento del diablo” —como califica Papini al dinero— lo deslumbraron y amordazaron. Preso de avaricia, Judas traicionó y vendió a Jesús, el más preciado de los hombres, el único que puede enriquecernos. Pero Judas experimentó también la desesperación, ya que el dinero no lo es todo y puede llegar a esclavizar.

Finalmente, consideramos a Pedro atenta y devotamente. Todo en él es buena voluntad, amor, generosidad, naturalidad, nobleza... Es el contrapunto de Judas. Es cierto que negó a Jesús, pero no lo hizo por mala intención, sino por cobardía y debilidad humana. «Lo negó por tercera vez, y mirándolo Jesucristo, inmediatamente lloró, y lloró amargamente» (San Ambrosio). Pedro se arrepintió sinceramente y manifestó su dolor lleno de amor. Por eso, Jesús lo reafirmó en la vocación y en la misión que le había preparado.

BUENOS DÍAS, HOY ES MARTES SANTO!!!

 





martes, 11 de abril de 2017

HOY ES UN BUEN DÍA PARA PEDIRLE PERDÓN POR NUESTRAS FALTAS


Hoy es un buen día para pedirle perdón por nuestras ofensas
Martes santo. Acompañar a Jesús con nuestra contrición y la búsqueda de la conversión.


Por: Card. James Francis Stafford | Fuente: www.la-oracion.com 




Hoy es un día que podemos recordar cuando Jesús anuncia la traición de Judas. Acompañar a Jesús con nuestra contrición, con nuestra búsqueda de la conversión. Un buen día para pedirle perdón por nuestras ofensas, de hacer un buen examen de conciencia de nuestras traiciones grandes o pequeñas y de acudir al sacramento de la reconciliación.
A continuación presentamos una propuesta de examen de conciencia del Cardenal Stafford que puede servirte de apoyo en tu meditación de hoy.

Un examen de conciencia
“Al invitar a un examen de conciencia, la Iglesia sugiere ayudarse del Sermón de la montaña. Las palabras de Jesús son el texto representativo de la nueva Ley. La cruz es la imagen fundamental del discurso. El cuerpo desgarrado de Jesús es la luz que no fue derrotada por las tinieblas. La oscuridad del pecado nunca podrá suprimir la luz de la misericordia divina. Los penitentes disipan la oscuridad gracias a una confesión sincera de sus pecados.

Para que profundicéis vuestra compunción os propongo el siguiente examen:

¿Renuncio al orgullo, la envidia y la ambición, para seguir el camino de humildad de Jesús? ¿Soy dócil y abierto a la palabra de Dios? ¿Estoy dispuesto a dejarme juzgar por ella, en vez de juzgarla yo a ella? ¿Paso demasiado tiempo leyendo periódicos y revistas, viendo la televisión y navegando por internet? ¿Cuánto tiempo dedico a la meditación y a la lectura de la sagrada Escritura?

¿Soy pobre de espíritu? ¿He puesto mi felicidad en poseer bienes materiales? ¿He animado a los que dudaban o erraban a seguir lo verdadero y lo bueno?



¿He tenido la humildad de invocar la venida del reino de Dios y de no resistirme a ella?

¿He sentido hambre y sed de justicia?

¿He sido misericordioso, perdonando las ofensas de los demás?

¿He sido puro de corazón o he caído en la tentación dela doblez?

¿Me he esforzado por llevar la paz, actuando como auténtico hijo de Dios?

¿He recibido las cosas buenas como dones de Dios con profundo sentido de gratitud? ¿He aceptado con paciencia las cosas malas que me han pasado?

¿He practicado la justicia, que regula mis relaciones con los demás y tiene como finalidad la instauración de la paz?

En mi trabajo y en el desempeño de mis responsabilidades civiles y políticas, ¿he reconocido que la perfección de todas las bienaventuranzas reside en la aceptación de la persecución por el bien del reino de Dios?

¿He seguido los preceptos de la nueva justicia que Jesús menciona después de las bienaventuranzas, es decir, los preceptos del ayuno, la oración y el perdón?

Reunidos en torno a la tumba del apóstol san Pedro, recordemos que su amor a Jesús fue el motivo por el cual lloró, arrepentido, y decidió obedecer sus mandamientos. También los penitentes deberían esforzarse por cumplir los mandamientos sólo por amor. Basta para ello la revelación del corazón traspasado de Jesús. (...) Nada es necesario, excepto el amor de Jesús. Todo lo demás es consecuencia.”

CELEBRACIÓN PENITENCIAL: FRAGMENTO DE HOMILÍA DEL CARD. JAMES FRANCIS STAFFORD EN EL ALTAR DE LA CONFESIÓN DE LA BASÍLICA VATICANA, Martes Santo, 11 de abril de 2006. Texto completo

FELIZ MARTES SANTO!!!



martes, 22 de marzo de 2016

PENSAMIENTOS PARA ACOMPAÑAR A JESÚS EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS - MARTES SANTO


Pensamientos para acompañar a Jesús en el Huerto de los Olivos.



En la colección LUZ EN LA NOCHE, en el 3º fascículo, del Tema "JESÚS", escrito el 29 de octubre de 1959, páginas 32 y 33, encontramos:


"¡Así que en el alma de Cristo se daba, en un momento presente, el Infierno y el Cielo, todos los amores de todos los tiempos y todas las tristezas y desamores de todos los siglos! ¡Qué riqueza encierra en sí Jesús...! Parece que la mente se rompe ante la perfección de su naturaleza creada, que fue capaz de vivir, en una intensidad tan trascendente y en un mismo instante, todo el gozo que le proporcionaba la comunicación familiar que vivía con las divinas Personas, y por otra parte, el dolor del desamor de los hombres que Él representaba ante Dios.

¿Cómo podremos nosotros comprender el amor de Dios que tan incomprensiblemente, para nuestra mente humana, nos ama...? ¡De cuántas maneras...! ¡En cuánta intensidad...!

Para que no dudemos nunca del Amor infinito que, al amarnos, no se perdonó nada por nosotros. ¿Cómo podría Cristo, a un mismo tiempo, contener en sí todo el ímpetu infinito de la Divinidad que lo impulsaba irresistiblemente a comunicarse a los hombres, y todo el ímpetu escalofriante, en fuerza de rechazo, de la humanidad que le dice que "no"...? ¡Y Él en medio, como prensado, entre la
donación de Dios y el rechazo de los hombres! Todo el vivir de Cristo en sus treinta y tres años fue una expresión amorosa
de la vivencia y tragedia que tenía en su alma en deseos incontenibles de comunicarse. Y por eso la Eucaristía, la crucifixión y la muerte de Cristo con su resurrección gloriosa son la expresión deletreada del amor de Dios al hombre, que, llegando en su necesidad incontenible hasta el extremo, ardiendo en deseos, como Palabra infinita, de expresarnos y comunicarnos su
misión, todo su ser dehombre reventó en sangre por todos sus poros en Getsemaní, explicándonos por todo su ser hasta dónde y cómo ama Dios cuando ama, y hasta dónde y cómo es capaz de expresarse el Amor Infinito cuando habla.

Así se te ha dado Dios en su amor infinito, a través de Cristo, en romance de amor. ¿Qué hará tu amor ante la Donación infinita que se hizo palabra para que tú le recibieras, le escucharas y fueras capaz de amarle y vivirle?"

Aunque Jesús siempre necesita nuestra compañía, cuanto más la noche del Jueves al Viernes Santo:

"María y José consolaron, en la medida de su capacidad, al Cristo del Padre. Pero ¿quién podrá penetrar la hondura, casi infinita, de la tragedia desamparadora y solitaria de la Luz no recibida...? Jesús, que, en su divinidad, como Verbo, sigue siendo el Eterno Acompañado en unión trinitaria -ya que donde mora una divina Persona moran las otras dos-, bajo el peso de la terribilidad espantosa de todos los pecados cayendo sobre Él, se sentía en la tierra el Solitario, el Desamparado, el Incomprendido. ¡Mi divino Solitario...! ¡El Solo...! ¡El que pasa su destierro en la soledad más terrible y espantosa por la ingratitud y el desamor de los suyos...! 

"Vino a los suyos y los suyos no le recibieron".
El Solo, con la terrible responsabilidad de la carga de todos los pecados que, al oponerse contra la santidad infinita del serse del Ser, han cerrado la puerta del Hogar divino, el cual será, por Cristo, nuestro solaz y nuestra mansión eterna. Si penetráramos en la hondura profunda de Cristo veríamos su escalofriante soledad. Jesús, ¡Tú sí que eres el Solo en país extraño... Te veo caminar, rodeado de las muchedumbres, en la amargura triste de tu alma solitaria...¡Oh, Jesús!, ante la vista de todos, pasaste por la tierra siendo el acompañado. Pero ante la mirada penetrante y purísima de tu Madre Inmaculada, que intuía en tu profundidad, eres vislumbrado en la soledad solitaria de tu alma santísima."



Autora: Trinidad de la Santa Madre Iglesia

martes, 31 de marzo de 2015

IMAGEN DE MARTES SANTO




MEDITACIÓN PARA EL MARTES SANTO: ¿POR QUÉ EL PADRE ELIGE ESTE CAMINO?


¿Por qué el Padre elige este camino?
Meditaciones para toda la Cuaresma
Martes Santo. Padre, aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú.


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net




Getsemaní es el momento de la obscuridad de la voluntad de Dios; momentos en los cuales el mismo Cristo pide que se le aparte el cáliz: "¡Abba, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú."

San Marcos refleja la obscuridad que se presenta dentro del alma de Cristo. Los comentaristas de la Escritura siempre han visto aquí un momento en el cual como que Cristo viene a preguntarse: Todo lo que yo voy a hacer, ¿merecerá la pena?

No hay que olvidar el tremendo realismo que supone para Cristo la encarnación, y Él no ha querido, en cierto sentido, ahorrarse ni siquiera esas obscuridades interiores de saber si verdaderamente merecería la pena todo el esfuerzo que Él iba a hacer.

Pero junto con esta obscuridad, hay también otra obscuridad en el camino de Cristo, en el alma de Cristo: ¿Por qué el Padre elige ese camino? ¿Por qué no eligió otro? La elección del camino por parte del Padre es una elección que entra dentro del misterio eterno. ¿Por qué razón la cruz, por qué tanto sufrimiento, por qué tanto dolor? Y si es tremenda la obscuridad ante el camino particularmente duro que se le muestra a Cristo, creo que hay un aspecto muy preocupante y difícil, que es el hecho de que Dios Padre busca en Él el abandono total sin condiciones.

Cristo se sabe Hijo, se sabe, por lo tanto, amado por el Padre, a pesar del dolor que puede embargar el corazón, a pesar de la sangre que pueda brotar de la herida que le produce la renuncia de sí mismo. Sabe que el Padre le exige un abandono total, sin condiciones.

"Si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Cristo es consciente de que su amor por el Padre no puede tener otra opción sino la renuncia de sí mismo. ¿Qué amor sería el que desconfiara de su fuerza sobre el odio, sobre el dolor, sobre la renuncia total? Cristo se sabe amado por toda la eternidad, desde toda la eternidad, pero eso no le ahorra ni un momento de obscuridad.

El relato evangélico es suficientemente claro respecto a esta obscuridad y soledad que nuestro Señor siente ante la voluntad del Padre. Entremos en la obscuridad en el alma de Cristo.

Cristo ha querido tocar todo el dolor humano, y por eso, también Cristo ha querido, como tantas almas humanas, pasar por la obscuridad, de manera que también el alma de Cristo asuma sobre sí la obscuridad y la redima por medio de la oblación libre, del ofrecimiento libre al Padre.

Cristo sabe que el amor no quita del alma la presencia de la soledad purificadora, que reclama un desprendimiento absoluto de todo lo que podría haberle servido de soporte; la soledad del que tiene que lanzarse a la obscuridad, al dolor, a la angustia; la soledad del que sabe que su camino entra al desfiladero de la muerte, del despojo absoluto de toda seguridad humana; la soledad del que siente en su alma el mordisco implacable de la tristeza y de la amargura. Esa soledad que nadie puede evitar al hombre cuando quiere vivir sin pactos fáciles todas las exigencias de su identidad; una profunda soledad interior que reclama una verdadera convicción, para dar hacia adelante el siguiente paso, para darlo con decisión, con energía, porque sabe que su soledad no es excusa para no entregarse al Padre.

Cristo quiere tocar la soledad de todos los hombres, de los hombres que se sienten retados por la obscuridad del alma ante la misión que se les confía. Y el alma de Cristo es consciente de que esa soledad que Él revive por su libre oblación es posible superarla a través de la oración. Y Cristo busca la oración, busca el contacto con el Padre. Cristo busca el encuentro con su Padre para fortalecerse, quizá no para superar la obscuridad. Porque no hay que olvidar que muchas veces la obscuridad no se supera sino que simplemente se soporta. Muchas veces la obscuridad no se puede quitar, no se puede arrancar del alma por mucho que se quiera.

En el alma de Cristo está presente la obscuridad que proviene del dolor interior, que proviene del peso de los pecados ajenos, y Cristo se abraza a este cáliz del Señor. Cristo quiere ser capaz de corresponder a su Padre abrazándose al cáliz que se le ofrece. Cada uno de nosotros debemos preguntarnos también por todas nuestras obscuridades. No es difícil ser fiel cuando todo es claro, cuando todo es amable. La fidelidad es difícil, más difícil todavía, cuando se realiza en la obscuridad, cuando sólo sabes que tienes que ser fiel, cuando sólo te queda la convicción de que tienes que seguir adelante. Y así es la fidelidad de Cristo en Getsemaní. "Si es posible que pase, pero no lo que yo quiera sino lo que quieras tú". Como dirá la carta a los Hebreos: "Aprendió con gritos y con lágrimas la obediencia, y así se constituyó en causa de salvación para todos los que le obedecen." 

¿Qué hago yo con mis noches en la obscuridad cuando no entiendo qué quieren de mí? ¿Qué hago cuando soy tomado por Dios en caminos que yo no habría escogido para mí, cuando la misión es difícil, cuando el reclamo de la misión supone dar más todavía, cuando yo pensaba que ya estaba en el borde y más no se podía dar?

No tenemos que olvidar que la firmeza interior está en el homenaje de la libertad, en la ofrenda de mi libertad que se vuelve a ofrecer a Dios en medio de la obscuridad. Esa es la fidelidad interior, esa es la firmeza de mi alma. Cristo me da el ejemplo, y Cristo es fiel a sí mismo, fiel a su identidad, fiel a su Padre y fiel a mí, aunque lo único que ve es la obscuridad de una muerte ignominiosa. Fiel, aunque sabe que lo único que lo espera es la noche, el tiempo de las tinieblas, la hora en que el poder, la fuerza, es misteriosamente entregada a los enemigos del Dios fiel que nunca abandona a sus hijos. Cristo es fiel para mí, aunque yo no vea nada, aunque no entienda, aunque a mis ojos el panorama sea sólo la obscuridad, porque la fidelidad en la obscuridad es otro nombre del amor.

martes, 15 de abril de 2014

¿POR QUÉ EL PADRE ELIGE ESTE CAMINO?

Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
¿Por qué el Padre elige este camino?
Martes Santo. Padre, aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú.
¿Por qué el Padre elige este camino?

Getsemaní es el momento de la obscuridad de la voluntad de Dios; momentos en los cuales el mismo Cristo pide que se le aparte el cáliz: "¡Abba, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú."

San Marcos refleja la obscuridad que se presenta dentro del alma de Cristo. Los comentaristas de la Escritura siempre han visto aquí un momento en el cual como que Cristo viene a preguntarse: Todo lo que yo voy a hacer, ¿merecerá la pena?

No hay que olvidar el tremendo realismo que supone para Cristo la encarnación, y Él no ha querido, en cierto sentido, ahorrarse ni siquiera esas obscuridades interiores de saber si verdaderamente merecería la pena todo el esfuerzo que Él iba a hacer.

Pero junto con esta obscuridad, hay también otra obscuridad en el camino de Cristo, en el alma de Cristo: ¿Por qué el Padre elige ese camino? ¿Por qué no eligió otro? La elección del camino por parte del Padre es una elección que entra dentro del misterio eterno. ¿Por qué razón la cruz, por qué tanto sufrimiento, por qué tanto dolor? Y si es tremenda la obscuridad ante el camino particularmente duro que se le muestra a Cristo, creo que hay un aspecto muy preocupante y difícil, que es el hecho de que Dios Padre busca en Él el abandono total sin condiciones.

Cristo se sabe Hijo, se sabe, por lo tanto, amado por el Padre, a pesar del dolor que puede embargar el corazón, a pesar de la sangre que pueda brotar de la herida que le produce la renuncia de sí mismo. Sabe que el Padre le exige un abandono total, sin condiciones.

"Si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Cristo es consciente de que su amor por el Padre no puede tener otra opción sino la renuncia de sí mismo. ¿Qué amor sería el que desconfiara de su fuerza sobre el odio, sobre el dolor, sobre la renuncia total? Cristo se sabe amado por toda la eternidad, desde toda la eternidad, pero eso no le ahorra ni un momento de obscuridad.

El relato evangélico es suficientemente claro respecto a esta obscuridad y soledad que nuestro Señor siente ante la voluntad del Padre. Entremos en la obscuridad en el alma de Cristo.

Cristo ha querido tocar todo el dolor humano, y por eso, también Cristo ha querido, como tantas almas humanas, pasar por la obscuridad, de manera que también el alma de Cristo asuma sobre sí la obscuridad y la redima por medio de la oblación libre, del ofrecimiento libre al Padre.

Cristo sabe que el amor no quita del alma la presencia de la soledad purificadora, que reclama un desprendimiento absoluto de todo lo que podría haberle servido de soporte; la soledad del que tiene que lanzarse a la obscuridad, al dolor, a la angustia; la soledad del que sabe que su camino entra al desfiladero de la muerte, del despojo absoluto de toda seguridad humana; la soledad del que siente en su alma el mordisco implacable de la tristeza y de la amargura. Esa soledad que nadie puede evitar al hombre cuando quiere vivir sin pactos fáciles todas las exigencias de su identidad; una profunda soledad interior que reclama una verdadera convicción, para dar hacia adelante el siguiente paso, para darlo con decisión, con energía, porque sabe que su soledad no es excusa para no entregarse al Padre.

Cristo quiere tocar la soledad de todos los hombres, de los hombres que se sienten retados por la obscuridad del alma ante la misión que se les confía. Y el alma de Cristo es consciente de que esa soledad que Él revive por su libre oblación es posible superarla a través de la oración. Y Cristo busca la oración, busca el contacto con el Padre. Cristo busca el encuentro con su Padre para fortalecerse, quizá no para superar la obscuridad. Porque no hay que olvidar que muchas veces la obscuridad no se supera sino que simplemente se soporta. Muchas veces la obscuridad no se puede quitar, no se puede arrancar del alma por mucho que se quiera.

En el alma de Cristo está presente la obscuridad que proviene del dolor interior, que proviene del peso de los pecados ajenos, y Cristo se abraza a este cáliz del Señor. Cristo quiere ser capaz de corresponder a su Padre abrazándose al cáliz que se le ofrece. Cada uno de nosotros debemos preguntarnos también por todas nuestras obscuridades. No es difícil ser fiel cuando todo es claro, cuando todo es amable. La fidelidad es difícil, más difícil todavía, cuando se realiza en la obscuridad, cuando sólo sabes que tienes que ser fiel, cuando sólo te queda la convicción de que tienes que seguir adelante. Y así es la fidelidad de Cristo en Getsemaní. "Si es posible que pase, pero no lo que yo quiera sino lo que quieras tú". Como dirá la carta a los Hebreos: "Aprendió con gritos y con lágrimas la obediencia, y así se constituyó en causa de salvación para todos los que le obedecen." 

¿Qué hago yo con mis noches en la obscuridad cuando no entiendo qué quieren de mí? ¿Qué hago cuando soy tomado por Dios en caminos que yo no habría escogido para mí, cuando la misión es difícil, cuando el reclamo de la misión supone dar más todavía, cuando yo pensaba que ya estaba en el borde y más no se podía dar?

No tenemos que olvidar que la firmeza interior está en el homenaje de la libertad, en la ofrenda de mi libertad que se vuelve a ofrecer a Dios en medio de la obscuridad. Esa es la fidelidad interior, esa es la firmeza de mi alma. Cristo me da el ejemplo, y Cristo es fiel a sí mismo, fiel a su identidad, fiel a su Padre y fiel a mí, aunque lo único que ve es la obscuridad de una muerte ignominiosa. Fiel, aunque sabe que lo único que lo espera es la noche, el tiempo de las tinieblas, la hora en que el poder, la fuerza, es misteriosamente entregada a los enemigos del Dios fiel que nunca abandona a sus hijos. Cristo es fiel para mí, aunque yo no vea nada, aunque no entienda, aunque a mis ojos el panorama sea sólo la obscuridad, porque la fidelidad en la obscuridad es otro nombre del amor.


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