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lunes, 14 de mayo de 2018

5 HERMOSAS RAZONES POR LAS CUALES LA ENFERMEDAD ES UN MEDIO DE SANTIFICACIÓN


5 hermosas razones por las cuales la enfermedad es un medio de santificación


Desde las distintas enfermedades, nos hacemos uno con un Cristo doliente, compartimos los distintos dolores que Él cargó, y sentimos cómo Él los vuelve a cargar con nosotros


Por: María Belén Andrade | Fuente: Catholic-link.com 




Cuando una enfermedad toca la puerta, la mayoría de las veces uno se cuestiona el por qué. Con salud uno podría ofrecer muchísimo más a Dios, pensamos, ¿por qué permitir esto que no entendemos y que, según la gravedad que vivimos, nos supera? 

El sufrimiento de Cristo no fue exclusivo de la Cruz. Durante su paso por la tierra, Jesús debió experimentar distintos dolores, para cargarlos por nosotros y, hoy día, poder decirnos con entera realidad: “De verdad, sé por lo que estás pasando”. ¿Cuánto le habrá dolido, más que los clavos, la traición del amigo? ¿Cuánto la muerte de su padre nutricio San José? ¿No lloró amargamente por la muerte de Lázaro? ¿No se conmovía al ver los dolores, al ver la muerte? Tuvo hambre, sintió cansancio, encarnó un dolor cruel e inimaginable. “Claro, pero ¡Él es Dios!”, decimos, olvidándonos de que Cristo fue perfecto hombre, por tanto, experimentó perfectamente el dolor, tanto el físico como el moral. Y, además de cargar Su dolor, cargó el de toda la humanidad.

Desde las distintas enfermedades, nos hacemos uno con un Cristo doliente, compartimos los distintos dolores que Él cargó, y sentimos cómo Él los vuelve a cargar con nosotros. De esta manera, también descubrimos que podemos, desde lo que nos toque, ser corredentores con Él. Por eso los enfermos son los tesoros de la Iglesia.

-Niño. -Enfermo. -Al escribir estas palabras, ¿no sientes la tentación de ponerlas con mayúscula? Es que, para un alma enamorada, los niños y los enfermos son Él, escribió San Josemaría Escrivá.

Pero la aceptación de la Cruz no es un analgésico. Es darle un sentido. Un sentido divino, una mirada sobrenatural, que es lo único que trae paz a quien se encuentra inquieto y sufriendo.



1. Santificarse desde la enfermedad
Cuando uno experimenta sus propios límites, también se suma un nuevo sufrimiento: ¿cómo puedo hacerme santo en estas circunstancias, cuando es tan poco lo que puedo hacer? El apostolado está aparentemente ausente, el trabajo es práctica o enteramente nulo, en muchas oportunidades hasta la oración, que debería ser un sostén en el momento difícil, se torna árida. Surge una dolorosa pregunta: ¿Qué puede querer el Señor, entonces, si es tan poco lo que tengo? Y la respuesta es exigente: todo. El Señor sabe que es poco lo que podemos darle, pero ese “poco” hay que entregarle por entero. Y confiar en que, siendo dóciles a Su Voluntad, le agradamos, haciendo eso que podemos hacer y que a nosotros nos resulta insípido.

La Madre Teresa – cuyos escritos me fueron de mucha ayuda, tantas veces –, bajo un semblante de paz y alegría, abrigó durante casi toda su vida y hasta el momento de su muerte un profundo dolor. En un momento de gran sufrimiento, escribió a su director espiritual: «Mi corazón, mi alma y mi cuerpo solo pertenecen a Dios – Él ha tirado, como despreciada, a la hija de Su Amor. – Y para esto, Padre, he hecho este propósito en este retiro: Estar a Su disposición. Dejar que haga conmigo todo lo que Él quiera, como quiera, tanto tiempo como quiera». En los momentos críticos, podemos repetir con ella: «Señor, te doy todo, mi corazón (desgarrado), mi alma (atormentada) y cuerpo (roto), todos envueltos en este dolor, que no pueden hacer gran cosa, humanamente hablando, limitados como ya ves, pero, aun así, tuyos». Y nos haremos santos desde ese abandono.

Sabemos que la santidad es el crecimiento en virtudes por amor a Dios. ¡Y cuántas virtudes se pueden practicar! El abandono, la confianza ciega, la paciencia… y, por sobre todo, una grandísima humildad.

Humildad para reconocer que no podemos hacer nada, que necesitamos pedir ayuda, que dependemos de otros, que no podemos hacer las cosas como nos gustaría hacerlas, entre otras situaciones similares. ¿Parece poco esto? Recordemos que son las virtudes que adornaron a la Santísima Virgen.


2. El trabajo de los enfermos
Ante el molesto e insensato sentimiento de inutilidad, hay que aprender que lo que esté en nuestras posibilidades, poco o mucho, se hace todo. Quizás algunos, al atravesar cierta enfermedad, no pueda continuar con el trabajo que realizaba anteriormente. Eso no significa que no pueda convertir esta nueva circunstancia en un “trabajo”. Por ejemplo, manteniendo acomodada la pieza en la que se encuentra, o realizando trabajos manuales, o intelectuales, todo según las limitaciones y las capacidades.

Quizás para alguno todo lo anterior sea imposible. En ese caso, el “trabajo” es, simplemente, ser un buen enfermo. Realizar apostolado. Santificar a los demás.


3. ¿Cómo santificar a los demás?
La propia Cruz es una oportunidad para que también los demás crezcan en virtudes, para que aprendan el verdadero significado de la caridad, en toda su amplitud.

Quienes se dedican al cuidado de un enfermo descubren que compasión no es “tener pena de”, sino ponerse en su lugar, entender qué necesitan –cuidados físicos, o compañía, o un momento de soledad –, viviendo una obra de misericordia y creciendo en santidad.

A veces uno puede sentir vergüenza por pedir ayuda, o culpa al pensar en el tiempo que se le dedica. Entonces es momento de pensar: “Este o esta me ayuda, pero yo también le estoy ayudando”. La Cruz compartida es más ligera. Cristo también tuvo un Sireneo, y no espera que carguemos solos el peso de las crucecitas que nos manda. No, para eso, Él nos ayuda, y también nos envía la ayuda de aquellos que nos quieren.


4. Apostolado de los enfermos
Cuando se quiebra la salud, muchas veces uno se da cuenta de que no puede, aunque quiera, realizar los mismos apostolados que anteriormente vivía. ¿Es que acaso estos están reservados para unos pocos, escogidos por sus “mejores” cualidades físicas o psíquicas?

Respondo con una historia breve. Durante el crecimiento de su labor apostólica, la Madre Teresa se encontró con Jacqueline de Decker, enfermera y trabajadora social belga que deseaba entrar a las Misioneras de la Caridad, pero que no podía hacerlo a causa de su precaria salud. La Madre Teresa dio con una solución: Jacqueline no podría trabajar con los pobres en Calcuta, pero compartiría este apostolado convirtiéndose en “el otro yo” de la santa. ¿Qué implicaría esto? Ofrecer todos sus dolores, sufrimientos y oraciones para sostener el apostolado de la Madre. Más adelante vendrían muchos otros miembros sufrientes Misioneros de la Caridad que conformarían esta parte tan importante de su Obra.

«En realidad, pueden hacer mucho más en su lecho de dolor que yo corriendo con mis pies, pero usted y yo juntas podemos hacer todo en Él que nos fortalece (…) quiero que se unan especialmente los paralíticos, los lisiados, los incurables, porque sé que ellos llevan muchas almas a los pies de Jesús», le escribió la Madre Teresa a Jacqueline. Todo esto, y una sonrisa. Porque, junto a los ya valiosos ofrecimientos de diversas penas, la sonrisa del que sufre puede llegar a ser un apostolado de valor incalculable. ¿Cuántas almas podrían salvarse gracias a una sonrisa, que se ofrece en medio de las dificultades?


5. Acudir a la Virgen
Independientemente al grado de la enfermedad, una mamá siempre está pendiente de su hijo. Así hace la Virgen, quien también tuvo, desde la Anunciación, una espada clavada en su corazón. No podemos imaginarnos cuánto le habrá dolido saber que el Hijo que engendraba nacía para ser “varón de dolores”, cuántas lágrimas habrá derramado por Él. Sí, Ella conoce el dolor. Y es Madre. Seríamos muy tontos si no acudiésemos a Ella para enseñarle lo que nos duele, pedir que acaricie nuestras heridas y que nos dé un beso que sane el alma.

sábado, 3 de marzo de 2018

PAPA FRANCISCO A ENFERMOS: LA TERNURA ES LA LLAVE Y LA MEDICINA PRECIOSA PARA LOS ENFERMOS


El Papa a enfermeros: La ternura es la llave y la medicina preciosa para los enfermos
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media




“El enfermero tiene una relación directa y continua con los pacientes, los cuida cada día, escucha sus necesidades y entra en contacto con su mismo cuerpo del que se ocupa” y debe mostrar “ternura” y “sensibilidad”. El Papa Francisco hizo estas afirmaciones al recibir en el Vaticano a los miembros de la Federación de los Colegios de Enfermeros Profesionales, Asistentes Sanitarios y Vigilantes de Infancia.

“La ternura es la llave para entender al enfermo y también es una medicina preciosa para su curación. Y la ternura pasa del corazón a las manos pasa a través de un ‘tocar’ las heridas de pleno respeto y de amor”, afirmó.

La Federación cuenta con 450 mil inscritos y es la más grande que existe en toda Italia, englobando a varias categorías profesionales de la sanidad.

Lo primero que hizo Francisco fue reconocer su labor y dar las gracias por el bien que hacen a la sociedad. “De verdad que es insustituible el rol de los enfermeros en la asistencia al enfermo”, subrayó en su discurso. “El enfermero tiene una relación directa y continua con los pacientes, los cuida cada día, escucha sus necesidades y entra en contacto con su mismo cuerpo del que se ocupa”.

El Obispo de Roma también afirmó que su profesionalidad “no se manifiesta solo en el ámbito técnico, sino incluso más en la esfera de las relaciones humanas” porque “estando en contacto con los médicos y con los familiares, además de los enfermos, os convertís en hospitales, en lugares de cuidado y en casas donde las relaciones son una encrucijada”

“Cuidando a las mujeres y los hombres, niños y ancianos, en cada fase de su vida, desde el nacimiento hasta la muerte, estáis comprometidos a una continua escucha, para comprender cuáles son las exigencias de ese enfermo, en la fase que está atravesando”. Todo esto lo convierte “en una verdadera misión”, añadió.

Por otro lado, deseó que la “sensibilidad que obtenéis cada día al estar en contacto con los pacientes haga de vosotros promotores de la vida y de la dignidad de las personas”.

“Sed capaces de reconocer los justos límites de la técnica, que no puede convertirse nunca en un absoluto, y poner en segundo plano la dignidad humana. Estad también atentos al deseo, tantas veces no expresado, de espiritualidad y de asistencia religiosa, que representa para muchos pacientes un elemento esencial de sentido y de serenidad de la vida, todavía más urgente en la fragilidad debida a la enfermedad”.

El Papa recordó que Jesús siempre estuvo al lado de los enfermos y cómo llevó el amor a su máxima expresión. También les pidió a ellos hacerse cargo de los pacientes “no de manera indiferente, sino atenta y amorosa, que los haga sentirse respetados”.

Consciente también de las dificultades que deben vencer, Francisco los exhortó a no cansarse “jamás de estar cerca de las personas con este estilo humano y fraterno, encontrando siempre la motivación y el deseo de desenvolver vuestra tarea”.

“Estad también atentos a no gastaros hasta consumiros, como sucede si uno se ha involucrado en la relación con los pacientes hasta el punto de hacerse absorber, viviendo en primera persona todo lo que les pasa a ellos”.

Francisco también criticó la “carencia de personal que no puede mejorar los servicios ofrecidos, y que una administración sabia no puede tenerlo de alguna manera como una fuente de ahorro”.

Por último, animó a su vez a los pacientes a sentir respeto por los enfermeros: “que ninguno de por descontado cuanto los enfermeros hacen por él o por ella”.

miércoles, 22 de junio de 2016

UN ENFERMO EN LA FAMILIA


Un enfermo en la familia
Ver sufrir a aquellos que queremos es de las pruebas más amargas que nos puede deparar la vida


Por: Guillermo Urbizu | Fuente: Catholic.net 




La predilección de Dios por los enfermos, y por los niños, está en los Evangelios, y es perfectamente verificable a lo largo de la historia de la santidad. Debemos imaginar la mirada de Jesús ante el sufrimiento, la ternura y delicadeza de cada uno de sus gestos. Y su amor -hoy como ayer- sigue sanando.

En todas las familias la enfermedad hace mella. Tarde o temprano llega. Y el dolor comienza a hacer su labor. Los nervios son inevitables. Ver sufrir a aquellos que queremos es de las pruebas más amargas que nos puede deparar la vida. Idas y venidas, médicos, cansancio, diagnósticos y lágrimas.

Aflora en ocasiones la rabia. Nos rebelamos a golpes de impotencia. Deambulamos serios, pálidos, postrados en el desaliento. “No puede ser, no puede ser”, nos decimos. “No a nosotros”. Y allí estamos, al lado de nuestra mujer o de nuestro marido, de nuestra hermana o hermano, de nuestra hija o hijo, de nuestra madre o padre.

Son momentos en los que el corazón humano parece quedarse a la intemperie, temblando, desnudo de convencionalismos y de buenas palabras.

El corazón anhela el milagro. Sí, el milagro de la curación. Pero también anhela el abrazo de la fe: la conversión. Quizá incluso sin saberlo, sin ser del todo conscientes de ello. El paisaje interior ha cambiado. Nos hemos dado cuenta, por fin, de que somos arrendatarios de nuestras vidas. Y que la felicidad no es propiedad del gracejo o de la carcajada estridente.

Quizá veamos en la mirada del que sufre la respuesta a nuestra existencia vacía. ¡Tantas acciones insensatas, tantas oportunidades de querer y ser queridos desperdiciadas! Y sentimos la necesidad de recapitular, de redefinir el sentido de las cosas. ¿Quién dice que la salud es sólo cuestión del cuerpo, algo exclusivamente somático?

La enfermedad acerca el alma a la Cruz, y por lo tanto a Cristo. La enfermedad -propia o ajena- nos hace madurar en humildad y resucita en nosotros la verdadera alegría. La enfermedad es un nuevo nacimiento, es comprender la Providencia de Dios sin recovecos. Se nos pide el milagro a nosotros. Porque ese dolor es ya corredentor para muchas otras almas.

¿El que sufre puede ser feliz? Desde luego. Pero la pregunta que yo me haría sería más bien: ¿Es posible ser feliz sin aceptar el sufrimiento, sin adentrarnos en el meollo divino de la enfermedad? Algunos interpretan esto como masoquismo cristiano. Igual que para nada entienden el sentido de la mortificación, cuando ellos mismos son capaces de aguantar lo inaguantable por cualquier fruslería.

La fe lo transforma todo. Todo. Por eso la enfermedad de un ser querido, cuando se vive en cristiano, deja de ser una desgracia que algunos calificarían de inútil e innecesaria. Somos los mismos, sí, pero distintos. Esa enfermedad es un signo de predilección, y puede significar la salvación de toda una familia.

La aparente limitación es en realidad una bendición que nos abre el corazón de par en par a la verdadera salud, que no es otra que el amor de Dios.

domingo, 28 de febrero de 2016

AFRONTAR EL SUFRIMIENTO


Afrontar el sufrimiento
El sufrimiento, en sí mismo, no sirve para nada: es la respuesta de la persona lo que puede transformarlo en una oportunidad para mejorar
Por: Antonio Gómez Amigo 




El pasado mes de octubre estuvo en Bilbao, en el congreso “Lo que de verdad importa”, Lopez Lomong, un niño soldado sudanés que consiguió escapar de aquel infierno y llegó a ser abanderado del equipo olímpico estadounidense en los juegos de Pekin de 2008. En el congreso, y en el libro autobiográfico “Correr para vivir”, Lomong cuenta su historia: cómo superó el sufrimiento de la separación de su familia y de los campos de refugiados y cómo llegó a triunfar en el atletismo después. Donde muchos otros se hubieran rendido, él luchó por salir adelante, y la adversidad le hizo más fuerte.

 Es una historia impresionante, como otras de personas que han pasado por situaciones duras y las han superado madurando y creciendo: luchas contra enfermedades graves, contra la injusticia, contra el fracaso profesional..,  son vidas realmente inspiradoras.  Esto nos puede hacer pensar que a nuestros hijos les viene bien pasarlo un poco mal algunas veces, como aquel padre que se enfadaba porque se había suspendido el entrenamiento del equipo de futbol de sus hijos por el frio y la lluvia: “¡Que sufran un poco!” Pero hay que tener presente que el sufrimiento por sí mismo no sirve para nada, y con frecuencia es destructivo.  Es la respuesta de nuestros hijos la que puede transformarlo en algo positivo. Por eso los padres tenemos que saber si nuestros hijos sufren para intentar evitarlo, y si no es posible, acompañarles para que lo afronten de forma positiva.

viernes, 6 de noviembre de 2015

DECÁLOGO PARA EL ENFERMO


DECÁLOGO PARA EL ENFERMO
escrito por San Juan María Vianney



1.-"La cruz es el regalo que Dios hace a sus amigos"

2.-"Deberíamos ir afanosos en busca de la cruz, como vá el avaro tras el dinero"

3.-" Las contradicciones nos ponen al pie de la Cruz y la cruz a la puerta del cielo

4.-" La mayor cruz es no tener cruz"

5.-"Yo no comprendo cómo un cristiano puede odiar la cruz y sacudirla de sus hombros"

6.- "Nada nos hace tan parecidos a Nuestro Señor como llevar su cruz; y todas las penas son dulces cuando se sufren en unión con Él"

7.- "¡Cuán felices nos consideraremos en el día del juicio por nuestros sufrimientos!"

8.-" ¡Qué dulce es morir cuando se ha vivido siempre sobre la cruz!"

9.-"El temor de la cruz es la más grande de nuestras cruces"

10.-" ¡Qué dulce, qué bello es conocer, amar y servir a Dios! Esto es lo único que tenemos que hacer en este mundo.


Cuando el sufrimiento te apriete, recuerda este decálogo de San Juan María Vianney (el Cura de Ars) y repite las siguientes palabras: "Qué dulce es morir cuando se ha vivido siempre sobre nuestra cruz."

SONRÍE a tu cruz y te será más fácil aceptarla y llevarla.

martes, 29 de septiembre de 2015

VISITAR Y CUIDAR A LOS ENFERMOS


Visitar y cuidar a los enfermos
Entre las obras de misericordia corporales, la primera invita a “visitar y cuidar a los enfermos”


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 




La enfermedad llega, con o sin tarjeta de visita. Un accidente, un día de viento, un bulto extraño en la espalda, un dolor de cabeza aparentemente inexplicable.

El enfermo empieza un camino difícil. Primero intenta conocer qué está pasando. Luego busca los remedios para curarse, si esto resulta posible, y para calmar los dolores. En ocasiones, hay esperanzas de sanación. Otras veces, recibe una noticia difícil: ha comenzado una enfermedad irreversible, que tal vez durará muchos años o que llevará pronto a la muerte.

En el camino de la enfermedad, ayuda y consuela encontrar manos amigas, consejos buenos, atenciones médicas adecuadas. Sufrir solos aumenta, para muchos, el sentimiento de pena. Sufrir acompañados por quienes nos aman de verdad alivia casi tanto o más que un calmante.

Por eso, entre las obras de misericordia corporales, la primera invita a “visitar y cuidar a los enfermos”. De este modo, quien está sano, y también quien está enfermo pero todavía puede hacer mucho, ofrecen su tiempo, su cercanía, sus palabras (cuando son oportunas), sus cuidados, a quienes conviven durante días o meses con la enfermedad.

La invitación de visitar a los enfermos viene del mismo Jesucristo. Primero, con su ejemplo: acogía y curaba a muchos enfermos que encontró a lo largo de su vida. Después, con sus palabras, al recordarnos que quien visita a un enfermo visita al mismo Cristo (cf. Mt 25,31-46).

Desde el ejemplo de Cristo, los bautizados sentimos la llamada a ser auténticos prójimos de nuestros hermanos enfermos. De modo especial, el domingo puede convertirse en un día dedicado a visitar a los enfermos. Así lo explica el “Catecismo de la Iglesia católica” (n. 2186):


“Los cristianos que disponen de tiempo de descanso deben acordarse de sus hermanos que tienen las mismas necesidades y los mismos derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza y la miseria. El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos”.

Al cuidar y visitar a los enfermos actuamos según el buen samaritano del que nos habla Jesús en el Evangelio (cf. Lc 10,28-37), y vivimos el mensaje del amor y del servicio que se conmueve y que acompaña al otro, más allá de los propios miedos o de los planes personales. ¿No merece mi hermano gestos concretos de cariño y de ternura precisamente porque está ahora más necesitado a causa de sus sufrimientos?

Visitar y cuidar a los enfermos es la primera de las obras de misericordia corporales. Vale la pena recordarlo, para aprender a mirar a los demás “con los ojos de Cristo” (cf. Benedicto XVI, encíclica “Deus caritas est” n. 18), para acogerlos desde la perspectiva del Maestro que vino para servir y que atendió con tanta ternura a muchos enfermos encontrados a lo largo del camino.

martes, 31 de marzo de 2015

RAMOS DE FLORES A LOS ENFERMOS


Ramos de flores a los enfermos
Autor:  Padre Justo López Melús




Está bien llevar ramos de flores a las tumbas de los seres queridos. Pero estaría mejor llevarlos antes de morir, para que puedan oler el perfume de nuestro cariño. Pero aún estaría mejor consolarlos y alegrarlos en su enfermedad. Que nadie se nos vaya sin sentir nuestro cariño y cercanía. Esto vale más que los homenajes y elogios póstumos.

Unos indios de la selva ecuatoriana lloraban sentados alrededor de su abuela moribunda. Un forastero les preguntó por qué lloraban delante de ella si todavía estaba viva. Y ellos le contestaron: «para que sepa que la queremos mucho. Que no se nos vaya sin saber nuestro cariño. Que lo sepa a tiempo. Que vea el amor que le hemos tenido y ahora se lo expresamos con pena al saber que ya no va a quedarse con nosotros».

miércoles, 1 de octubre de 2014

ENTRENAMIENTO EN EL SUFRIMIENTO


Autor: P. Arturo Guerra, LC | Fuente: Catholic.net 
Entrenamiento en el sufrimiento
¿A dónde va una sociedad que rehúye estos entrenamientos?

 Entrenamiento en el sufrimiento



Para muchos empieza un curso más: hay que ir a las listas para comprobar qué amigos estarán en el mismo salón y para cerciorarse de que el titular será, efectivamente, aquel profesor tan temido por todos.

Pero para otros, los más pequeños, es su primer día en un mundo nuevo y desconocido. ¡Vaya primer día! Rostros desconsolados y manos desesperadas contra las paredes del salón. Lágrimas, gritos, golpes a la puerta de puños aún muy frágiles. Todo el sufrimiento que puede albergar el corazón de un niño de dos o tres años, al rojo vivo. Qué dolor. Es una separación cruel. Durante toda una larga mañana. Lejos de su mayor seguridad: mamá. Esa mamá que no hace mucho tiempo le había cobijado dentro de ella durante nueve meses, día y noche; ahí donde no se temía ni al día ni a la noche ni al frío ni al viento, donde se estaba a salvo del mundo exterior y de los colegios y de las profesoras que en nada se parecen a mamá. Es un corazón confundido que sólo constata un hecho: “mi mamá es todo, ahora ella me trajo aquí y me metieron a esta habitación llena de extraños adultos y niños desconocidos y no puedo salir y ella se fue...”

Sí dolor. Sí sufrimiento. Sí tragedia. Pero, al fin y al cabo, dolor necesario, sufrimiento necesario, tragedia necesaria. Porque el hombre no está llamado a vivir eternamente a las faldas de mamá. El niño no es mamá. Es otro. Tiene que hacer su propio camino, tiene que ser él, tiene que dejar a mamá, cortar de nuevo el cordón umbilical, esa cicatriz que dura hasta la muerte, mudo testigo de la primera gran separación.

Es quizá uno de los días más importantes en la vida de estos pequeños. Es empezar a ser libre. Porque, a veces, ser libre cuesta, cuesta lágrimas. En un primer momento no siempre se entiende todo. Para el niño, este día puede representar un sano empujón de mamá hacia la aventura de la libertad. Si se le diera a escoger, jamás decidiría meterse en un extraño colegio lejos de mamá. Aprender a ser libre duele. Requiere entrenamiento. Ir a la escuela por primera vez es uno de los primeros entrenamientos de sufrimiento. Y los entrenamientos o se hacen con frecuencia y constancia o no sirven de mucho. Hay que entrenarse para estar en forma a la hora de afrontar los sufrimientos que inevitablemente se cruzarán en el camino. Sufrimientos que, bien vividos, a la larga pueden llevarle a uno a ser mejor persona.

Pero, ¿a dónde va una sociedad que rehúye estos entrenamientos? “No te prives de nada, nunca; no cuides a un enfermo, puede darte depresión; no intentes dar de comer al hambriento, puedes traumatizarte; no afrontes el sufrimiento, mejor recurre a la eutanasia, para que ya no sufras ni sufran; no superes una desavenencia con tu pareja cediendo un poco quizá, mejor solicita el divorcio inmediato; no tengas hijos porque es caro, porque sufres; no te saques nunca el pan de la boca; no abras la puerta a quien te pide ayuda; no prestes atención a las necesidades de aquella persona con quien diariamente te cruzas por los pasillos...”

Al final, el sufrimiento sigue siendo un misterio. Unos tratan de entenderlo como si se tratase de un dos-más-dos-son-cuatro; y mientras se esfuerzan por comprenderlo, huyen desesperadamente de él; y curiosamente no logran escapársele; tarde o temprano el dolor toca a su puerta y entra, pese a que no se le haya querido abrir.

Otros simplemente lo viven y hasta lo agradecen porque con frecuencia se dan cuenta de que aquel sufrimiento era ladrillo necesario para ser mejores personas...

Alguien decía que si al ser humano se le enseña a no asumir el sufrimiento, a no darle un sentido, a no amar, se le está enseñando a no ser “ser” humano.

A nadie le viene mal reemprender con constancia los entrenamientos de auténtica libertad: esa que cuesta y que duele y que hace feliz.

viernes, 4 de julio de 2014

LA SABIDURÍA DEL DOLOR


La sabiduría del dolor

Todos de alguna forma u otra sufrimos en la vida, nos guste o no.
Cuando aparece el dolor, cuando llega el sufrimiento por pequeño o grande que sea, es necesario aceptarlo con paz.
Decimos que el mejor maestro es el dolor...

Es que nos hace más sensibles y comprensivos ante el dolor ajeno, quien ha sufrido, siempre sabrá escuchar, comprender, disculpar.
El dolor nos madura, humaniza, nos hace humildes, nos hace capaz de pedir ayuda y dar consuelo.

Dicen que los ojos que han llorado ven mejor, y es cierto, las lágrimas limpian el alma y no le impiden la entrada a Dios en nuestro corazón.

Al dolor debemos tomarlo como una parte de la vida y aprender que es una forma de irnos madurando, nos hace crecer espiritualmente si sabemos sacarle provecho.

Cuando en nuestra vida todo es plenitud, salud, viajes, etc., no se elevan los ojos al cielo, todo al suelo, a lo terrenal.
Pero cuando se sufre de soledad, enfermedad, tristeza, vacío del alma, aprendemos a elevar los ojos hacia Dios, nuestro padre.
La alegría fabricada es mala, es como una copa de alcohol que embriaga y hace olvidar por un rato la realidad en que vivimos.
Es necesario aceptar la realidad aunque sea dolorosa, esto siempre será mejor, el dolor nos enseña a amar, a perdonar, a ser humildes, el dolor es parte de la vida y es el mejor método para madurar.

lunes, 16 de junio de 2014

DECÁLOGO PARA EL ENFERMO


DECÁLOGO PARA EL ENFERMO
escrito por San Juan María Vianney



1.-"La cruz es el regalo que Dios hace a sus amigos"

2.-"Deberíamos ir afanosos en busca de la cruz, como vá el avaro tras el dinero"

3.-" Las contradicciones nos ponen al pie de la Cruz y la cruz a la puerta del cielo

4.-" La mayor cruz es no tener cruz"

5.-"Yo no comprendo cómo un cristiano puede odiar la cruz y sacudirla de sus hombros"

6.- "Nada nos hace tan parecidos a Nuestro Señor como llevar su cruz; y todas las penas son dulces cuando se sufren en unión con Él"

7.- "¡Cuán felices nos consideraremos en el día del juicio por nuestros sufrimientos!"

8.-" ¡Qué dulce es morir cuando se ha vivido siempre sobre la cruz!"

9.-"El temor de la cruz es la más grande de nuestras cruces"

10.-" ¡Qué dulce, qué bello es conocer, amar y servir a Dios! Esto es lo único que tenemos que hacer en este mundo.


Cuando el sufrimiento te apriete, recuerda este decálogo de San Juan María Vianney (el Cura de Ars) y repite las siguientes palabras: "Qué dulce es morir cuando se ha vivido siempre sobre nuestra cruz."

SONRÍE a tu cruz y te será más fácil aceptarla y llevarla.

martes, 1 de abril de 2014

LA SABIDURÍA DEL DOLOR


La sabiduría del dolor

Todos de alguna forma u otra sufrimos en la vida, nos guste o no.
Cuando aparece el dolor, cuando llega el sufrimiento por pequeño o grande que sea, es necesario aceptarlo con paz.

Decimos que el mejor maestro es el dolor...
Es que nos hace más sensibles y comprensivos ante el dolor ajeno, quien ha sufrido, siempre sabrá escuchar, comprender, disculpar.
El dolor nos madura, humaniza, nos hace humildes, nos hace capaz de pedir ayuda y dar consuelo.

Dicen que los ojos que han llorado ven mejor, y es cierto, las lágrimas limpian el alma y no le impiden la entrada a Dios en nuestro corazón.
Al dolor debemos tomarlo como una parte de la vida y aprender que es una forma de irnos madurando, nos hace crecer espiritualmente si sabemos sacarle provecho.
Cuando en nuestra vida todo es plenitud, salud, viajes, etc., no se elevan los ojos al cielo, todo al suelo, a lo terrenal.

Pero cuando se sufre de soledad, enfermedad, tristeza, vacío del alma, aprendemos a elevar los ojos hacia Dios, nuestro padre.
La alegría fabricada es mala, es como una copa de alcohol que embriaga y hace olvidar por un rato la realidad en que vivimos.
Es necesario aceptar la realidad aunque sea dolorosa, esto siempre será mejor, el dolor nos enseña a amar, a perdonar, a ser humildes, el dolor es parte de la vida y es el mejor método para madurar.

jueves, 5 de diciembre de 2013

LO QUE MERECE EL ENFERMO TERMINAL


Lo que merece el enfermo terminal


Dejemos de lado, por un momento, la palabra “eutanasia”. Porque con ella algunos dicen una cosa y otros otra.

Fijemos, entonces, nuestra atención en el enfermo, en sus deseos y temores, en su fragilidad y su dolor, en su dependencia cada vez mayor de las manos y de la honestidad del equipo médico.

¿Qué merece un enfermo? Merece que sea visto siempre como un ser humano. Pase lo que pase, conserva siempre su dignidad. Posee un valor inmenso, con unas necesidades muy grandes en su cuerpo y, no hay que olvidarlo, en su espíritu.

Merece, por lo mismo, ser respetado en sus deseos legítimos y ser atendido en su enfermedad. Aunque sea un enfermo “terminal” al que le quedan pocas semanas de vida, su mirada, su corazón, su fragilidad, han de ser tratados con pericia y, sobre todo, con cariño.

No podemos despreciarle o dejarle de lado. Aunque cueste dinero, aunque ocupe una cama y aparatos muy sofisticados, aunque su acercamiento a la muerte nos lleve a pensar que sería mejor “adelantar” su muerte. Nunca será justo actuar contra su vida y contra sus derechos fundamentales.

Dentro del marco del respeto, el enfermo o, cuando él no pueda hablar, sus familiares, tiene el derecho de decir “basta” ante tratamientos que no sean capaces de curarle y que alarguen dolorosamente su camino hacia la muerte. No es justo “ensañarse” contra sus deseos y probar en un cuerpo herido aparatos y métodos que sólo sirven para prolongar, unos días o meses, una vida cuando el enfermo dice “ya déjenme morir en paz”.

No nos confundamos: no es matar a un enfermo el suspender tratamientos que el mismo enfermo ya no desea de modo razonable, porque los considera excesivos o porque acepta que la vida merece rendirse ante el proceso de una enfermedad incurable. En cambio, sí es matarlo quitarle tratamientos necesarios para su supervivencia y pedidos por el mismo enfermo, si éste considera que vale la pena alargar unas semanas o unos meses su existencia terrena.

Por lo tanto, los tratamientos que no curan y que prolongan la lenta agonía del enfermo pueden ser suspendidos. En ese caso, habrá que mantener aquellas atenciones mínimas que todo ser humano merece: alimentación, hidratación, limpieza, tratamiento del dolor a través del uso de calmantes.

Demos al enfermo terminal todo lo que merece y todo lo que pida de modo legítimo. No pensemos nunca en acelerar su muerte, pero tampoco alarguemos sus sufrimientos con tratamientos inútiles que un enfermo ya no desee. De este modo, mantendremos el respeto a su dignidad y a su autonomía legítima, mientras le ofrecemos todo aquello que pueda ayudarle un poco en los últimos días de su existencia entre nosotros.

Fernando Pascual 

martes, 17 de septiembre de 2013

PARA TÍ, ENFERMO


PARA TÍ, ENFERMO

«Mucho te ama Jesús cuando te envía tales pruebas -escribía Santa Teresita del Niño Jesús- A quien ama más, da más pruebas, y a quien ama menos, le da menos». Yo te digo, amigo enfermo, ¿a quién ha amado y ama Dios más que a Jesús? Pues a él le dio el mayor sufrimiento que persona humana padecerá sobre la tierra, pues le hizo «varón de dolores».

¿Qué opinaba la misma Santa sobre el dolor y el sufrimiento?: «Con el dolor se salvan muchas almas. Se salvan más almas con el dolor que con los más brillantes sermones»... «Mientras más intenso es el dolor y menos se muestra a los ojos de las criaturas, tanto más os hace sonreir, oh Dios mío». «Los sufrimientos nos vuelven más buenos e indulgentes con los demás, porque el sufrimiento nos acerca más a Dios». Una de las ventajas del sufrimiento con amor es que madura a la persona y la capacita para comprender a los demás. El sufrimiento es, de hecho, el gran altavoz del que se suele servir Dios para dejarse sentir como Padre. «Al enfrentarme con la perfección he visto que para llegar a ser santo era necesario sufrir mucho». Tanto en salud como en enfermedad esta es la voluntad de Dios: nuestra santificación.

Mejor es sufrir por Dios que hacer milagros. Para hacer milagros quizás no se necesite un amor tan puro como para ofrecer a diario, a Dios, una enfermedad, que nos es misteriosa. Tienes que aprender a padecer. También el padecer es un arte y como todo arte tiene sus leyes de aprendizaje. No debes sufrir mucho, sino saber sufrir. De esta manera sufrirás menos y mejor. He aquí las tres claves para aprender el arte del padecer o sufrir: sufrir con paciencia, con oración y con amor por Jesús. Si puedes sufrir en silencio y con amor, grande será tu perfección. Pero tampoco exageres. También es humano y cristiano comunicar amablemente la intensidad del sufrimiento.

Que tu enfermedad o sufrimiento no te hagan perder la calma, la paz. Para ello ten presente el papel que Dios ha asignado al sufrimiento, después que su Hijo predilecto lo tomó sobre sí: ser instrumento certero de redención y santificación individual y eclesial. Tú eres discípulo de Jesús si tomas tu cruz, tu enfermedad y le sigues, si con tu cruz diaria también sigues redimiendo al mundo. Cristo tiene muchos que quieren trabajar por Él, pero pocos que quieren sufrir por Él y con Él.

domingo, 14 de julio de 2013

DECÁLOGO DE LOS SERVIDORES DE LOS ENFERMOS


Decálogo de los servidores de los enfermos. 
(Aplicable a todos)

1-Honra la dignidad y sacralidad de mi persona, imagen de Cristo, por encima de mi fragilidad y limitaciones.

2-Sírveme con amor respetuoso y solícito: con todo tu corazón, con toda tu inteligencia, con todas tus fuerzas y con todo tu tiempo.

3-Cuídame como tú quisieras ser atendido, o como lo harías con la persona más querida que tengas en el mundo.

4-Sé voz de los sin voz: hazte defensor de mis derechos, para que sean reconocidos y respetados.

5-Evita toda negligencia que pueda poner en peligro mi vida o prolongar mi enfermedad.

6-No frustres mi esperanza con tu afán e impaciencia, con tu falta de delicadeza y competencia.

7-Soy un todo, un ser integral: sírveme así. No me reduzcas a un número o a una historia clínica, y no te limites a una relación puramente funcional.

8-Conserva limpios tu corazón y tu profesión: no permitas que la ambición y la sed de dinero los manchen.

9-Preocúpate por mi pronta mejoría; no olvides que he venido al hospital para salir recuperado lo antes posible.

10-Comparte mis angustias y sufrimientos: aunque no puedas quitarme el dolor, acompáñame. Me hace falta tu gesto humano y gratuito que me hace sentir alguien y no algo, o un caso interesante.

Y... cuando hayas hecho todo lo que tienes que hacer, cuando hayas sido todo lo que debes ser..., no olvides darme las gracias.

(Deducido del pensamiento y actuación de Camilo).

viernes, 17 de agosto de 2012

DAME UN POCO DE TU TIEMPO

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Dame un poco de tu tiempo
Sufrir en soledad no es nada fácil. Sufrir con alguien nos permite sentir que en el dolor somos valiosos.
Dame un poco de tu tiempo


La enfermedad, el dolor, pueden ser aislantes. El que sufre siente la tentación de encerrarse en sí mismo, de guardar el dolor dentro de su alma, de no desvelar un secreto que le pertenece a él, que no puede ser comprendido del todo por los otros.

Pero otras veces la enfermedad nos impulsa a pedir ayuda. Sufrir en soledad no es nada fácil. Sufrir con alguien nos permite sentir que en el dolor somos valiosos, que nuestra incapacidad, nuestra pequeñez, nuestra nulidad, no resultan un obstáculo para que otros nos cuiden, nos amen, nos apoyen.

Las manos de muchos hombres y mujeres que sufren nos aprietan con firmeza. Nos piden una parte de nuestra vida. El enfermo necesita amor, cariño, cercanía, a veces tanto o más que una medicina, que una nueva dosis de calmante. El médico que sabe acariciar la frente de sus enfermos, que les conoce, que les da no sólo su ciencia y su técnica, sino su corazón, hace un bien incalculable. El enfermero o la enfermera que peina a una anciana, que le ayuda a refrescarse la boca, que le cuenta una historia del periódico o le pregunta por sus nietos, ofrece un bálsamo profundo, que llega al corazón. El familiar, el amigo, que pasa horas y horas junto al trabajador o al estudiante víctima de un accidente inesperado, hace un gesto de amor y de cariño que sólo los que han sufrido saben apreciar en toda su grandeza.

Es cierto que vivimos en un mundo de prisas. Es cierto que tenemos mil cosas por hacer. Es cierto que desde muy temprano hemos de luchar contra el tráfico, en medio de mil tensiones y problemas. Pero también es cierto que somos más hombres cuando podemos darnos al que sufre, para que su dolor no sea vacío, para que su pena no lo hunda en la soledad, para que su angustia no lo lleve a la desesperación.

Cuando algún enfermo nos apriete la mano y no nos deje ir, no tengamos miedo. Nos pide un poco de tiempo, pero sobre todo nos pide un poco de amor. Nos ofrece también, quizá sin saberlo, la oportunidad de ser un poco más buenos, de sentir lo hermoso que es ser hombre cuando el amor se convierte en lo más importante. Quizá incluso el enfermo sepa amarnos más de lo que nosotros le amemos. Entonces, de un modo misterioso, nuestro dar se convierte en recibir. Los dos somos así un reflejo de Dios, que supo amar sin buscar recompensa, que dio su sangre en una Cruz porque nos quiso, que ha iluminado cada lecho de hospital con un rayo de esperanza, con una lágrima de alegría. Lágrima de un enfermo y de un sano que supieron dejar algo de sí mismos para vivir, generosos, buenos, junto al que sigue allí, a nuestro lado.



  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Fernando Pascual LC

    lunes, 7 de febrero de 2011

    HOSPITAL DEL SEÑOR

    Hospital del Señor..


    Fui al Hospital del Señor, a hacerme una revisión de rutina, y constaté que estaba enfermo: Cuando Jesús me tomó la presión vio que estaba baja de ternura.

    Al medirme la temperatura el termómetro registró 40 grados de egoísmo.

    Hizo un electrocardiograma y Él diagnosticó fue que necesitaba varios "by-pases" de amor porque mis venas estaban bloqueadas y no abastecían mi corazón vacío.
    Pasé hacia ortopedia: no podía caminar al lado de mi hermano, y tampoco podía abrazarlo porque me había fracturado al tropezar con mi vanidad.

    También me encontraron miopía, ya que no podía ver más allá de las apariencias.
    Cuando me quejé de sordera Jesús me diagnosticó quedarme solo en las palabras vacías de cada día.

    GRACIAS SEÑOR, Porque las consultas son gratuitas, por tu gran misericordia. Prometo al salir de aquí usar solamente los remedios naturales que recetas en el Evangelio... Al levantarme tomare un vaso de AGRADECIMIENTO. Al llegar al trabajo, una cucharada sopera de BUEN DÍA. Cada hora un comprimido de PACIENCIA, y una copa de HUMILDAD, Al llegar a casa, SEÑOR, voy a tener diariamente una inyección de AMOR, y al irme a acostar: dos cápsulas de CONCIENCIA TRANQUILA.

    ¡GRACIAS SEÑOR!

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